La efusión mundial de respeto hacia Nelson Mandela sugiere que no sólo nos despedimos del hombre en su muerte, sino que perdimos a cierto tipo de líder, único sobre el escenario mundial actualmente, y estamos de duelo por eso justamente en la misma medida. Mandela tenía una dosis extraordinaria de «autoridad moral». ¿Por qué? ¿Y cómo la obtuvo?
Buena parte de la respuesta puede deducirse de una escena en una película sobre Mandela de la cual escribí anteriormente: «Invictus». Sólo para recordar, cuenta la historia del único mandato de Mandela como presidente de Sudáfrica, cuando envía al famoso equipo de rugby del país, los Springboks, en una misión para ganar la Copa Mundial de Rugby de 1995 y, a través de eso, a empezar la sanación de la tierra desgarrada por el apartheid. Sin embargo, antes de los partidos, el comité deportivo en la Sudáfrica posterior al apartheid, encabezado recientemente por un negro, le dice a Mandela que quiere cambiar el nombre y los colores de los Springboks, casi totalmente blancos, a algo que reflejara más la identidad negra africana.
Sin embargo, Mandela se niega. Les dice a sus funcionarios negros del deporte que una parte esencial de hacer sentir a los blancos como en casa en una Sudáfrica dirigida por negros no era desarraigar todos sus amados símbolos. «Ese pensamiento es negativo», dice Mandela, interpretado por Morgan Freeman, en el filme. «No le sirve a la nación». Después, hablando sobre los sudafricanos blancos, Mandela agrega: «Tenemos que sorprenderlos con autocontrol y generosidad».
Hay muchas grandes lecciones de liderazgo en esta corta escena. La primera es que una de las formas en que los líderes generan autoridad moral es si están dispuestos a desafiar a su propia gente a veces, y no sólo a la otra parte. Es fácil conducir diciéndole a tu propia gente lo que quiere oír. Es fácil guiar cuando las cosas van bien. Sin embargo, la única manera de hacerlo no es sólo convenciendo a la propia sociedad de hacer algo difícil - en el caso de Sudáfrica, pedirles a los blancos que cedan poder al mandato de la mayoría negra - sino encarando a la propia gente para que también haga cosas difíciles: en el caso de Sudáfrica, pedirles a los negros que eviten la venganza después de tantos años del brutal y enquistado dominio de los blancos.
Dov Seidman, cuya empresa, LRN, asesora a directores ejecutivos sobre gerencia corporativa y autor del libro «How», argumenta que otra fuente de la autoridad moral de Mandela se derivó del hecho de que «él le confió la verdad al pueblo», en vez de sólo decirle lo que deseaba oír. «Dirigentes que confían la verdad al pueblo, duras verdades, obtienen confianza a cambio», dijo Seidman. Los líderes que no generan ansiedad e incertidumbre en sus seguidores, quienes en el fondo suelen saber la verdad y no se sienten realmente aliviados, cuando menos durante largo tiempo, por haberla pasado por alto o disfrazado.
Finalmente, agregó Seidman, «Mandela hizo grandes cosas al hacerse pequeño».
«A través de su humildad poco común y su voluntad para confiarle la verdad a la gente, Mandela creó un espacio de esperanza donde suficientes sudafricanos confiaban entre sí en gran medida para que pudieran unirse y llevar a cabo juntos el arduo trabajo de la transición», añadió.
«Lo que resulta tan inspirador de Mandela es que él no convirtió el momento de la transición de Sudáfrica en su propio momento. No fue sobre su permanencia en prisión durante 27 años. No se trataba de su necesidad de venganza. Era sobre aprovechar un momento realmente grande para ir del racismo al pluralismo sin detenerse para vengarse. Mandela no se convirtió a sí mismo en la esperanza. Él vio su desafío de liderazgo en inspirarle esperanza a otros, para que hicieran el duro trabajo de la reconciliación. Fue en ese sentido que Mandela logró grandes cosas al volverse más pequeño que el momento», señaló.
Para expresarlo de otra manera, Mandela y su socio, el presidente sudafricano F.W. de Klerk, extrajo suficiente de su pueblo para trascender su pasado en vez de sumirse en él. Mucha de la política estadounidense en estos tiempos es sobre modificar, no elevar, a la gente. Buena parte de la política estadounidense hoy en día es sobre cómo se hace difusión selectiva a un segmento demográfico, probado en encuestas, en tal o cual código postal, a fin de lograr que el número justo de electores cambie hacia mi lado para darme 50.1%: justo lo suficiente para ganar el cargo, mas no para gobernar o hacer cualquier cosa grande y dura. El genio de Mandela fue su habilidad para captar una masa crítica de sudafricanos para que se eleven, para que vayan a un nuevo lugar, no sólo cambien unos cuantos votos en las márgenes.
Es precisamente la ausencia de ese liderazgo en muchísimos países actualmente lo que motivó a millones de individuos superfacultados en diferentes países en los últimos cuatro años - desde Irán y Egipto hasta Túnez, Turquía y Ucrania - a llegar en tropel a plazas públicas. Sin embargo, lo que llama la atención es el hecho de que ninguno de estos «movimientos de la Plaza Tahrir» haya formado aún alternativas democráticas que sean sostenibles. Ese es un proyecto grande y duro, y sólo puede hacerse unidos. Además, resulta que generar esa unidad de propósito y enfoque sigue requiriendo de un líder, pero del tipo indicado de líder.
La gente está rechazando líderes que gobiernan por la autoridad formal de su posición y mandan por el poder jerárquico, pero anhela genuino liderazgo: líderes que conduzcan mediante su autoridad moral para inspirar, para elevar a otros y para incluirnos en una travesía compartida.
Fuente: The New York Times
Traducción: www.israelenlinea.com