La denominada «Primavera Árabe» tuvo un componente contrarrevolucionario dirigido por EE.UU y apoyado por sus aliados. En los últimos meses de 2013 la agenda estadounidense comenzó a variar, esencialmente en lo referido a los casos de Siria e Irán.
Después de más de dos años de enfrentar una guerra impuesta desde el exterior, el Gobierno sirio no sólo se mantenía en el poder y aumentaba el apoyo a lo interno, sino que accedía a eliminar las armas químicas de su territorio y desarrollaba una ofensiva contra las fuerzas opositoras.
Mientras, la denominada oposición prácticamente se desintegraba y aumentaba la influencia creciente de las diversas tendencias más extremistas yihadistas; EE.UU y Reino Unido planteaban retirar la ayuda a la oposición de dicho país.
En el caso iraní, se logró un acuerdo que, aunque preliminar, muestra cambios sustanciales en las posturas de EE.UU y sus aliados, así como de la República Islámica.
En la práctica, de momento, se muestra una debilidad en el liderazgo de EE.UU hacia el área, sobre todo, en los mecanismos y líneas matrices que planteaban debían seguirse en los casos más neurálgicos, entendiendo por estos, sus enemigos históricos, sobre los cuales siempre se manejó abiertamente la posibilidad de un ataque: la histórica postura contra Irán que, no sólo pasa por las sanciones impuestas, sino por las intermitentes amenazas contra el Gobierno de los ayatolás, y en el ejemplo contra Siria, las declaraciones de guerra de EE.UU en agosto pasado.
Aunque estamos en presencia de dos casos, donde EE.UU varió radicalmente su discurso, no se trata de dos ejemplos simples; son los países definitorios en la postura a EE.UU e Israel en la región. Además, estas acciones norteamericanas ocasionaron que, por primera vez, sus intereses de Estado nación-imperialismo entren en contradicción con Israel y también con aliados árabes, como Arabia Saudita.
Mientras EE.UU pierde terreno, Rusia fortaleció su protagonismo y lideró las conversaciones que culminaron en el acuerdo de Ginebra I sobre Siria, así como sus concepciones de un arreglo negociado en el caso iraní.
En todo momento, la postura de la República Popular China coincidió con la de Rusia, lo que se manifestó, no sólo en los acontecimientos referidos anteriormente, sino en las votaciones en el Consejo de Seguridad, donde ambos países vetaron las resoluciones propuestas en contra del gobierno de Siria, por sólo citar un ejemplo.
Paralelamente, la creciente percepción del fortalecimiento de lo que algunos especialistas designan como «arco chiíta en la Media Luna Fértil (Irán, Irak, Siria, Líbano)» se manifestó. primero, en el apoyo y el uso de fronteras amigas al Gobierno sirio y su alianza de minorías a fin de balancear la injerencia internacional - EE.UU, Reino Unido, Francia y petromonarquías - a favor de la oposición armada a través de las fronteras hostiles a Siria - Jordania y Turquía - y, segundo, en que EE.UU y sus aliados occidentales accedieron a buscar una salida negociada, tanto en la crisis sirio, como en la iraní.
En la reconfiguración geoestratégica regional, EE.UU perdió terreno, tiene fricciones con sus aliados, al tiempo que Irán aumentó su protagonismo como potencia regional. En el plano internacional, en los asuntos referidos a Oriente Medio, Moscú marcó el compás, restando protagonismo e iniciativa a Washington.
Razones del cambio
Muchas podrían ser las razones que llevaron a la Administración Obama a este cambio en su postura hacia Siria e Irán, cambio, por demás, que puede variar a mediano o largo plazo. Sin embargo, todo indica que hay algunas razones que sobresalen en la actitud actual:
* La Administración Obama enfrenta los índices más bajos de popularidad en las encuestas de todo su período de mandato.
