El rechazo por parte de Binyamín Netanyahu del plan del secretario de Estado norteamericano, John Kerry, para que se utilicen las fronteras de 1967 como base para una solución con dos Estados en el conflicto israelí-palestino - fronteras que calificó hace tiempo de «totalmente indefendibles» - refleja no sólo la poca capacidad como estadista del mandatario hebreo, sino también su anticuada concepción militar.
En una época de misiles balísticos y otras armas de destrucción a gran escala, y en la que el previsto Estado palestino deberá estar desmilitarizado, ¿por qué reviste una importancia tan decisiva para Israel tener a su Ejército alineado a lo largo del valle del río Jordán? ¿Semejante dispositivo de seguridad es de verdad necesario? ¿Por qué no podría desempeñar esa tarea una fuerza internacional fiable? ¿Y cómo puede considerarse un activo estratégico la presencia de centenares de asentamientos aislados y dispersos entre una población palestina hostil?
Antes de denunciar la propuesta de Kerry, Netanyahu tal vez debería haber estudiado las enseñanzas que se desprenden de la guerra de Yom Kipur de 1973 en los Altos del Golán. Cuando comenzó la guerra, lo primero que el Ejército israelí procuró fue la evacuación de los asentamientos de la zona, que, como sabían los generales de Israel, pasarían a ser rápidamente una carga imposible para sus tropas y un obstáculo para sus maniobras.
De hecho, la última guerra que Israel ganó «elegantemente» - como Netanyahu cree que se deben ganar las guerras - comenzó a partir de las fronteras de 1967, supuestamente «indefendibles».
No fue una casualidad. La ocupación por Israel de tierras árabes en aquella guerra y su posterior despliegue de fuerzas militares entre la población árabe de Cisjordania y cerca de las poderosas maquinarias militares de Egipto en el sur y de Siria en el norte, lo expusieron al terrorismo palestino en el este. Al mismo tiempo, la ocupación privó al Ejército hebreo de la ventaja de disponer de las zonas desmilitarizadas que fueron la clave para la victoria de 1967 contra Egipto y Siria.
Para que las fronteras sean defendibles, primero deben estar legitimadas e internacionalmente reconocidas, pero Netanyahu no confía en realidad en los «goim» (gentiles) para que le ofrezcan esa clase de reconocimiento internacional de las fronteras de Israel, ni siquiera cuando Estados Unidos lo respalda y ni siquiera cuando el Israel actual tiene los recursos militares más potentes de todo Oriente Medio.
Netanyahu, hijo de un renombrado historiador que fue secretario personal de Zeev Jabotinski, el fundador del sionismo revisionista, absorbió desde su infancia la interpretación hecha por su padre de la historia judía como una serie de tragedias. La lección fue sencilla: no se puede confiar en los goim, pues la de Israel es una historia de traición y exterminio a manos de ellos. El único remedio para nuestra frágil existencia en la diáspora estriba en el regreso a la tierra bíblica de Israel. Nunca debemos confiar en nuestros vecinos árabes: por eso, como predicó Jabotinski, la nueva nación israelí debe erigir un «Muro de Hierro» de poder judío para disuadir a sus enemigos por siempre jamás.
Para ser justos, hemos de reconocer que esa filosofía existencial no era monopolio del revisionismo. El legendario general Moshé Dayán, que nació en un kibutz socialista en las orillas del mar de Galilea, no era menos escéptico sobre las probabilidades de coexistir con los árabes. Así lo expresó, con su proverbial elocuencia, en el funeral de un soldado caído en 1956: «No nos dejemos disuadir al ver el odio que está embargando la vida de centenares de miles de árabes que viven en torno a nosotros. No apartemos la vista para no debilitar nuestros brazos. Este es el destino de nuestra generación, es nuestra opción vital, estar preparados y armados, fuertes y decididos, para que no nos arrebaten la espada de la mano y nos quiten la vida. Somos una generación de colonos y sin el casco de acero y el fuego del cañón, no podremos plantar un árbol y construir una casa».
Sin embargo, el mismo Dayán, quien en 1970 dijo que «las únicas negociaciones de paz son aquellas en las que nosotros colonizamos la tierra y construimos y nos asentamos y de vez en cuando vamos a la guerra», se vio obligado por la cruel realidad a reconocer que la mejor seguridad a la que podía aspirar Israel era la basada en la paz con sus vecinos. Más adelante, llegó a ser el arquitecto de una paz histórica con Egipto. Su libro «¿Estamos condenados por siempre a vivir con la espada?», señaló la transformación del soldado en estadista.
Para que Netanyahu pueda encabezar una reconciliación histórica con el pueblo palestino, debe comenzar haciendo suya una visión valiente y casi postsionista, reflejada en el discurso de Dayán de 1956. Plenamente consciente del amargo legado recibido por los desheredados palestinos a raíz de la guerra de 1948, Dayán se negó a culpar a los asesinos. Al contrario, entendió su «ardiente odio».
Lamentablemente, Israel tiene hoy un primer ministro con mentalidad de un comandante de sección militar que, sin embargo, gusta de presentarse como un Churchill que lucha contra las fuerzas del mal empeñadas en destruir el Tercer Templo judío.
Naturalmente, un gran dirigente debe tener siempre sentido de la Historia, pero, como dijo el filósofo francés Paul Valery, la Historia, «la ciencia de las cosas que no se repiten, es también el producto más peligroso que la química del intelecto desarrolló jamás, sobre todo cuando lo manipulan los políticos».
Menajem Begin, un revisionista predecesor de Netanyahu como primer ministro, tuvo en cierta ocasión la insolencia de decir al gran historiador israelí Yaakov Talmón: «Respecto al siglo XX, yo soy más experto que usted».
Talmón respondió con «La patria está en peligro», artículo decisivo cuyas conclusiones son tan pertinentes hoy como entonces. Mientras no se acabe la ocupación, Israel no viva dentro de fronteras internacionalmente reconocidas y los palestinos no recuperen su dignidad como nación, la existencia del Estado judío, que Netanyahu exige reconocer, no estará asegurada.