De Estados Unidos no sólo hemos importado la comida chatarra. También importamos la adulación del dinero; la inmensa brecha - en ingresos y estilo de vida - entre una capa muy fina de ricos y la clase media y los daños que ocasiona la privatización a cualquier precio.
El pasado fin de semana de Rosh Hashaná me invitaron a una piscina en uno de esos complejos hoteleros de Israel. Había un tobogán de agua para los niños; allí subían y bajaban disfrutando del entretenimiento acuático. Me sorprendí al darme cuenta de que un alto porcentaje de ellos tenían sobrepeso.
¿De dónde eran todos estos chicos con ropa de talla XL incluso antes de su Bar Mitzvá? Supongo que la causa del problema es producto de una alimentación basada en comida chatarra y dulces junto con largas horas de sedentarismo frente a varios tipos de pantallas electrónicas, desde televisión y computadoras hasta tabletas y teléfonos inteligentes.
Parecían niños estadounidenses.
Hace poco más de 11 años, cuando Arafat y Barak enterraron el proceso de paz en Camp David, nosotros, los periodistas, nos ocupamos de cubrir la conferencia residiendo temporalmente en un pueblo llamado Frederick, en el estado de Maryland. No obteníamos mucha información acerca de lo que estaba aconteciendo más allá de las vallas del cercano lugar de las reuniones; en cambio, se nos presentaba la rara oportunidad de familiarizarnos con el desconocido Estados Unidos de las pequeñas ciudades.
Había en el pueblo varios restaurantes del tipo "tenedor libre". Era increíble ver la cantidad de alimentos apilados en las bandejas que cada comensal llevaba a su mesa; ver a los niños resultaba aún más sorprendente. Ya a muy corta edad tenían panzas, muslos pesados y brazos gruesos. Se veían como esos gansos cebados y voluminosos. Su cuerpo superaba en 40 años a su edad cronológica.
Hoy en día, la obesidad constituye la mayor amenaza para la salud de los estadounidenses. Según un informe, un tercio de la población adulta y una sexta parte de los varones de entre 2 y 19 años son afectados por el fenómeno. A más bajo nivel de educación, mayor peso.
La epidemia estadounidense también se está expandiendo en Israel a un ritmo acelerado. Encontré una serie de cifras variables en Internet, pero todas son preocupantes. Según una encuesta oficial realizada en 2004, el 7,4% de los varones en nuestro país son obesos. No hay duda de que desde entonces sólo hemos logrado incrementar a lo grande ese porcentaje. Uno de los efectos de tal incremento en el número de personas con obesidad es la disminución en las tasas de reclutamiento de Tzáhal.
Los israelíes tienen una gran admiración por Estados Unidos. El país norteamericano simboliza el éxito; es un modelo a imitar; la representación del modo correcto de hacer las cosas. De hecho, hay un buen número de características propias de la democracia estadounidense dignas de emulación, y bastantes capítulos de su historia por los cuales debemos estar agradecidos. Sin embargo, no todo allí es correcto.
Ahora, cada vez más estadounidenses comprenden eso, y ya es hora de que los israelíes se den cuenta de la verdadera situación: La sociedad norteamericana está atravesando una profunda crisis. El nadir económico y la parálisis política son apenas la punta del iceberg. Quienes optan hoy por imitar ciegamente a los estadounidenses no hacen más que conducir a su sociedad hacia el desastre.
De Estados Unidos no sólo hemos importado la comida chatarra. También importamos la adulación del dinero; la inmensa brecha - en ingresos y estilo de vida - entre una capa muy fina de ricos - algunos de ellos, ricos a expensas del pueblo - y la clase media; la merma de la inversión en educación, sociedad e infraestructura; los perjuicios que ocasiona la privatización a cualquier precio; la apropiación de la toma de decisiones por parte de los grupos de presión y de los expertos en relaciones públicas; la estupidez de la televisión.
Hace unas semanas, Tom Friedman y Michael Mandelbaum publicaron su libro "That Used to Be Us" ("Eso era lo que solíamos ser"). A diferencia de lo que podría sugerir el título, no se trata de nostalgia. El libro es una descarnada acusación que detalla todos los fatídicos errores cometidos por los líderes políticos y del ámbito económico de Estados Unidos en la última década. Cualquier persona que admire las virtudes del país norteamericano y sea plenamente consciente de hasta qué punto el futuro mundial depende del éxito de Estados Unidos leerá este libro con un sentimiento de gran inquietud.
Cuando el primer ministro Binyamín Netanyahu vio el libro en mi asiento durante el vuelo a Nueva York lo recogió por un momento para luego abandonarlo con desprecio. Se mostraba enfurecido por las críticas formuladas contra él por Friedman en el New York Times. Me ofrecí a prestarle el libro, pero se negó. Es una lástima, ya que el primer ministro más norteamericano de la historia de Israel podría haber aprendido algunas cosas de su lectura.
Podría haber aprendido que no sólo debería cambiar aquel distorsionado método de recaudación de impuestos que él importó de Estados Unidos como ministro de finanzas, sino también el espíritu. El espíritu estadounidense no funciona. Ni siquiera funciona en Estados Unidos. El rol que debe ejercer un verdadero liderazgo es conducirnos sabiamente hacia un nuevo espíritu, el cual habrá de conservar algo de aquel viejo espíritu israelí que fundó el Estado, pero hablando ya un nuevo lenguaje: el lenguaje del siglo 21.
Ese es el espíritu que surgió de entre los campamentos de protesta en este verano. Es el espíritu que impulsó la renuncia de la presidente de la empresa láctea Tnuva el otro día. Este es el espíritu que se perdió en el camino a Jerusalén.
Fuente: Yediot Aharonot - 9.10.11
Traducción: www.argentina.co.il