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El New York Times se equivoca e induce al error

El New York Times se luce con una trayectoria de más de 150 años de veteranía como medio de difusión; es reconocido como el diario por excelencia en Estados Unidos y tiene un afamado renombre internacional por la seriedad de sus analistas y la sagacidad de sus editoriales. Lamentablemente días atrás dio un serio traspié.

Presionado por grupos de habitantes de asentamientos judíos que demandan de forma inmediata la implantación de la ley israelí en Cisjordania - y por ende su anexión total y definitiva a Israel -, el primer ministro Binyamín Netanyahu solicitó de una comisión especial de juristas la redacción de un informe acerca de la legalidad de dichos asentamientos.

Las recomendaciones de la comisión, presidida por Edmond Levy, ex juez de la Corte Suprema de Justicia, no defraudaron. Según el reporte, que misteriosamente fue retenido en secreto por más de dos semanas, la región de Cisjordania no debe ser considerada territorio conquistado sobre el cual rigen las leyes internacionales - entre ellas la Convención de Ginebra que prohíbe la modificación drástica de la población -, sino que Israel, y sobre todo los habitantes judíos en la práctica, en forma individual y grupal, pueden actuar libremente bajo las políticas que se les ocurra sin dar cuentas a nadie.

Sin entrar a analizar la discusión generada en Israel a causa de este informe y su valor jurídico, político o moral, nos detendremos sobre la posición justamente del diario The New York Times al respecto publicada en un editorial de sus últimos días («Wrong Time for new settlements» - «Mal momento para nuevos asentamientos»; The New York Times; 10.7.12).

El editor del diario norteamericano se estremece ante la posibilidad de que Netanyhau adopte las conclusiones del informe de la Comisión Levy «ya que se trata de un orden legal pésimo y una política contraproducente y dañina para los intereses de Israel. La mayoría del mundo ve a Cisjordania como territorio ocupado y toda construcción israelí ahí es una violación a las leyes internacionales». Lo que más le preocupa al New York Times es que si Netahyhau no rechaza esas sugerencias, necesariamente «se creará una nueva ola de ira en contra de Israel y, lo que es peor, se va a desviar la atención de las potencias sobre Irán justo cuando se están llevando a cabo sanciones y negociaciones para controlar su programa nuclear». 

El editorial del diario norteamericano comete dos serios errores de evaluación. En primer lugar, supone que Netanyhau está a un paso de autorizar la anexión inmediata y de facto de Cisjordania a Israel dando rienda suelta a los colonos judíos. En segundo lugar, supone que los líderes de las potencias mundiales, especialmente Estados Unidos, fijan de forma autónoma sus políticas en la región, mientras que la interferencia en la materia por parte de sectores judíos y el gobierno con asiento en Jerusalén es un simple cuadro de decoración. 

No es ningún secreto que Netanyhau, como fiel discípulo de Jabotinsky, Begin y Shamir, ve en la conquista del territorio del «Gran Israel» la concreción del sueño sionista. A diferencia de gran parte de los arrebatados e indomables políticos de su partido Likud y de la extrema derecha, Netanyhau es un político muy astuto y sabe muy bien como orientar la caravana de la conquista territorial de Cisjordania sin provocar tempestades ni terremotos. Su prudencia no le va a permitir caer en la trampa de adoptar de inmediato y abiertamente las sugerencias de la Comisión Levy y menos aún dejar la colonización de Cisjordania en manos de hordas de colonos judíos guiados por rabinos con ideales fundamentalistas.

Es de suponer que el primer ministro israelí continuará con su política a dos puntas. Por un lado declarará permanentemente su predisposición a la solución de dos Estados para los dos pueblos, mientras que por el otro, paulatinamente, sin un plan detallado y con cualquier pretexto circunstancial, promoverá la edificación de casa tras casa, confiscación hectárea tras hectárea, desalojo de palestino tras palestino, construcción de base militar tras base militar y apertura de carretera tras carretera.

De esta manera el denso tejido de asentamientos judíos se transformará algún día en el «Gran Israel»; eso sí, muy criticado por la administración norteamericana que, con la típica hipocresía que la caracteriza, bajo la mesa le informará de su respaldo incondicional.