* La nueva opción negociada con Irán está precedida por la amenaza de guerra que hizo Washington a Damasco. Esa postura - declaración de guerra - siempre fue interpretada como un recurso de movilización en la opinión pública estadounidense. Sin embargo, en este caso, la mayoría se manifestó en contra de la opción militar. Los mismos indicadores se reflejan en las encuestas cuando la ultraderecha y algunos demócratas critican la postura del Gobierno de negociar. O sea, ni aún el control de los medios masivos de comunicación pudo evitar el rechazo de la mayoría - reflejado en las encuestas con 2/3 y 3/4 en contra de una guerra - a la acción armada.
* También la opinión pública europea es contraria a la guerra, reflejada en el voto de los parlamentos en contra de la misma en países como Reino Unido, Francia y Alemania, entre otros.
Como se observa la opinión pública desempaña un papel protagónico, lo que puede explicarse debido a las herencias de las guerras de Afganistán e Irak y el costo que tuvo para el país, lo que multiplica el temor a entrar en otra contienda armada, así como el costo de la «Primavera Árabe» con los sucesos en Libia y Egipto, fundamentalmente. La utilización de medios alternativos indica que las opiniones no pudieron ser controladas en su mayoría.
La alternativa del diálogo parece ser la más coherente, pero ¿estará dispuesto EE.UU a seguir perdiendo terreno en Oriente Medio y su liderazgo a nivel mundial?
Redefinición de relaciones internacionales
Oriente Medio fue y sigue siendo un espacio geoestratégico para los principales poderes, entre otros:
* Por poseer la fuente de energía - petróleo y gas - y derivados más importante del mundo, así como un mercado de valores de primer orden en reservas monetarias y de oro.
* Porque es un área que conecta Europa con Asia y que cuenta con importantes vías de acceso, tanto a las fuentes de energía, como a otros productos: Canal de Suez, Mar Rojo, Golfo Pérsico.
* Porque resulta vital para Europa y para Rusia. En el primer caso es un factor clave del flanco sureste de la OTAN; en el segundo, tiene la casi totalidad de la vecindad meridional de Rusia, con sus desbordamientos étnico-religiosos, bastante explosivos.
* La inserción de Israel en ese escenario, con toda su cuota de conflictividad y lo que implica para sus aliados.
Todos estos factores explican los sistema de alianzas y patrones de conducta de los poderes mundiales en sus políticas hacia la región. Además, a ello se suma, no menos importante, las propias dinámicas, conflictuales por demás, que en última instancia también influyen y/o determinan sus recurrentes conflictos.
En ese ámbito, EE.UU cuenta, por una parte, con una considerable presencia militar directa. Desde la Guerra del Golfo de 1991, el Consejo de Cooperación del Golfo demostró su ineficiencia y el criterio de mantener alejadas las tropas estadounidenses fue sustituido por la presencia directa de fuerzas militares de Washington. Por la otra, su sistema de alianzas mantiene los niveles necesarios para sus objetivos, a pesar de las aparentes alteraciones que sufrió ante la postura de la actual Administración hacia Damasco y Teherán.
Una parte importante de la redefinición o recomposición de las relaciones internacionales pasa por los acontecimientos en Oriente Medio. Ello no quiere decir que los sucesos de otras áreas del mundo no sean definitorios, pero subestimar los intereses de los poderes del momento en esta región sería restar objetividad al análisis.
Independientemente de que al final triunfe o no la línea de negociación sobre la guerra, EE.UU perdió terreno. El caso sirio fue paradigmático en el enfrentamiento de las estrategias ruso-estadounidense y en el protagonismo de cada uno como actores internacionales. Rusia logró que se imponga su agenda en lugar de la norteamericana, de ahí el impacto a nivel internacional. Otro tanto se observa en el caso iraní, en el que de nuevo la agenda de EE.UU fue sobrepasada por la de otros países; coincidentemente, de nuevo Rusia ocupa un papel protagónico.
En el plano internacional se plantea que la unipolaridad está llegando a su fin, los síntomas son evidentes. Sin embargo, las transiciones intersistémicas tienen sus peculiaridades. Es cierto que Rusia y otros actores internacionales comenzaron a desempeñar un papel cada vez más protagónico, sobre todo en los asuntos vinculados a los temas más candentes en Oriente Medio, pero aún EE.UU sigue siendo la primera potencia militar del mundo y del sistema capitalista.