A nivel internacional, una campaña antisemita demoniza al Estado de Israel, atribuyéndole problemas con los que no tiene nexos. También revelan un sesgo arbitrario ante los eventos de Oriente Medio, resaltando las acciones supuestamente indebidas y omitiendo las causas que las generan.
En este sentido, Israel está siendo tratado como lo fue el pueblo judío, el «judío» entre las naciones. Simplemente, adaptan los viejos prejuicios a escenarios actuales.
En Venezuela, por ejemplo, el riesgo radica en que esta campaña antisemita se promueve desde los medios de comunicación del Estado y ligados a éste.
Resulta rutinario leer que Israel contamina las fuentes de los palestinos y los intoxica con gases, por eso nacen bebés con deformaciones congénitas.
Esta acusación es análoga a la de la Peste Negra, epidemia bubónica que en el siglo XIV mató a casi la mitad de los europeos; en esa época, culparon a los judíos de envenenar los pozos de agua.
A través de Radio Nacional de Venezuela se repitió que una mafia israelí secuestró niños libios para vender sus órganos; lo cual se asemeja a la acusación del crimen ritual de 1144, cuando un niño inglés fue apuñalado.
Los judíos del lugar fueron acusados del asesinato con el fin de usar su sangre para rituales religiosos. Ello reverdeció por toda Europa a lo largo del tiempo. En el siglo XX fue aprovechado en países árabes. Y en años recientes es tema de películas en Siria e Irán.
Junto a estas artimañas retóricas nunca se muestran pruebas; sólo se emiten con el propósito de exponer la malignidad de Israel, como en el oscurantismo medieval se usaron para tener un chivo expiatorio vulnerable por su calidad de minoría.
Un Estado que, como costumbre, se preste a convalidar tales distorsiones, evidencia su debilidad moral.