Ni los más sofisticados aviones sin piloto ni el más moderno escudo antimisiles fueron capaces de proteger al Gobierno y a los servicios de seguridad de Israel del ataque mediático como respuesta a una típica artimaña: esconder información que revela embarazosos desaciertos. El escándalo se desató.
Ben Zygier, joven judío australiano, decidió materializar sus ideales sionistas y en el año 2000 se estableció como nuevo ciudadano en Israel. Según informan los medios, en una total identificación con el país se dedicó a los estudios, se alistó al Ejército, formó una familia y hasta dio sus primeros pasos como abogado en una conocida firma israelí.
Los trascendidos aseguran que su ferviente compenetración de las necesidades del país lo llevó a alistarse en el Mossad como uno de sus agentes secretos. Aparentemente, y según las mismas fuentes, durante su servicio cometió graves infracciones o delitos de manera que fue detenido a principios de 2010.
Hasta aquí un devenir normal de acontecimientos. Sin entrar a discutir la esencia de las infracciones o delitos o de su trato judicial, sobre los cuales se carece de toda información, a partir de este punto comienzan las conocidas complicaciones de los servicios de seguridad israelíes en relación a normas básicas de conducta con sus ciudadanos y el desprecio hacia los medios de difusión.
Ben Zygier fue puesto tras las rejas en la cárcel Ayalón en una celda especialmente diseñada en su tiempo para el asesino de Itzjak Rabín con control de varias cámaras durante todas las horas del día y noche. Paralelamente, los servicios de seguridad obtuvieron una orden judicial que impuso censura total a todos los medios prohibiendo difusión de cualquier información al respecto.
La detención del ex agente del Mossad se convirtió en una cautividad de anonimato total. En la única democracia de Oriente Medio, según la voluntad de sus servicios de seguridad y el pavor de parlamentarios y medios de difusión locales, se puede hacer desaparecer a un ciudadano bajo un encarcelamiento secreto.
Pero aquí no se detienela imbecilidad. Según la información trascendida, misteriosamente y por supuesto sin detalles, Ben Zygier logró suicidarse en su celda pese a estar controlado de cerca las 24 horas del día. Poco convincente ¿no?
Gracias a la tenacidad y valentía de un medio extranjero e Internet, los ciudadanos israelíes hoy pueden liberarse de la tontería de un cepo informativo inaudito impuesto por su Gobierno. Por encima de los denodados esfuerzos de último momento de la Oficina del Primer Ministro de Israel para tapar la boca a directores de diarios y radios nacionales, la ola informativa, que en horas barrió Internet, y la valentía de unos pocos parlamentarios de la oposición, permitieron que se destape esta olla de tufo tan desagradable.
No se duda del derecho del Estado en cuidar secretos cardinales de sus servicios de seguridad; pero este privilegio de ninguna manera puede atentar contra el derecho esencial de un ciudadano: que no se lo haga desaparecer detrás de una detención secreta. Se puede evitar publicar su nombre y su foto, no los hechos.
Los organismos secretos, sólo por una cuestión de imagen, no están dispuestos a reflejar fracasos o debilidades, incluso a costa de pisotear derechos civiles básicos de los ciudadanos del país. Preocuparse por una amenazante apariencia sin manchas de tropezones es más importante que respetar principios democráticos universales y la responsabilidad de cuidar la integridad de la sociedad.
«Por supuesto que no sólo por la importancia del enemigo iraní, sirio o sudanés los servicios de seguridad y de informaciones se desvelan, sino también por la trascendencia de sus jefes. Desde el momento en que no se publica nada, sólo hay fuentes extranjeras, no existe el debate público, y cuando no hay debate público, tampoco hay exigencia de investigar negligencias y cortar cabezas. Máximo se escribe un informe interno que queda sepultado en algún cajón secreto y olvidado. Cuando no hay preguntas, se puede camuflar equívocos y mostrarse ante el público como héroes que pueden todo, que tienen derecho a millonarios presupuestos y respaldo politico» [1].
Mario Vargas Llosa, apasionado idealista de un acuerdo de paz en la región, se deslumbró con las declaraciones pacifistas justo de Avraham Shalom, ex jefe de los servicios de seguridad de Israel, en la pelicula «Los guardias del umbral» [2]. El escritor peruano reconoció que Shalom debió renunciar en 1986 por haber ordenado el asesinato a sangre fria de dos terroristas maniatados y detenidos en instalaciones de su unidad, pese a que dos años antes el parte oficial indicaba que murieron en combate con el Ejército israelí durante su atentado.
Sin embargo, Vargas Llosa se olvidó de señalar otros delitos, no menos graves, cometidos por el susodicho y sus subordinados. En una confabulación dentro su institución se logró manipular una comisión investigadora del caso de manera que se acusó de la muerte intencional de los terroristas a un general del Ejército (Itzjak Mordejai, más tarde ministro de Defensa israelí) que por casualidad y tras muchos esfuerzos jurídicos alcanzó a salir inocente. La responsabilidad de Shalom y sus secuaces en las atrocidades cometidas finalmente saltaron a la luz de todos. Eso si, no hay que preocuparse por sus destinos. El ex presidente del país, el ya fallecido Haim Herzog, a sugerencia del Ejecutivo nacional, los indultó por adelantado de todo proceso judicial. Fue así que se hicieron acreedores a una eterna impunidad en la única democracia Oriente Medio [3].
La experiencia nos demuestra que mentir a las instancias judiciales formó parte del folklore de los servicios de seguridad. Vale la pena recordar el caso del teniente Izzat Nafso, quien fue condenado a 18 años de prisión por traición. Retrospectivamente, el Superior Tribunal de Justicia determinó que en la investigacion dirigida por Yossi Ginosar, jerarca de los servicios, la confesión de Nafso fue obtenida por medio de torturas fisicas y que los testimonios de los agentes de la institución se basaron en mentiras [4]. Tampoco aquí hay que preocuparse por el destino de Ginosar.
Personalmente, Ginosar se convirtió por el resto de su vida en una personalidad destacada y muy apreciada en el ambiente político y económico de la única democracia de Oriente Medio.
Dalia Dorner, presidenta del Consejo Nacional del Periodismo de Israel y ex jueza de la Corte Suprema de Justicia del Estado judío, fue entrevistada en el el programa «Que es lo que arde» en la radio militar «Galei Tzáhal» el mismo día que se desató el escándalo. Ante la pregunta sobre su experiencia con la veracidad de los testimonios de funcionarios de los servicios de seguridad ante los tribunales, Dorner respondió con firmeza: «Por principio, no les creo a las instituciones oficiales».
La prolongada práctica nos demuestra, lamentablemente, que es muy difícil de creerles.
Ojalá me equivoque…
[1] «Sin medios de difusión y sin debate público: la democracia ideal del jefe del Mossad»; Aluf Ben; Haaretz; 13.2.13.
[2] «Israel: Ganar batallas, perder la guerra»; Mario Vargas Llosa; Israel en línea; 10.2.13.
[3] Detalles del escándalo denominado «Línea 300» se pueden ver en Wikipedia y en la Enciclopedia de Ynet.
[4] «Izzat Nafso sin Emile Zola»; Yossi Beilin; Israel Hayom; 14.2.13.