Netanyahu leyó como si estuviera participando de alguno de esos enfervorizados mitines en el Comité Central del Likud. Abbás parecía un arengador en medio de una reunión de la Liga Árabe. El discurso de Obama fue más bien un llamamiento a los votantes judíos de Florida. No se puede dudar de las buenas intenciones del presidente, pero la política interna le exige ahora el susurro antes que la sonora enunciación de verdades audaces para ambas partes.
Toda esta telenovela no fue más que otro recordatorio de la endeble condición que presentan actualmente aquellos esfuerzos destinados a lograr la paz, y del nivel de sospechas mutuas que presenta cada una de las partes cuando se trata de saber si lo que realmente desea la otra es una solución de dos Estados para un solo pueblo o de dos Estados para dos pueblos.
Lo explicaré. Pero, antes, permítanme señalar que fue el periódico israelí Haaretz quien resumió de manera genial las actuaciones por parte de Netanyahu y de Abbás: "Si nos basamos en estas dos narrativas de demanda y de denuncia, parecería que el conflicto israelí-palestino hubiera viajado en una máquina del tiempo hasta el final del siglo pasado, borrando de un plumazo décadas de diálogo para gran alegría de los extremistas de ambos lados. La meta vuelve a ser no la paz, sino el hecho mismo del contacto directo entre las partes, e incluso ese objetivo está desdibujándose".
Y es en ese punto donde nos encontramos: preguntándonos si ambas partes serán capaces de mantener conversaciones alguna vez, por no mencionar la posibilidad de negociación de un acuerdo aplicable. Sin embargo, israelíes y palestinos actúan como si el tiempo estuviera de su lado. Yo no estaría tan seguro.
Estamos ante un "Nuevo Oriente Medio"; aunque no sea como lo esperábamos. Al dejar el terreno completamente desprovisto de propuestas diplomáticas, con tantos personajes de carácter inestable dando vueltas por ahí - como esos colonos extremistas israelíes entregados a pintadas ocasionales del tipo "Mahoma es un cerdo" en edificios musulmanes de Cisjordania; o como los extremistas palestinos de grupos como la Yihad Islámica, dedicados a la práctica de tiro al blanco contra civiles israelíes; o bien, disparando sus morteros sobre ciudades israelíes desde Gaza - lo único que se propicia es la generación de problemas ya que muchos de los viejos cortafuegos han desaparecido.
Si hoy estallaran enfrentamientos entre israelíes y palestinos no habría ningún Hosni Mubarak para contener las llamas. Lo que hay ahora es un primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogán, dispuesto a avivarlas en dirección a Israel. No es exagerado afirmar que, de producirse choques violentos entre israelíes y palestinos, tanto los tratados de paz entre Egipto e Israel como los suscriptos por Israel y Jordania podrían verse seriamente afectados. Y si la violencia palestina se extiende por Cisjordania, Abbás probablemente sólo les diría a los israelíes que ha decidido disolver a la Autoridad Palestina y que ya no estará dispuesto a oficiar de policía de Israel en los territorios. Eso terminaría de sepultar los Acuerdos de Oslo. Por lo tanto, los tres pilares de la paz - por imperfectos que hayan sido, y sin embargo, tan vitales para la seguridad de Israel desde 1970 - están en peligro.
Teniendo en cuenta estos riesgos, lo que un gobierno israelí con visión de futuro debería decirse a sí mismo es: "Tenemos mucho más que perder que los palestinos en caso de que todo esto colapse. Así que mejor hagamos un último esfuerzo. Abbás declara que no participará de las conversaciones de paz sin un congelamiento en la construcción de asentamientos. Pensamos que no dice la verdad: Le dimos un congelamiento parcial de 10 meses y no hizo nada con él. Pero hay tanto en juego aquí que vamos a ponerlo a prueba otra vez. Vamos a ofrecerle una moratoria total de seis meses en la construcción de asentamientos. ¿Qué son seis meses en la historia de un pueblo con 5.000 años de antigüedad? Ya tenemos 300.000 colonos establecidos allí. Se trata de una estrategia del tipo "victoria-victoria" que de ninguna manera pone en peligro nuestra seguridad. Si los palestinos todavía se resisten, ellos serán los aislados, no nosotros. Y si finalmente deciden conversar,¿quién sabe? Tal vez podamos hacer un trato".
Eso es lo que un sabio líder israelí haría ahora. Pero cuando el gobierno de Israel demuestra no tener intención alguna de llevarlo a cabo, no hace más que acrecentar los temores palestinos de que Israel quiere en realidad dos estados: ambos para sí. Es decir, el Israel anterior a 1967 y el posterior a 1967, i.e., Israel, Cisjordania y Jerusalén Oriental.
Sin embargo, la dirigencia palestina podría hacer mucho más aún para alentar tal propuesta, ya que lo único que conseguirá obligar a Netanyahu a tomar una decisión es el centro político israelí. Ya lo ha hecho antes. ¿Por qué no habría de lograrlo ahora? Cuando la silenciosa mayoría de Israel ve que su ejército se retira unilateralmente de Gaza y arranca de raíz los asentamientos allí para recibir a cambio ataques con misiles; cuando comprende que las pasadas propuestas de retirada de largo alcance hechas por los anteriores primeros ministros moderados no obtuvieron nada a cambio; cuando escucha que los palestinos insisten en el "derecho al retorno" de algunos de sus habitantes - no sólo a Cisjordania, sino al propio Israel -, entonces se multiplican los temores israelíes de que los palestinos sigan anhelando tener dos estados, ambos para sí: Cisjordania y el Israel anterior a 1967. Si Abbás se refiriera de un modo más directo a esos temores, Netanyahu tendría que enfrentar una presión interna mucho mayor para tomar decisiones.
Hemos retrocedido realmente hasta el comienzo mismo de este conflicto. Hasta que cada parte no sea capaz de garantizarle a la otra su firme intención de alcanzar dos Estados para dos pueblos - no para uno solo -, y su confianza en que ambas pretenden lo mismo, nada bueno podrá suceder, sino todo lo contrario.
Fuente: The New York Times - 30.9.11
Traducción: www.argentina.co.il