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¿Gol o offside en Auschwitz?

Las selecciones de fúbol de Holanda, Italia, Inglaterra y Alemania han visitado el campo de exterminio nazi de Auschwitz, aprovechando la celebración de la Eurocopa en Polonia y Ucrania.

El mayor campo del horror del régimen de Hitler se construyó no muy lejos de la ciudad polaca de Cracovia y se ha convertido en uno de los lugares de memoria más importantes y más cargado de significado de Europa y del mundo.

Espacio sagrado para las víctimas y prueba material insoslayable del crimen organizado a gran escala, Auschwitz-Birkenau es el agujero negro de la historia occidental, «la capital del universo concentracionario», en palabras de Primo Levi, uno de los deportados. Cada año, son miles las personas que pasan por aquí.

La visita a Auschwitz de la selección alemana ha generado polémica pues sólo tres jugadores - y dos de ellos de origen polaco - tomaron parte en este homenaje al lado del técnico y de algunos directivos de la federación.

Voces de la comunidad judía alemana han lamentado que se haya perdido una buena ocasión de transmitir un mensaje potente a los jóvenes contra el antisemitismo, el racismo y la xenofobia.

Como es sabido, los deportistas de élite son modelos sociales y cualquier cosa que hacen o dejan de hacer acaba teniendo una trascendencia desorbitada.

El desinterés por conocer el pasado reciente más incómodo demostrado por los integrantes del equipo alemán se ha girado en contra de los organizadores de este tipo de ceremonias de relaciones públicas. A raíz de eso, los habituales fantasmas colectivos de la nación que alumbró el monstruo han salido a escena.

También en los países vecinos, en un momento en que la crisis en la zona euro y las exigencias de Merkel son cada vez mayores, la máquina de los tópicos y la demagogia sobre la culpa histórica de los alemanes trabaja con intensidad.

En todo caso, las buenas intenciones siempre son insuficientes para abordar ejercicios tan delicados. Se requiere mucha inteligencia y cuidado de los detalles cuando se hace y se divulga un turismo tan especial.

La voluntad de revestir el deporte espectáculo más popular del mundo con una serie de mensajes positivos de cariz solemne y ejemplarizante puede conducir a imposturas o sobreactuaciones que acaben causando problemas.

El gran negocio futbolístico es un escaparate único de actitudes y eso ha introducido entre los dirigentes del ramo - empujados por los políticos y los medios - la obligación de promover entre los jugadores una excelencia moral que nos haga olvidar las astronómicas cifras de los fichajes y la burbuja que eso comporta.

Italianos, holandeses e ingleses han hecho la misma visita al escenario del asesinato industrial. Algunos jugadores de estas selecciones han declarado, tras pasear por las cámaras de gas y los hornos crematorios, la fuerte impresión que les ha provocado ver y tocar «lo que habíamos estudiado en la escuela».

Hay futbolistas de algunas selecciones que quizás no podrían decir tanto, vista la poca atención que los planes de estudio de algunos estados dedican a explicar a fondo el Holocausto judío. Son los mismos lugares donde exhibir una bandera con una esvástica en un partido de fútbol aún no provoca suficiente indignación ni rechazo social.

¿Sirven de algo estos intentos tan forzados de utilizar las estrellas del deporte para vender una conciencia histórica de gran consumo? Es dudoso. Con todos los respetos por los famosos que, de manera auténtica, ponen su cara y su nombre al servicio de una pedagogía fácil, construida a golpe de imágenes de noticias.

La exaltación emocional que comportan estos gestos devora cualquier aproximación crítica al fenómeno. Buscar la empatía es importante cuando hablamos de un pasado traumático, pero el sentimiento sin el análisis documentado puede acabar deshaciéndose en mera banalización vacía. El parque temático sobre el nazismo no aporta luz sobre nada.

La realidad presente no se deja influir fácilmente por los homenajes a las víctimas de la Shoá. Por ejemplo, la selección holandesa se ha quejado de algunos gritos racistas contra sus jugadores negros durante un entrenamiento. La UEFA ya ha hecho saber que vigilará con mucho celo para evitar estos comportamientos, pero todo el mundo sabe que, desgraciadamente, los estadios son lugares donde, además de las alegrías, también afloran odios y prejuicios enquistados.

El problema no es, pues, que el fútbol y el deporte en general no sirvan para realizar unas misiones éticas que son de alto riesgo. El problema es todo lo que no se hace o no se hace lo bastante bien en otros ámbitos relevantes que sí tienen un mandato específico sobre la educación de los ciudadanos.

Exigir que jóvenes famosos, triunfadores y bien pagados alcen banderas que, a la hora de la verdad, otros líderes sociales con más poder no se preocupan de desplegar, resulta ridículo

Demonizar a futbolistas alemanes por pasar de Auschwitz pero no recordar la enorme cantidad de dirigentes políticos, económicos, sociales y culturales de Europa que no condenan dictaduras pasadas y actuales, sin ningún problema de conciencia, no tiene sentido.

Visitar los campos de la muerte judía es una experiencia única de conocimiento, de compasión y de silencio. Un acto de recogimiento para un futbolista o para cualquier persona.

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