El primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, ha exigido a los palestinos que reconozcan a Israel como el Estado judío. Ante la insistente negativa de éstos, el presidente hebreo, Shimón Peres no tuvo mejor idea que sostener que dicho reconocimiento «no es necesario».
Sin embargo, no se trata de una cuestión semántica sino sustancial. Ante la enfermedad, Peres se conforma con eliminar los síntomas. Pero sin el diagnóstico acertado, una medicina que esconda los síntomas, puede resultar mortal si permite que la verdadera enfermedad se siga desarrollando.
No fue Netanyahu quien introdujo este requisito. Ehud Olmert, su antecesor, con importantes diferencias en cuanto a su postura negociadora e integrante del mismo partido que Peres, también exigió ese reconocimiento en las conversaciones de Annápolis.
La razón de este rechazo revela lo que realmente sucede en Oriente Medio, echa luz sobre las auténticas causas del conflicto y sobre las dificultades reales de ponerle fin.
La verdadera lucha no es por territorios, ni fronteras. Los palestinos han tenido mucho éxito en disfrazar ante el mundo su verdadera pretensión que es simple: se oponen a la existencia de un Estado judío. Ese es el origen y la razón de la persistencia del litigio.
No existían aún las fronteras cuando en 1921 el Mufti de Jerusalén, Haj Amín al-Husseini, promovió ataques contra los judíos. Su objetivo era exterminarlos, no reivindicaba un territorio determinado. En 1929 se produjo la masacre de Hebrón en la que los árabes eliminaron a toda la población judía de entonces, convirtiendo a la ciudad en exclusivamente árabe. Cabe recordar que Al Husseini fue socio de Hitler y visitó personalmente las cámaras de gas de Auschwitz acompañado por Adolf Eichmann.
En 1947 las Naciones Unidas aprobaron la partición del 20% de la Palestina histórica, ya que en el 80% restante se había creado Jordania, cuya población es mayoritariamente palestina. Dicha iniciativa proponía dividir el pequeño territorio en dos Estados, uno árabe y otro judío. La resolución 181 de la Asamblea General menciona el término «Estado judío» aproximadamente 30 veces.
Los judíos aceptaron alborozados la propuesta y denominaron Israel a la porción de la Palestina asignada a elllos. Los países árabes no aceptaron convivir al lado de un Estado judío y lanzaron una guerra de exterminio. Hasta 1967 los territorios correspondientes a la Palestina árabe estuvieron bajo dominio de Egipto y Jordania. Nunca en esos 20 años a ningún dirigente se le ocurrió reclamar esos territorios como un Estado.
Sin embargo, el combate contra los judíos se ejecutaba en todos los frentes, en el campo de batalla, recurriendo al terrorismo más atroz, además de la guerra mediática, económica y diplomática basada en el poder del petróleo. Todo ello mucho antes que los territorios que hoy dicen reivindicar estuvieran en manos de Israel. Al Fatah se fundó en 1957 y la OLP en 1964 cuando ni un centímetro de esos territorios estaban bajo administración israelí. Su líder histórico, Yasser Arafat, nació en Egipto, ¿tenía amor por Palestina u odio contra los judíos? Fue el responsable del asesinato de miles de judíos, no por desear ser el primer presidente de Palestina. Cuando en 2000 Ehud Barak le ofreció un Estado a cambio de paz, Arafat lo rechazó y lanzó la campaña terrorista más cruel que la historia recuerde, la segunda Intifada.
Su sucesor, Mahmud Abbás, recibió su doctorado en la Universidad Oriental de Moscú en 1982, negando el Holocausto. Se negó a reconocer a Israel como Estado judío, tanto en Annápolis como en el proceso actual.
Abbás alega que no puede hacerlo porque ello implicaría renunciar al derecho de retorno de los refugiados palestinos, afectaría los derechos de los ciudadanos árabes israelíes y fundamentalmente no se condice con la narrativa oficial palestina.
Obviamente que los derechos de los ciudadanos israelíes, sin importar su origen, jamás pueden verse disminuidos por un acuerdo de paz. La cuestión de los refugiados es uno de los temas centrales que se debe resolver de común acuerdo en un entendimiento general.
Pero admitir que Israel es el Estado judío, sería reconocer que a los judíos los une un vínculo histórico, especial con la Tierra de Israel y eso es lo que durante años se esforzaron por negar.
En el proceso de victimización de su pueblo han empleado todas las armas posibles incluyendo la distorsión y la tergiversación de la historia, la geografía, la religión, la arqueología. De acuerdo a la historia oficial palestina no hay ninguna relación entre los judíos y la Tierra de Israel. No tienen pudor en afirmar que Jesús era palestino o que los dos Templos de Jerusalén no existieron. Eso es lo que el sistema educativo palestino transmite a sus hijos. Esa educación basada en la mentira y en la glorificación de los terroristas, perpetúa la no aceptación del otro y es el verdadero obstáculo para una reconciliación.
Al negar que en la Tierra de Israel se forjaron las raíces, la historia, la identidad religiosa, nacional y cultural del pueblo judío, éste se convierte en un conquistador foráneo.
Por esa razón, algunas facciones como Hamás o Yihad Islámica rechazan abiertamente toda negociación. Otros, los considerados más moderados como Al Fatah, están dispuestos a conversar sobre una tregua temporal con el «invasor», en primer lugar porque son presionados para hacerlo por la gran potencia mundial y su principal benefactor. En segundo término, en el transcurso de esas negociaciones intentan sacar el mayor rédito posible. Por ejemplo, obtienen a cambio de nada la liberación de terroristas de las cárceles israelíes. Estos desalmados asesinos de inocentes son recibidos como héroes y muchos declaran al salir su intención de proseguir con ese tipo de acciones.
Pero en ningún caso se trata de considerar una paz definitiva, reconociendo el derecho de autodeterminación del pueblo judío en Israel. Sólo eso explica porqué, además de reclamar un Estado, pretenden que millones de palestinos dispersos por el mundo, ingresen a Israel en lugar de a su nuevo Estado. El objetivo es cambiar la realidad demográfica de Israel socavando su condición de Estado judío.
Israel no ha tenido éxito en desenmascarar las verdaderas intenciones de sus enemigos y las desafortunadas expresiones de Peres definitivamente no contribuyen.
Si los problemas a resolver fueran acerca de fronteras, refugiados, asentamientos, intercambio de territorios, administración de recursos naturales y lugares sagrados y otras cuestiones diplomáticas, hace décadas que el conflicto habría sido superado.