La pregunta por las posibles consecuencias que la participación de Kadima en el gobierno vaya a provocar sobre la posición política de Mofaz, Barak, Liberman y otros ministros o diputados de la coalición - ¿prolongará o acortará su estatus político?; ¿lo estabilizará o lo socavará? - tiene cada vez menos importancia.
En cambio, varios parlamentarios de dichaa coalición de 94 miembros ahora hablan de «resultados prácticos» como una incontrovertible prueba empírica. O en propias palabras de Dalia Itzik de Kadima: «El casamiento no es de lo mejor, pero veamos cómo resultan las cosas». Ciertamente - podría agregar Itzik -, hemos caído sobre una pila de excremento animal, pero debajo de ella se esconde una barra de oro, y en la prueba práctica tendremos la oportunidad de demostrar que pueden extraerse cosas buenas de toda esta bosta.
Por supuesto, la definición de lo bueno depende de quién sea el que establece sus términos. Aparte del inmediato beneficio que se genera directamente en favor de los miembros de la coalición, nada bueno habrá de salir de este gobierno de unidad.
Habrán algunos que susurren algo relacionado con reemplazar la Ley Tal, que regula las exenciones del servicio militar otorgadas a los ultraortodoxos, o con cambiar el sistema electoral; se formará un comité y se prometerá un debate público.
¿Y los palestinos? Si estuviera a punto de enviarse una carta con intenciones pacíficas, la diputada del Likud, Miri Regev, se encargaría de interceptar la paloma. Y en cuanto al barrio Ulpana del asentamiento de Beit-El, al final habrá de alcanzarse un compromiso; por eso el ministerio de Justicia cuenta con un asiento para hechicero. Incluso los informes del Contralor del Estado serán poca cosa al lado de las sonrosadas mejillas rebosantes de felicidad de Netanyahu, Barak y Mofaz.
Los líderes que primero nos ofreció elecciones, para luego reemplazarlas por un gobierno de unidad, nos está legando una gran nada, aunque probablemente sea el desastre una excepción a ese vacío total. No se necesita más que observar lo que ocurrió - o, para ser más exactos, lo que no ocurrió - en los últimos tres años para darse cuenta de que aquella lista de logros que se examinarán en la prueba práctica no son más que puras tonterías.
La falta de apoyo mayoritario no es el único factor que explica el fracaso de Netanyahu para promover una alternativa a la Ley Tal, o su intento de cambiar el sistema electoral. Si hubiera tenido verdaderas intenciones de promover tales iniciativas, y además hubiese querido negociar seriamente con los palestinos, Kadima se habría unido a su coalición hace ya mucho tiempo.
Bibi no quería arriesgarse a una confrontación con los partidos ultraortodoxos, así como tampoco a una confrontación con los habitantes de los asentamientos - y mucho menos va a arriesgarse ahora, con ninguno de los dos grupos. Hasta que estalle la próxima crisis, su coalición se verá reforzada por la aparente voluntad de negociación con los palestinos, que se mantendrá a fuego lento de por vida.
La gente ha intentado conocer qué es lo que pretende Netanyahu, al menos desde su discurso de Bar-Ilán en 2009, en el que expuso su visión de una solución de dos Estados. El rey de los artificios verbales abunda en promesas, mientras los analistas juran que se trata de un cambio radical de postura: Él buscará un acuerdo con los palestinos y cumplirá cabalmente con la política de dos Estados para dos pueblos.
En la época en que Netanyahu habló ante el Congreso en mayo pasado, los comentaristas contaron 30 palabras que, según ellos, habrían de cambiarle la cara a Oriente Medio. Ahora están enfocando sus predicciones sobre Irán, empresa por medio de la cual Netanyahu y Barak harán historia.
La noche anterior a que Netanyahu calificara a Irán como «pato nuclear», en la conferencia de AIPAC, en marzo, varios analistas coincidieron en que las próximas elecciones israelíes tendrían que centrarse en un posible ataque a Irán. Supongamos que tal sea el caso. Pero si es así, ¿quién se encargará de desarrollar los temas de discusión o de suministrar los datos estadísticos pertinentes? ¿Aquél hombre a quien se ha apodado «el mentiroso»? ¿Ese hombre que es incapaz de identificar una crisis o una trampa tendida por su propio partido, a menos que esté en frente de sus narices? ¿Aquel visionario que previó un tsunami diplomático en septiembre y que predijo que el presidente sirio, Bashar al-Assad, sería expulsado en pocas semanas?
El periodista Yossi Yehoshúa escribió el pasado domingo en Yediot Ahronot que Tzáhal decidió detener la construcción de un nuevo refugio subterráneo en el cuartel del Estado Mayor, en Tel Aviv, ya que colapsaría en el caso de un ataque con misiles.
El refugio de Tzáhal, según parece, no resistiría la prueba empírica. Y ciertamente habíamos cavado muy profundo. Entonces, la pregunta no es si Israel debería atacar a Irán, sino si el «iraní» Mofaz será capaz de evitar que lo hagamos.
Todo sea por los resultados.
Fuente: Haaretz - 18.5.12
Traducción: www.israelenlinea.com