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Ellas no entienden de seguridad

De la innumerable cantidad de palabras que se escribieron y dijeron acerca del programa nuclear iraní sólo unas pocas provinieron de mujeres. Las mujeres suelen escribir sobre protestas por justicia social; se ocupan de analizar la insatisfactoria situación que ellas padecen en todo el mundo, e incluso algunas hasta se atreven a opinar sobre asuntos más «masculinos», como pensiones e impuestos.

Sin embargo, difícilmente haya una mujer que se atreva a lidiar con la ardua cuestión: La vida y la muerte están aún en manos de los hombres. ¿Por qué? Porque nosotras no somos capaces de comprender asuntos relacionados con el ámbito de defensa y seguridad.

Nuestras funcionarias electas, tanto las perdedoras (la ex presidente de Kadima, Tzipi Livni) como las ganadoras (la presidente del Partido Laborista, Shelly Yachimovich), han mantenido hasta ahora un vago silencio, y aparte de declaraciones tales como «todas las alternativas están sobre la mesa» y «la solución militar debe ser la última opción en considerarse», no se han mostrado a favor de esa agresividad exhibida por el primer ministro Binyamín Netanyahu, aunque tampoco la han condenado.

Cuando a Yachimovich no le quedó más remedio que referirse al asunto, afirmó que la cuestión de la amenaza nuclear iraní ha generado un interminable parloteo a pesar de que lo más conveniente en este tema es guardar silencio. Pero, ¿cómo puede una persona con pretensiones de convertirse en primer ministro permanecer callada ante el terrible espectáculo que Netanyahu ha montado en nombre del Estado de Israel? ¿Por qué su afilada lengua, que fustigó tan admirablemente (y con toda razón) a Netanyahu en el ámbito de los asuntos sociales, se ha quedado en silencio? Incluso, tal vez esté de acuerdo con él. Nunca lo sabremos.

Aún en el caso de que Yachimovich hubiera abierto la boca, probablemente sus palabras no habrían sido tomadas tan seriamente como las declaraciones del ex jefe del Mossad, Meir Dagán, o incluso el viceprimer ministro, Dan Meridor, y el ministro sin cartera, Benny Begin. En Israel hay una larga tradición que consiste en excluir a las mujeres de la esfera de seguridad y defensa, esfera que, a pesar de la cada vez mayor importancia que adquieren las cuestiones sociales, constituye aún el pan existencial de cada día. Las mujeres no pueden ser autoridades en materia de defensa.

No hay ni una sola mujer en el Gabinete de Seguridad y Política Exterior. La ministra de Cultura y Deportes, Limor Livnat, actúa en calidad de observadora sin derecho a voto. En la Comisión de Asuntos Exteriores y Defensa de la Knéset, que consta de 16 miembros, se desempeñan dos mujeres. En el Estado Mayor del Ejército, integrado por 14 comandantes, hay una sola mujer: la general Orna Barbivai, jefa de la dirección general de personal. Se trata ciertamente de una posición importante, nada despreciable, pero que puede equipararse con la posición de gerente de recursos humanos de muchas empresas donde los hombres quedan a cargo de las posiciones principales.

Aunque Tzáhal sea el único ejército del mundo que establece la conscripción obligatoria para las mujeres, nunca ha desempeñado una mujer funciones en una posición operativa de alto nivel. En Inglaterra, varias mujeres han estado al frente de la organización de inteligencia británica MI5. ¿Alguien se imagina a una mujer al frente del servicio de seguridad Shin Bet o del Mossad?

Las razones que determinan esta situación ilógica no resultan obvias. Vivimos en una época donde la guerra se basa en tecnología avanzada más que en el combate físico y la fuerza, lo cual podría dar a los hombres una cierta ventaja. Las mujeres no necesitan del esfuerzo físico para entrar. Alice Miller lo logró en la medida en que el Tribunal Superior de Justicia defendió su derecho a inscribirse en el curso para pilotos de la Fuerza Aérea. Antes y después de ella, cientos y miles de mujeres han optado por preparar el café y cumplir con el servicio militar lo más discretamente posible.

La integración en el ámbito de la seguridad y la defensa no sólo beneficiaría a las mujeres. Las mujeres son consideradas menos agresivas y cuentan además con la legitimación cultural para expresar emociones, características que bien podrían enfriar muchos conflictos antes de que se conviertan en conflagraciones criminales.

Ahora, mientras se afilan las espadas, ha llegado el momento de que se incluya a las mujeres en el centro de la autoridad; es hora de que las mujeres dejen ya de conformarse con escuchar ciegamente a los generales. ¿Quién sabe? Tal vez si más mujeres - y no necesariamente aquellas que llevan una férrea armadura masculina - participaran del gobierno mundial, sus hermanas no tendrían que vivir tan agobiadas estos días pensando que es necesario mantener la limpieza de los refugios antiaéreos.

Fuente: Haaretz - 24.4.12
Traducción: www.israelenlinea.com