Por años, los negociadores en el proceso de paz entre Israel y la Autoridad Palestina pensaron que llegaría un tiempo en que habría un Estado israelí y otro palestino conviviendo. Pero es una idea alejada de la realidad y se impone ahora un cambio.
Las tres últimas décadas están sembradas de esqueletos de proyectos de negociaciones fallidos, etiquetados como la última posibilidad de paz en Israel. Todas las partes han estado aferradas a la noción de que debe haber dos Estados, uno palestino y otro israelí. Durante más de 30 años, expertos y políticos han advertido acerca de un «punto de no retorno». El Secretario de Estado, John Kerry, es el último de una larga fila de diplomáticos estadounidenses bienintencionados aferrados a una idea cuyo momento ahora es pasado.
Los verdaderos creyentes en la solución de dos Estados no ven absolutamente ninguna esperanza fuera de eso. Sin alternativa alguna en mente, y sin voluntad o capacidad para repensar sus suposiciones básicas, están forzados a defender un concepto cuyo éxito ya no pueden definir sinceramente como plausible o incluso posible.
A veces se producen grandes sorpresas. El problema es que los cambios que se requieren para alcanzar la visión de dos Estados robustos, el israelí y el palestino, viviendo uno al lado del otro, son ahora considerablemente menos probables que otros resultados menos familiares pero más razonables, que demandan un alto nivel de atención aunque no lo reciben.
Las tendencias islámicas fuertes dan como más probable una Palestina fundamentalista que un pequeño Estado bajo un gobierno laico. La desaparición de Israel como proyecto sionista, por la guerra, el agotamiento cultural o el impulso demográfico, es cuando menos tan probable como la evacuación de una proporción considerable del medio millón de israelíes que viven al otro lado de la frontera de 1967, o Línea Verde, para permitir que exista un Estado palestino. Mientras que la visión de un Estado israelí y otro palestino exitosos se ha deslizado de lo posible a lo apenas probable, un Estado mixto emergente de luchas violentas y prolongadas por derechos democráticos ya no es inconcebible. Pero la fantasía de que hay una solución de dos Estados impide que todo el mundo inicie acciones en pos de algo que puede funcionar.
Todas las partes tienen razones para aferrarse a esa ilusión. La Autoridad Palestina necesita que su pueblo crea que se logran progresos hacia una solución de dos Estados para poder seguir consiguiendo la ayuda económica y el apoyo diplomático que subsidia el estilo de vida de sus dirigentes, los empleos de decenas de miles de soldados, espías, oficiales de policía y funcionarios civiles, y la reputación de la autoridad en una sociedad palestina que la considera corrupta e incompetente.
Los gobiernos israelíes se agarran del concepto de dos Estados porque parece reflejar los sentimientos de la mayoría israelí judía y protege al país del oprobio internacional, aun cuando sirve de camuflaje a persistentes esfuerzos de expandir el territorio de Israel dentro de Cisjordania.
Los políticos estadounidenses necesitan el slogan de dos Estados para mostrar que están trabajando en pos de una solución diplomática, para evitar que el lobby pro–Israel se vuelva contra ellos y para disfrazar la humillante incapacidad para permitir cualquier luz entre Washington y el gobierno israelí.
Por último, la industria del «proceso de paz» - con sus legiones de asesores, expertos, académicos y periodistas - necesita un flujo estable de lectores, oyentes y proveedores de fondos que estén desesperadamente preocupados ya sea porque esta última rueda de conversaciones va a conducir al establecimiento de un Estado palestino, o porque no.
Concebida ya en la década de 1930, la idea de dos Estados entre el Jordán y el Mediterráneo hizo cualquier cosa menos desaparecer de la conciencia pública entre 1948 y 1967. Entre 1967 y 1973 reapareció, impulsada por una minoría de «moderados» en ambas comunidades. Hacia la década de 1990, las mayorías de los dos lados la consideraron no sólo viable sino, durante las reuniones cumbre del proceso de paz de Oslo, también probable. Pero algunos errores de conducción ante presiones tremendas trajeron aparejado el derrumbe de Oslo. En estos días nadie sugiere que una solución negociada de dos Estados sea probable. Los más optimistas insisten en que, por un período breve, todavía puede ser concebible.
Pero muchos israelíes ven la terminación del país no sólo posible, sino probable. Se ha establecido el Estado de Israel, no su permanencia. La frase más común en el discurso israelí es alguna variación de «Si ocurre tal cosa (o no ocurre), ¡el Estado no sobrevivirá!» Quienes suponen que Israel va a existir siempre como proyecto sionista deberían tener en cuenta qué rápido se desarmaron el Estado soviético, el iraní de Pahlevi, el sudafricano del apartheid, el iraquí baathista y el yugoeslavo, y qué poca advertencia tuvieron incluso agudos observadores de que tales transformaciones eran inminentes.
En todos estos casos, las presunciones acerca de lo que era «imposible» ayudaron a proteger instituciones frágiles limitando la imaginación política. Y cuando las realidades objetivas empezaron a divergir significativamente del sentido común oficial, se acumularon presiones inmensas.
Del mismo modo en que un globo inflado con aire estalla cuando se excede su resistencia a la presión, en política hay umbrales del cambio radical, conflictivo. Cuando esos umbrales se trasponen, lo imposible de pronto se vuelve probable, con implicaciones revolucionarias para los gobiernos y las naciones. Como vemos claramente a través de Oriente Medio, cuando las fuerzas de cambio y las nuevas ideas se sofocan tanto, el cambio repentino y turbulento se vuelve cada vez más probable.
La historia ofrece muchas lecciones de ese tipo. Gran Bretaña gobernó Irlanda durante siglos; la anexó en 1801. La clase política inglesa entera consideraba un hecho la incorporación permanente de Irlanda. Pero la furia irlandesa contenida produjo repetidas revueltas. Hacia la década de 1880, la cuestión irlandesa era el principal problema que enfrentaba el país: condujo a sublevaciones en el ejército y casi a una guerra civil antes de la Primera Guerra Mundial. Una vez terminada ésta pasaron sólo unos pocos años hasta el establecimiento de una Irlanda independiente. Lo que era inconcebible se transformó en un hecho.
París gobernó Argelia durante 130 años y nunca la cuestionó como parte integral de Francia. Pero se acumularon presiones enormes que explotaron en una revolución que dejó miles de muertos. Pronto Argelia se independizó y los europeos fueron evacuados del país.
Y cuando Gorbachov procuró salvar al comunismo soviético reformándolo con las políticas del Glasnost y la Perestroika, confiaba en que el pueblo seguía creyendo en la permanencia de la estructura soviética. Pero las fuerzas a favor del cambio ya eran devastadoras.
La concentración obsesiva en preservar la posibilidad teórica de una solución de dos Estados es tan irracional como reacomodar los asientos de cubierta en el Titanic en lugar de conducir el barco a cubierto de los icebergs. Pero ni los vapores por la noche ni el Estado de Israel pueden evitar los icebergs a menos que los avisten.
* El autor es profesor de la Universidad de Pennsylvania y autor de «Unsettled States, Disputed Lands»
Fuente: Clarín