En enero de 2007, funcionarios de inteligencia israelíes quedaron horrorizados por la información recogida por los agentes del Mossad, quienes, luego de ingresar en la habitación del hotel en Londres donde se alojaba un alto funcionario sirio, descargaron el contenido de su computadora portátil. Los archivos robados revelaron que Siria, con la ayuda de Corea del Norte, estaba construyendo un reactor nuclear capaz de producir una bomba atómica.
Hasta ese momento, según funcionarios de inteligencia militar, la inteligencia israelí creyó que Siria no contaba con ningún programa nuclear. Sin embargo, un programa de ese tipo fue posible gracias a que el presidente de Siria, Bashar al-Assad, logró establecer un sistema de mando y control, paralelo e independiente, para la construcción del reactor. El descubrimiento causó pánico en Israel, y profunda preocupación en Washington, que se basaba en gran medida en aquella seguridad con que el mismo Israel afirmaba saberlo todo acerca de Siria. Al momento de descubrirse el reactor, estaba casi listo para entrar en funcionamiento. Tras considerar que ya era demasiado tarde para la acción diplomática, Israel pidió a los estadounidenses que atacaran las instalaciones esa primavera. El presidente George W. Bush se negó, por lo que Israel decidió seguir adelante por su cuenta, destruyendo el reactor durante un bombardeo el 6 de septiembre de 2007, y correr el riesgo de una guerra.
La lección de humildad que las agencias de inteligencia deberían haber aprendido de este suceso es clara. Por eso me sorprendieron mucho las afirmaciones de los funcionarios estadounidenses e israelíes que entrevisté mientras investigaba un artículo reciente sobre la posibilidad de un ataque israelí contra Irán. Una y otra vez afirmaron: «lo sabremos», al hablar acerca de la posible determinación de Irán para producir armas nucleares.
Este mes, restando importancia a los informes de desacuerdos entre Estados Unidos e Israel, un alto funcionario estadounidense lo expresó claramente: «Existe una plena cooperación diaria de inteligencia entre Estados Unidos e Israel», me dijo. «Si los iraníes deciden pasar a la producción de armas nucleares», añadió, «lo sabremos y vamos a compartir la información entre nosotros».
Actualmente, ambos países están de acuerdo en que los iraníes no han iniciado el montaje de un dispositivo nuclear; en que no lo harán hasta que su líder supremo no les da luz verde, y en que necesitan aproximadamente nueve meses para fabricar una bomba. Los dos países están convencidos de que serán capaces de obtener información de inteligencia inequívoca cuando se dé la orden de iniciar la producción.
Aquí y en Washington, los funcionarios dan por sentado que tan pronto como se reciba información que dé cuenta de la producción efectiva de armamento nuclear por parte de Irán, Israel decidirá atacar sus instalaciones nucleares. Por ende, cualquier intercambio de inteligencia entre Israel y Estados Unidos podría tener consecuencias de largo alcance para Oriente Medio y el mundo.
En otras palabras, la trascendental decisión alcanzará dimensiones excepcionales por los informes de inteligencia. Pero a pesar de que la gran atención puesta sobre el programa nuclear iraní probablemente haya incrementado el volumen de material de inteligencia recopilado al respecto, lo cierto es que los oficiales de inteligencia tienden a depender en gran medida de unas pocas fuentes confiables. Y si un oficial de inteligencia se muestra sumamente entusiasmado ante el descubrimiento de algo que parecía ser un secreto, es probable que no se trate de otra cosa más que de una simple impresión.
Sin embargo, un determinado número de bits de información puede llegar a mal interpretarse, y los análisis erróneos suelen encontrar los medios apropiados para llegar a manos de aquellos que están ansiosos por utilizarlos. De ese modo, en el marco del seguimiento del proyecto nuclear iraní, incluso un ligero paso en falso de inteligencia podría tener un resultado de proporciones históricas.
A finales de 1980, Estados Unidos e Israel estaban convencidos de que contaban con buena información de inteligencia sobre Irak, pero fallaron con respecto al verdadero alcance que tenía la pretensión de Saddam Hussein de desarrollar armas no convencionales - hasta después de la invasión de Kuwait. Al igual que el proyecto nuclear sirio, que se erige como una advertencia sobre los peligros de tener una excesiva confianza en la idea de que no existe ninguna amenaza. Podría darse un caso paralelo en Irán si el líder supremo comunicara su orden de fabricar una bomba nuclear a través de canales completamente desconocidos por la CIA y el Mossad.
También podría llegar una sorpresa desde la dirección opuesta - como resultado de la sobrevaloración de las capacidades e intenciones de la otra parte; en el caso de Irán, ello podría conducir a un prematuro ataque israelí.
¿Podría suceder? De hecho, sucedió - a Estados Unidos, cuando optó por basarse en informes de inteligencia deficientes para justificar su invasión de Irak en 2003, alegando que sabía que Saddam Hussein estaba ocultando armas no convencionales.
Este año, una decisión igualmente fatídica bien podría basarse en la calidad de los informes de inteligencia disponibles. Por lo tanto, corresponde obrar con precaución: Confiar en los informes de inteligencia como en una piedra de toque primordial para tomar decisiones sobre la conveniencia y el momento oportuno de un ataque, abre un amplio panorama de posibles malentendidos, interpretaciones divergentes y puntos débiles de las partes, interesadas en atacar, o bien, en retrasar el ataque.
Tanto Israel como Estados Unidos deben reconocer que una serie de fragmentos de información no pueden servir como base para decidir una acción contra Irán, y por tanto, deben establecer nuevos criterios para fundamentar una decisión tan importante.
Las conversaciones directas en Estambul ofrecieron la oportunidad de desarrollar al menos algunos nuevos parámetros para medir la voluntad de cooperación de Irán. Lo cual podría funcionar en dos niveles distintos. Públicamente, Irán puede ser juzgado sobre la base de su disposición para cumplir con las exigencias mundiales. Bajo la superficie, un diálogo permanente entre Irán y Occidente - que requerirá muchas consultas y la interacción entre los propios iraníes - puede revelar o aclarar aquella información sobre Irán y su poder de decisión que no surgiría de otro modo.
Incluso aun sin la certeza de que el líder supremo haya ordenado a sus científicos la fabricación de una bomba, tal información podría servir para orientar el análisis y la toma de decisiones, cuestión que nadie puede permitirse el lujo de abordar a la ligera.
Un error de cálculo podría ser el peor resultado posible.
Traducción: www.israelenlinea.com