Israel celebra sus elecciones al 19° Parlamento en las que se elegirá a los 120 diputados, que a su vez votarán al primer ministro. A pesar de que se trata de uno de los países con más atención internacional, las particularidades de su sistema electoral provocan grandes lagunas, dando lugar a errores de bulto que van más allá de repetir el mantra de «la única democracia de Oriente Medio».
Al contrario de lo que ocurre en gran parte del mundo occidental, que las elecciones se celebren de manera anticipada en Israel no es síntoma de la debilidad del gobierno o de claudicación por parte del primer ministro, sino más bien un reflejo de la construcción de su sistema político. De hecho, en esta ocasión, Binyamín Netanyahu parte con todas las encuestas a favor.
El sistema electoral israelí tiene un umbral electoral muy bajo (2%) y un distrito único, lo que provoca que en el Parlamento haya diputados de más de una decena de partidos distintos. El objetivo de esta elevada representatividad es buscar el reflejo del mayor número de tendencias de un país heterogéneo formado por inmigrantes.
Las coaliciones de gobierno son una de las señas de identidad de Israel. Desde su fundación ningún partido ha alcanzado la mayoría suficiente para gobernar en solitario, lo que ha provocado pactos de hasta cinco formaciones distintas.
Tradicionalmente, el Parlamento elige como primer ministro al líder del partido con más sufragios, aunque no siempre es así. En las pasadas elecciones, el partido de Netanyahu - Likud - obtuvo menos votos que la entonces candidata de Kadima, Tzipi Livni, pero el actual primer ministro logró el apoyo necesario para ser nombrado líder del gobierno.
Cuando se aborda el mapa político israelí, uno de los errores más comunes son los paralelismos entre la izquierda y la derecha europea. Las divisiones en el sistema de partidos tienen que ver con las fracturas sociales y religiosas, y no se acomoda necesariamente con el concepto tradicionalmente atribuido izquierda y derecha.
La división de los partidos se estructura en torno a su posición en cuatro grandes asuntos: el religiosa-secular, las concesiones territoriales - o no - en el conflicto con los palestinos, la seguridad del Estado y lo relacionado con la economía y Estado del bienestar.
Suele ser costumbre dividir a las facciones políticas israelíes en otros cuatro bloques, respecto a los citados temas: el bloque de derecha, el ultraortodoxo, el de centro-izquierda y el de los partidos árabes.
Actualmente, 12 partidos tienen representación en Parlamento israelí, aunque son más de una treintena los que se presentan a las elecciones. El bloque de derecha es el más fuerte, encabezado por el Likud a cuyo frente se encuentra Netanyahu, que gobierna en coalición con Israel Beiteinu, que lidera el ex canciller Avigdor Liberman. En esta ocasión, ambos partidos se presentan con una lista conjunta, que según anticipan la mayoría de las encuestas, perderán votos concurriendo unidos respecto a su resultado por separado.
Además, un nombre resuena como la revelación de las elecciones de israel: Naftalí Benett. El joven político lidera la formación Habait Haiehudí y se perfila no sólo como la nueva estrella de la ultraderecha religiosa y nacionalista, sino como el probable socio de gobierno de Netanyahu.
En el bloque del centro, se anticipa un gran vendaval. Kadima, el partido mayoritario del actual Parlamento, está prácticamente condenado a la desaparición. A la deserción masiva de muchos de sus miembros se une la fundación del nuevo partido Hatnuá por parte de su ex líder, Tzipi Livni.
La formación de nuevos partidos y la transferencia de votantes es otro de los símbolos identitarios de la política israelí, en la que no existe una fidelidad sincera a las distintas listas.
La izquierda israelí atraviesa su particular travesía por el desierto. Más débil que nunca, la decadencia del Partido Laborista de Shelly Yachimovich se ha incrementado tras la «aventura» del titular de Defensa, Ehud Barak, como ministro de Netanyahu.
La líder laborista ha dado bandazos durante la campaña, y no ha conseguido capitalizar el descontento con el gobierno plasmado en las multitudinarias manifestaciones por la justicia social del verano de 2011.
En el bloque ultrortodoxo ha primado la estabilidad, al igual que en los partidos árabes. Shas mantiene el apoyo electoral con el que consiguieron 11 asientos en el Parlamento. Está por ver si dicha formación le araña votos a Likud, capitalizando el descontento por la aventura de Netanyahu-Liberman.
Por su parte, Iahadut Hatorá continuará concentrando el voto ultraortodoxo ashkenazí.
Tampoco se esperan sorpresas en el bloque de los partidos mayoritariamente árabes. Jadash parece que mantendrá sus cuatro escaños, y Balad podrá ganar alguno más de los tres que tiene actualmente.
Según la gran mayoría de los pronósticos, cualquiera sean los resultados, la formación de un nuevo gobierno será difícil y muy costosa en promesas y presupestos sectoriales.