Binyamín Netanyahu tiene casi tantos enemigos como amigos y su estilo de liderazgo frecuentemente brusco no es del gusto de todo el mundo. Sin embargo, al primer ministro israelí debe dársele crédito por liderar uno de los gobiernos más estables del país en los últimos años.
Los israelíes son notablemente inconstantes con sus líderes políticos, y el sistema electoral se ha desarrollado hasta crear coaliciones inestables y poco naturales, en vez del gobierno robusto de un único partido.
Las renuncias ministeriales son comunes y tampoco es raro ver cómo colapsan acuerdos políticos frágiles después de un par de años.
Pero no es así desde la elección general de 2009, cuando Netanyahu - como líder del Likud, estableció una coalición de derecha que, hasta esta semana, lucía fuerte, enfocada y relativamente popular.
Entonces por qué, de repente, se está preparando Israel para una nueva elección, sobre todo una elección que no tendría que llevarse a cabo sino hasta dentro de al menos un año?
Unas cuantas horas en la Knéset en Jerusalén esta semana confirmaron las especulaciones mediáticas. Antes de que llegue el otoño en Israel habrá un nuevo gobierno, como dijeron muchos políticos.
La explicación más obvia es que Netanyahu, al que le está yendo bien en las encuestas, decidió que ahora es el momento ideal para asegurar un nuevo mandato y gobernar por otros tres o cuatro años.
Después de todo, la economía de Israel está en buen estado para estándares internacionales, y la línea agresiva del primer ministro en el proceso de paz con los palestinos - que es prácticamente inexistente - no le ha hecho mucho daño.
La política exterior siempre es importante en Israel y si bien Netanyahu nunca confirmaría esa suposición, también quiere el peso que da un mandato nuevo y mejorado para confrontar al hombre que podría decirse es su adversario más importante: Barack Obama.
Si bien Estados Unidos sigue siendo el aliado estratégico clave de Israel, sus líderes no están en el mismo barco cuando se trata de la dirección futura de una solución de dos Estados entre Israel y los palestinos.
Hay mucha especulación - y algo de preocupación en los círculos de derecha de Israel - que si el presidente Obama también es reelegido este año, él podría afrontar el conflicto israelí-palestino con nuevo vigor y resolución, pues no pudo tener mucho impacto en su primer mandato.
Esa idea preocupa a algunos de los que rodean a Netanyahu, quienes creen que afectará la cercana relación de trabajo con Estados Unidos.
Es imperativo, desde su punto de vista, que un primer ministro israelí tenga la comodidad del apoyo parlamentario cuando se trata de justificar la expansión de los asentamientos judíos en territorios palestinos ocupados o cuando se debe rechazar la noción de un Estado palestino con base en las fronteras de 1967.
De acuerdo con encuestas recientes, Likud no ganaría nada parecido a una mayoría en una elección. Las discusiones sobre la forma de una nueva coalición no serían fáciles ni estarían totalmente en manos de Netanyahu.
Tiene cierto peso el argumento alternativo, según el cual el primer ministro se vio presionado por su socio en la coalición y ministro de Exteriores, Avigdor Liberman, el líder del partido nacionalista Israel Beiteinu.
Nadie de Israel Beiteinu lo confirmó, pero hay informes de varias fuentes que aseguran que Liberman pactó con el fiscal general su responsabilidad en el caso sobre sus acusaciones de corrupción de vieja data. El acuerdo llevaría a que Liberman dejara su rol ministerial, pero podría permitirle que se presente en elecciones posteriores.
El ministro de Exteriores también tiene diferencias ideológicas con Netanyahu y con partidos religiosos menores en la coalición en lo que se refiere a la exoneración de los judíos ultraortodoxos y otros grupos minoritarios del servicio militar.
Las encuestas no son muy precisas o confiables en Israel, pero Netanyahu es el político más popular y esperaría ganar una elección. Sus retos serían, en ese caso, formar otra coalición de derecha o de centroderecha y al mismo tiempo mantener el control de esos miembros del Likud que son aun más agresivos y tratan de entorpecer culaquier posibilidad de reiniciar negociaciones con los palestinos.
Partidos de izquierda en la Knéset mencionan sus esperanzas de una recuperación electoral, especialmente por una caída en el apoyo hacia el centrista Kadima y su nuevo líder, Shaul Mofaz.
El Partido Laborista cree que puede recuperarse tras un mal resultado en 2009 y también se espera que un nuevo partido de centro, liderado por el experiodista Yair Lapid, gane varios puestos en el parlamento.
Los principales temas de cualquier elección serán, como siempre, seguridad -incluyendo la amenaza de Irán - y las relaciones con los palestinos. Pero después de las enormes protestas callejeras del año pasado contra el alto costo de vida y los reclamos de justicia social, también serán factores importantes la economía y el peso financiero que sienten muchas familias israelíes.
En resumen, la movida política de Netanyahu fue de tal categoría que llegó a crear un escenario grotesco en la Knéset, en el cual el partido gobernante propone elecciones anticipadas, y los opositores, cuyo primer objetivo es constituir una alternativa al Ejecutivo e intentar hacerlo caer, discuten para que los comicios se lleven a cabo mucho más tarde.
La política israelí es todo menos sencilla.
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