La sanción de la legislación que elimina la excepción al servicio militar obligatorio de los judíos ultraortodoxos y de los ciudadanos israelíes de origen árabe es una de las decisiones políticas de mayor importancia estratégica adoptada en toda de la historia del Estado de Israel.
Israel es el único país del mundo que desde su fundación en 1949 no conoce la paz. Su derecho a la existencia no está todavía garantizado internacionalmente. Hay países, como Irán, y organizaciones terroristas, como Hamás y Hezbolá, que preconizan su destrucción.
En ese contexto, es fácil comprender por qué las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) son la institución fundamental de la sociedad.
En el Estado hebreo, la mayoría de la población, inclusive las mujeres, sirve en las FDI. Los ciudadanos hacen de dos a tres años de servicio militar obligatorio y quedan incorporados a la fuerzas de reserva.
Pero en la mayoría de los ejércitos del mundo las fuerzas de reserva constituyen un apéndice del ejército permanente. No es así en Israel: los reservistas conforman unidades militares propias que están bajo las órdenes de oficiales de reserva. Se trata de una estructura democratizadora. Es frecuente que un alto ejecutivo esté a las órdenes de quien en su empresa es un inferior jerárquico.
Cada año, los israelíes abandonan su vida particular para pasar varias semanas con su unidad militar. En Israel, los vínculos que se establecen en las FDI forman poderosas redes sociales.
La mayoría de los emprendedores hebreos recibieron una gran influencia de su paso por las FDI. La formación militar, que por su carácter tecnológico y su apuesta a la iniciativa y a la responsabilidad individual más allá de las jerarquías formales, se diferencia cualitativamente de la mayoría de los ejércitos del mundo, tiene una impronta de capacitación para la vida civil y, en particular, para el mundo empresario.
En Israel, el currículum académico es igual de importante que la experiencia militar. Esa experiencia compartida, que no sólo es teórica sino que adquiere manifestación en el campo de batalla, construye lazos de confianza que se traducen en las contrataciones laborales.
Yossi Vardi, un empresario considerado en Israel el «padre de la alta tecnología», comentó que hay empresas que dejaron de colocar avisos con ofertas de trabajo para privilegiar el silema conocido como «un amigo trae a su amigo».
Para Vardi, el gráfico social en Israel es muy sencillo. «Todo el mundo se conoce, todo el mundo tiene un hermano que estuvo en el Ejército con alguien. La madre de alguien fue profesora de alguien. El tío de alguien estaba al mando de la unidad de alguien. Si algo sale mal, el responsable no se puede correr a esconderse. El grado de transparencia es altísimo».
En su última campaña electoral, el primer ministro Netanyahu había planteado como prioridad conseguir que Israel ingrese en la nómina de las diez economías más relevantes del mundo. Gidi Grinstein, fundador y presidente del Reut Institute, un prestigioso centro de estudios, señaló que la brecha que separa hoy en día el nivel de vida de Israel de otros países desarrollados es muy peligrosa.
«Nuestro sector empresarial está entre los mejores del mundo y nuestra población tiene un nivel de educación muy alto. Pero la calidad de vida y los servicios públicos deja mucho que desear».
Esta percepción de Grinstein explica la raíz de la disconformidad de la clase media israelí, que salió a las calles en un difuso pero multitudinario reclamo de mejores condiciones de vida, y explica también el rápido ascenso del partido Yesh Atid, liderado por Yair Lapid, que en poco tiempo acumuló apoyo suficiente como para erigirse en socio indispensable de la coalición gubernamental.
El problema de Israel es el dualismo de su economía. Mientras el sector de alta tecnología se encuentra entre los más avanzados del mundo, el conjunto del sistema económico no sigue su ritmo. Una de las razones fundamentales de esta disparidad es la baja tasa de empleo. Apenas el 55% de la población económicamente activa está integrada al sistema productivo. Es el índice de participación más bajo del mundo desarrollado.
Esa baja tasa de participación laboral se atribuye a dos minorías: los judíos ultraortodoxos y los árabes israelíes. El 84% de los ciudadanos israelíes y el 73% de sus ciudadanas de entre 25 y 64 años tienen trabajo. Pero entre los ultraortodoxos esa participación es de sólo el 40% y en el de las mujeres árabes del 19%. En ambas minorías, el índice de desempleo estructural es extremadamente alto.
Los ultraortoxos estaban eximidos del servicio militar si acreditaban que estaban consagrados a estudiar a tiempo completo en los seminarios rabínicos. Esta excepción fue creada por David Ben Gurión para obtener el apoyo ultraortoxo cuando se fundó el Estado de Israel. En aquel momento favorecía a unos cuatrocientos estudiantes, pero en los últimos años ya beneficiaba a decenas de miles que concurrían a esas escuelas en lugar de alistarse a las FDI.
Las consecuencias económicas son fuertemente negativas. Por su falta de experiencia militar, los ultraortodoxos, al igual que los árabes israelíes, no reciben la altísima capacitación que proporciona el Ejército a la mayoría de sus compatriotas.
Además, están marginados de las redes informales que construyen los judíos israelíes en las FDI. Esta diferencia agrava las divisiones culturales que existen en la sociedad, ya sea dentro de la propia comunidad judía, en el caso de los ultraortoxos, y entre los judíos israelíes y la población árabe.
Miles de estudiantes árabes se gradúan anualmente en institutos académicos de ingeniería y tecnología de Israel. Pero datos suministrados por el Centro para el Desarrollo Económico Judío Arabe, determinan que sólo algunos consiguen encontrar un trabajo que refleje su formación y sus aptitudes. Los universitarios árabes de Israel necesitan disponer de un recurso que el Gobierno nacional no puede proporcionarles: una red de amigos en los lugares adecuados.
Esa desconexión agudiza la proverbial desconfianza de los judíos israelíes en sus compatriotas de origen árabe, que en un 83% son musulmanes.
Este escenario se agrava por el desarrollo demográfico. Los sectores ultraortoxos y árabe, que en su conjunto reúnen hoy al 29% de la población, en 15 años más sumarán el 39%. Sin una transformación drástica en el mercado laboral, esas tasas de participación serán aún más bajas y crecerán las dificultades.
«Las tendencias actuales van totalmente en contra del desarrollo deseado», advertía el informe Israel 2028, elaborado por un comité de expertos que trazó una preocupante prospectiva de la sociedad israelí.
Más alarmista, «Israeli Politics», un sitio de reflexión estratégica ampliamente consultado, destaca que «es importante recordar: el 29% de los niños menores de 6 años en Israel de hoy son árabes y el 30% son ultraortodoxos. Cualquiera que mire al futuro de Israel entenderá que no hay ninguna posibilidad realista para seguir construyendo el sistema basado únicamente en el sector judío secular. En 12 años, serán una minoría cuya participación en la población probablemente continuará disminuyendo. El único camino al futuro de Israel es volver a planificar los sistemas para permitir una verdadera integración de los sectores árabes y ultraortodoxo».
Esta nueva legislación apunta a empezar a corregir esa distorsión estructural.