Me dio mucho gusto leer el artículo «Musumán, sionista y orgulloso» de Kasim Hafeez, un ex antisemita devenido sionista. Me agradó especialmente enterarme que mi libro, «The Case for Israel» (El caso a favor de Israel), desempeñó un papel importante en su conversión desde el odio irracional al apoyo basado en sus propias observaciones de la realidad israelí.
El artículo de Hafeez llegó en un momento en que yo mismo dudaba de mi propia capacidad - y la de otras personas que intentan hacer de las libertades civiles el mejor argumento en favor de Israel - para influir en la opinión pública. El odio a Israel en algunas partes de Europa y en muchas universidades se ha vuelto tan irracional que no existe aparentemente ninguna prueba, independientemente de cuan incontrovertible y poderosa pueda ser, capaz de cambiar aquellas mentes cerradas que años y años de tenaces falsedades han endurecido aún más. Esas falsedades adquieren un aura de inmerecida credibilidad, sobre todo cuando quienes las adoptan son personas que se identifican como judíos o israelíes, o incluso, anteriormente judíos o formalmente israelíes.
Pero cada vez que me desanimo, recuerdo un incidente ocurrido hace varios años en la Universidad de California, en Irvine, la cual es semillero del discurso racista anti-Israel. Estamos hablando del mismo campus donde estudiantes islámicos radicales trataron de impedir que el moderado embajador de Israel, el profesor Michael Oren, hiciera uso de la palabra.
Aproximadamente un año antes de aquel incidente, me tocó hablar en un auditorio lleno de estudiantes entre los cuales se contaban algunos de aquellos mismos radicales que intentaron impedir la disertación de Oren. Unos 100 estudiantes de ese grupo se ubicaron a mi derecha. Otros 100, vestidos con camisetas a favor de Israel y kipot, se sentaron a mi izquierda. Completaban el auditorio varios cientos de estudiantes ubicados al centro - en sentido literal e ideológicamente hablando. Lo sé porque solicité una votación a mano alzada antes de empezar mi intervención.
Primero pedí que levantaran la mano aquellos estudiantes que apoyaban en general a Israel. Todos los alumnos ubicados a mi izquierda y varios en el centro levantaron la mano. Luego pregunté cuántos estudiantes apoyaban la causa palestina. Todos los alumnos ubicados a mi derecha y varios en el centro levantaron la mano. Después planteé la siguiente pregunta al grupo pro-israelí: «¿Cuántos de ustedes apoyarían un Estado palestino que viva en paz y sin terrorismo al lado de Israel?» Todas las manos pro-israelíes fueron alzadas inmediatamente. Seguidamente pregunté cuántos en el lado pro-palestino estarían dispuestos a aceptar un Estado judío dentro de las fronteras de 1967, sin asentamientos en el territorio reclamado por los palestinos. Hubo cierto murmullo y breve conversación entre la gente sentada a mi derecha, pero ninguna mano se levantó.
El debate prácticamente había finalizado, ya que todos los del centro ahora reconocían que no se trataba de un conflicto entre grupos pro-israelíes y pro-palestinos, sino más bien de un conflicto entre aquellos que están a favor de una solución de dos Estados y los que rechazan de plano la presencia de un Estado judío en Oriente Medio. El punto de vista pro-israelí había prevalecido porque yo fui capaz de utilizar el extremismo del grupo anti-israelí para demostrar la desagradable verdad de los enemigos de Israel a aquel extenso grupo de estudiantes de mentalidad abierta del centro.
He utilizado este método heurístico en repetidas ocasiones en los campus universitarios, y con éxito considerable. La lección, creo yo, no es intentar persuadir a aquellos irracionales fanáticos anti-israelíes, sino más bien, utilizar su extremismo - que a menudo incluye extremismo anti-estadounidense y anti-occidental - en contra de ellos y en favor de una posición pro-israelí razonable y centrista.
Lo cierto es que hay muchas personas de mente abierta, incluso en Europa y en los campus universitarios. Sus voces son a menudo acalladas por los vociferantes extremistas anti-israelíes. Pude comprobarlo el año pasado, cuando fui invitado a Noruega por un grupo cristiano sionista. El grupo me presentó como ponente en las facultades de derecho de las tres universidades más importantes de Noruega. Las tres universidades se negaron a invitarme en calidad de conferenciante, a pesar de que mi presentación no habría de costarles nada. Una de ellas aclaró que yo podría ser invitado sólo en el caso de que no hablara de Israel.
Cuando los estudiantes de las universidades se enteraron de la negativa a ser invitado por parte de las facultades, fueron los propios alumnos quienes solicitaron mi presentación. Hablé ante auditorios colmados en las tres universidades, y se dijo después que yo había logrado cambiar la mentalidad de muchos estudiantes que desconocían por completo la naturaleza centrista del argumento liberal en favor de Israel.
No voy a renunciar pese al odio - o tal vez a causa de eso mismo - cada vez más vociferante dirigido contra Israel. Es imperativo continuar apelando a las mentes abiertas de gente racional que desea escuchar a todas las partes de esta cuestión compleja y llena de matices.
Al final, tengo confianza en que el poder de la verdad termine superando las mentiras del fanatismo anti-israelí. Si creemos en el mercado de las ideas, debemos persistir en nuestros esfuerzos.
La conversión de Kasim Hafeez, que pasó de ser un irracional antisemita a un sionista reflexivo, debe animarnos a seguir diciendo la verdad.
Traducción: www.israelenlinea.com