El diario norteamericano peca por una visión ingenua cuando supone, al igual que  en el caso del Gobierno de Israel, que las declaraciones de los líderes de la administración estadounidense son un fiel reflejo de la política y estrategias que los guían en el accionar diario. El editor de The New York Times está convencido que si el vocero del Departamento de Estado declaró respecto al informe Levy que «no aceptamos la legitimidad de la continua actividad israelí en los asentamientos en Cisjordania y nos oponemos a todo esfuerzo de su legalización» («Wrong Time for new settlements»; The New York Times; 10.7.12), seguramente Obama dejará de lado todos los esfuerzos de embargo y sanciones en contra de Irán para preocuparse de un tal Netanyhau que se sale del marco que él mismo diagramó al mundo en su famoso discurso de la Universidad de El Cairo en junio de 2009. ¡Cuánta credulidad!

Llama la atención cómo analistas de tan prestigioso periódico no prestan suficiente atención al permanente proceso de acondicionamiento de las políticas sobre Oriente Medio de las últimas administraciones norteamericanas a los caprichos y exigencias de los gobiernos de turno de Israel.

¿Será posible que el editor de The New York Times ni siquiera lea informes publicados en su mismo diario? ¿Se le habrá pasado por alto que mientras Obama declara ilegal la construcción israelí en Cisjordania, el Gobierno norteamericano otorga beneficios impositivos a donaciones norteamericanas destinadas a la ampliación de los asentamientos judíos en la región? («Tax-Exempt Funds Aid Settlements in West Bank; Rina Castelnuovo; The New York Times; 5.7.10. Ver también «Los impuestos de Obama apoyan el florecimiento de los asentamientos judíos en Cisjordania»; Haaretz; 14.12.09).

Una visión seria de la realidad exige reconocer que las políticas de las administraciones norteamericanas de los últimos años en Oriente Medio - no sus declaraciones -, dejan de reflejar una concepción autónoma e independiente para trasmitir una impresión cada día mas fuerte que sus líderes se han convertido en autómatas guiados por un tipo de control remoto manejado por AIPAC y el Gobierno de Israel. No hace falta ir muy lejos. Las últimas participaciones del primer ministro israelí en el Congreso en Washington demostraron que los representantes del pueblo norteamericano no tienen ningún problema en ovacionar y aplaudir de pie el discurso de Netanyhau horas después que éste humilló vergonzosamente al presidente Obama en medio de una conferencia de prensa transmitida en vivo y en directo.

Poco tiempo después de recibir semejante mazazo político y entender los riesgos de promover un enfrentamiento con las concepciones de Jerusalén en Oriente Medio, Obama no tuvo más remedio que declarar que para EE.UU «no hay aliado más importante que Israel» cuando se encaminaba a la residencia privada de Jack Rosen, cabeza del Congreso Judío Americano, para salir con 300 mil dólares kosher en su bolsillo como «donación» en su recolección de fondos para su reelección («Obama: no hay aliado más importante que Israel»; Iton Gadol; 1.12.11).

Correr detrás del dinero judío para la campaña electoral norteamericana no es idea exclusiva del partido demócrata. También Mitt Romney, candidato presidencial por el partido republicano, entendió los secretos del éxito en esta confrontación. Al igual que Obama en la campaña presidencial anterior, también Romney se propone una inusual visita a Jerusalén en pleno operativo electoral. La agenda incluye las estaciones conocidas. Se comienza con declaraciones a favor de Israel: «Romney prometió favorecer a Israel en su política» («Romney visitará Israel»; La opinión judía; 3.7.12) y «su primer destino como presidente de EE.UU será Israel («Romney prepara viaje a Israel»; Es-US Noticias; 2.7.12). La segunda estación, por supuesto, recolectar dinero judío: «Romney recaudará fondos en Israel para su campaña electoral en una cena de gala que celebrará en Jerusalén a 60 mil dólares el cubierto» («Mitt Romney recaudará fondos en Israel»; Aurora; 11.7.12).

No se requiere mucha sagacidad para suponer, con alto grado de seguridad, que el avasallamiento de la política norteamericana a la voluntad de los gobiernos de turno de Israel no es casual y continuará más o menos bajo la misma configuración que Israel logró imponer los últimos años. Presidente que mendiga por dinero judío es muy difícil que defraude a Israel.

Una última aclaración que vale la pena acentuar: Ante la gran difusión que los medios internacionales y judíos otorgan a este tipo de «donaciones» a todos aquellos empedernidos en condenar expresiones que ellos consideran antisemitas, les va a ser muy difícil convencer a los pueblos del mundo - no a sus líderes - que la afirmación «el judaísmo compra poder con su dinero» es una forma de antisemitismo.

Lamentablemente pareciera que algunos hechos atestiguan que se está tornando una verdad.

Ojalá me equivoque...

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