Ariel Sharón, Arik, como todo el mundo le llamaba, dejó con su fallecimiento una herencia política contrastada que ni la derecha ni la izquierda israelí pueden reivindicar totalmente.
La izquierda lo criticó por propiciar la colonización de territorios palestinos conquistados por Israel durante la Guerra de los Seis Días, en 1967, así como la «operación» en Líbano en 1982, que debía durar 48 horas y se demoró 18 años (!).
La derecha, por su parte, le cuestionó la retirada de la Franja de Gaza y de cuatro asentamientos en Cisjordania, en 2005, y la evacuación por la fuerza de unos ocho mil colonos.
La ultraderecha y el partido Likud del actual primer ministro Binyamín Netanyahu, la antigua facción de Sharón, nunca le perdonaron que «traicionara» de ese modo a los habitantes de los asentamientos, a quienes apoyó durante décadas.
«Tuvo sus méritos como militar para la seguridad de Israel, pero no olvidamos lo que hizo en Gaza», declaró recientemente Naftali Bennett, ministro de Economía y líder del partido ultranacionalista religioso Habait Haiehudí, favorable a la anexión de Cisjordania.
«Por supuesto, muchos de nosotros quedamos enfurecidos por la expulsión de sus hogares de ocho mil residentes de Gush Katif y los desastrosos resultados para los ciudadanos de Israel. Algo así no tiene que volver suceder nunca más», puntualizó.
Sin criticar directamente a Sharón, Netanyahu usó en varias oportunidades la toma de control de Gaza por parte de la organización terrorista palestina Hamás, en 2007, para excluir una retirada de gran envergadura de Cisjordania.
Mientras, la izquierda saludó la retirada de Gaza, aunque criticó el carácter unilateral de la misma, ya que para ella, al negarse a negociar las condiciones de dicho repliegue con el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbás, Sharón debilitó a este último y fortaleció a Hamás, que no escatimó en lanzar misiles durante años hacia ciudades y poblaciones de Israel.
La izquierda no puede olvidar que Sharón fue el adalid de la colonización, y que encarnó una política férrea contra los palestinos antes de convencerse de que Israel debería renunciar a conservar la mayor parte de los territorios militarmente ocupados si quería seguir siendo un Estado judío y democrático.
En el plano electoral, el partido Kadima, fundado por Sharón en noviembre de 2005, tras abandonar el Likud, que se oponía a la retirada de Gaza, lo colocó en la cima de su carrera política y de su popularidad.
Poco después del ataque cerebral que dejó a Sharón en un estado de coma irreversible, en enero de 2006, su sucesor, Ehud Olmert, condujo al partido a una victoria espectacular, aplastando al Likud.
No obstante, en 2009, Netanyahu casi logró igualar el resultado de Kadima, liderado entonces por Tzipi Livni, y formó una sorprendente coalición con el laborismo de Ehud Barak, Israel Beiteinu de Liberman y las facciones ultaortodoxas. Así, el partido de Sharón, que pasó a la oposición, fue perdiendo peso.
En enero de 2013, Kadima, dirigido ya por el ex ministro de Defensa, Shaul Mofaz, obtuvo sólo dos bancas sobre 120, mientras que Livni, que abandonó el partido y creó la nueva formación centrista Hatnuá, obtuvo seis escaños.
Desde que se agravó el estado de salud de Sharón, comentaristas israelíes lo compararon con Netanyahu. Así, se suele presentar a Sharón como un «estadista» capaz de equivocarse, pero también de arriesgarse para lograr algo, y a Netanyahu como un hombre incapaz de hacerle frente a la presión contradictoria de la ultraderecha israelí y de Estados Unidos.
Hanán Cristal, un veterano comentarista de la radio pública israelí, se preguntó si Netanyahu tendrá «la audacia de seguir el camino de Ariel Sharón, aceptando poner en peligro a su mayoría y a su partido para que avancen las tratativas con los palestinos».
El tiempo dirá. Aunque ya no falta mucho para verificarlo.