Las acusaciones de «obsesión incomprensible» y «mesianismo» con que Moshé Yaalón, ministro de Defensa de Israel, arremetió contra el canciller norteamericano, John Kerry, fueron motivo para que los medios informativos se centralicen en las «relaciones especiales» entre ambos países. Sin prestar la debida atención, la mayoría de los medios ignoran otra batalla de mucho mayor significado que justamente se está librando entre las dos partes en estos días.
Recientemente se informó que el grupo de superpotencias denominado G-5+1 arribó a un acuerdo parcial con Irán en todo lo referido al control y limitación de su programa nuclear. De inmediato, se difundió que las autoridades del país persa comienzan a poner en práctica sus compromisos [1]. Con la misma prontitud, Netanyahu expresó su total desacuerdo con tal avance demandando ser más exigente y la imposición de nuevas sanciones a Irán [2].
Como la experiencia demostró en repetidas oportunidades del pasado, para estas misiones de imponer exigencias israelíes a la diplomacia internacional rápidamente se movilizan los grupos de presión judíos de EE.UU. «El lobby pro-israelí AIPAC, que con seguridad coordinó su posición con el Gobierno hebreo, dio a publicidad un documento oficial por el cual 'solicita' al Congreso norteamericano imponer nuevas sanciones contra Irán que garanticen que ese país se atenga a las consecuencias si no cumple con sus obligaciones o se niegue a llegar a un acuerdo razonable» [3].
Expertos coinciden que tal intervención no tiene otro objetivo más que poner una zancadilla a Obama en su avance hacia un acuerdo con Irán. La solicitud de AIPAC «crea una imagen de provocación infantil de Israel y de AIPAC dedicada a sabotear el acuerdo parcial con Teherán» [4].
Todo analista de la política interna norteamericana tiene muy claro que una «solicitud» de AIPAC no se puede contrariar, por más que objetivamente tenga como meta perjudicar la política internacional del presidente del país. Para el conocido rabino norteamericano, Jack Moline, «AIPAC trata de sugestionar a los diputados de que si votan desfavorablemente a las sanciones contra Irán, esto los convierte en antiisraelíes y en traidores a la comunidad judía» [5]. Todo entendido en la materia tiene claro que el significado de esta amenaza para un parlamentario estadounidense no es más que una despedida de su escaño para las próximas elecciones del Congreso.
Efectivamente, con suma rapidez la iniciativa logra el apoyo de una mayoría relativa de 59 senadores, con la gran posibilidad de arribar en un futuro próximo al apoyo de más de 67, situación en la cual ni siquiera el veto de Obama podría derrocar la iniciativa. Como demostración que debajo de sus elegantes trajes estos senadores norteamericanos visten camisetas con la Estrella de David, el proyecto de ley incluye un artículo de mucho patriotismo norteamericano: «Si el Ejecutivo de Israel se ve en la necesidad de lanzar un legitimo operativo militar de autodefensa frente al programa nuclear iraní, el Gobierno norteamericano deberá alistarse del lado de Israel y otorgarle ayuda diplomática militar y económica» [6].
Esta grosera intervención judía local en intereses internos de su país recibió una inusitada justificación, seguramente aludiendo a un derecho único o divino. Para Michael Oren, el recientemente retirado embajador israelí en EE.UU, el accionar de las organizaciones judías en ese país para torpedear los planes de Obama de llegar a un acuerdo con Irán es legítimo [7].
Lamentablemente y sin vacilar, las direcciones comunitarias judías de la diáspora se prestan al juego de intereses del Gobierno de Israel. De esta manera demuestran al mundo que no son más que una ficha en mano de ese liderazgo hebreo que impone su condición de potencia supranacional que ya no se basta de su propio poder y diplomacia, sino que hace uso en su favor de la poderosa influencia de las comunidades judías ciudadanas de otros países. Bajo estas condiciones es muy difícil convencer a los pueblos del mundo de la inexistencia de la doble lealtad judía, o mejor dicho, de una típica deslealtad.
En relación con esta batalla, el diario inglés «The Economist» publicó una caricatura muy provocativa (pulsar fotos). Una larga lista de reconocidas instituciones judías de diferentes diásporas atacó ferozmente esta publicación acusándola de antisemita. La imagen representa al presidente de EE.UU encadenado a su Congreso representado por su escudo en donde, junto a sus típicas estrellas, la Estrella de David implica que el Capitolio está controlado por judíos con una agenda pro-israelí. Efectivamente, en la caricatura se inculpa a los judíos de controlar la política norteamericana y, por lo tanto, puede ser considerada antisemita. El problema es que refleja la clara realidad de una gran influencia judía en toda política norteamericana que tenga cualquier relación con Israel. En ese sentido es muy difícil afirmar que su autor se equivocó.
Ojalá yo me equivoque.
[1] «El acuerdo nuclear con Irán entro en vigencia. Irán dejó de enriquecer uranio de alta concentración»; Haaretz; 20.1.14.
[2] «Netanyahu puso agua fría sobre el acuerdo nuclear de Irán en su primer día»; Itón Gadol; 20.1.14.
[3] «AIPAC: Nuevas sanciones contra Irán si no cumple con sus compromisos»; Haaretz; 26.11.13.
[4] «La ley de sanciones afecta a Israel, no a Irán»; Haaretz; 17.1.14.
[5] «Jewish-American public leader raps AIPAC on lobbying for more Iran sanctions»; Haaretz; 11.1.14.
[6] «El objetivo: sabotear el acuerdo con Irán»; Peter Beinart; Haaretz; 17.1.14.
[7] Radio Israel; Reshet Bet; 23.1.14.