Quienes analizamos a la política internacional requerimos de vez en cuando de ciertos apoyos teóricos. Pero no siempre los encontramos. En la teoría política moderna abundan, por ejemplo, tratados sobre conflictos internacionales. No ocurre lo mismo con el tema de las alianzas internacionales. De ahí que muchas veces, para explicar un fenómeno como la alianza que hoy contrae Estados Unidos con Irán en contra de las tropas del Estado Islámico (EI), nos vemos obligados a improvisar. Así, improvisando, pude detectar tres tipos de alianza.
Las de primera clase son la que contraen dos Estados que comparten una comunidad de destino. Eso significa que por diversas razones dos Estados deciden, por así decirlo, hermanarse por sobre doctrinas, ideologías e incluso intereses particulares.
Quizás el mejor ejemplo proporcionado por la historia reciente fue la comunidad de destino sellada entre Inglaterra y Estados Unidos a partir de la Segunda Guerra Mundial. Al comienzo, como es sabido, la relación entre Churchill y Roosevelt era muy difícil, pero desde el momento en que fue contraída, cada Estado ha actuado con respecto al otro con una fidelidad admirable.
Es muy difícil encontrar dos partidos con formato e ideologías tan diferentes como el laborismo inglés y el republicanismo norteamericano. Quizás tampoco puede ser posible encontrar dos presidentes con personalidades tan distintas como Tony Blair y George Bush. Y pese a todo, durante el periodo de la invasión a Irak, el primero se mantuvo firme al lado del otro. Al revés habría ocurrido lo mismo.
El primer ministro británico puso en juego su prestigio, marchó a contracorriente de partidos hermanos como los socialistas europeos, e incluso estuvo a punto de arriesgar la unidad estratégica continental, pero nadie lo movió de su decisión de apoyar a Bush hasta las últimas consecuencias.
Blair era en esos momentos conciente de que la suya no era la política exterior de un gobierno sino, algo muy diferente, de un Estado. Quienquiera hubiese sido el gobernante, la alianza de Reino Unido con Estados Unidos habría sido la misma.
En cambio las alianzas de segunda clase no son recíprocas. Se trata en cierto modo de amistades no compartidas. Por ejemplo, todos los gobiernos de la Uión Europea (UE) saben que en caso de sufrir alguna de sus naciones una agresión, contarán de inmediato con el irrestricto apoyo norteamericano. Pero a la inversa no fue ni será así. Incluso puede ser posible que una nación europea agredida ni siquiera cuente con el apoyo de todas las demás.
La OTAN sigue siendo considerada por la opinión pública europea como una institución al servicio de la política exterior norteamericana. Lo vimos recién en las renuencias del gobierno turco para inmiscuirse en la guerra en contra de los ejércitos del EI. Para ese gobierno era más importante el conflicto con los kurdos que el cumplimiento de sus obligaciones estratégicas internacionales
¿Y la UE? La UE es vista por los propios gobiernos europeos como una asociación de carácter más bien comercial y financiero antes que como a una unión política continental.
Las alianzas de tercera clase, en cambio, son las verdaderas alianzas políticas. Recalco, políticas, pues no están basadas ni en una comunidad de destino ni en una fidelidad a principios ideológicos o religiosos sino sólo en intereses muy concretos e inmediatos.
Son en cierto modo alianzas de carácter negativo. No están condicionadas por ninguna compatibilidad sino por una estricta conveniencia determinada por la existencia de un enemigo común. El mejor ejemplo histórico de ese tercer tipo sigue siendo la alianza contraída por Inglaterra, Francia y Estados Unidos con la Unión Soviética, durante la Segunda Guerra Mundial. Esa fue una alianza entre aliados de primera y segunda clase con uno de tercera clase. Stalin lo tenía muy claro.
Es muy conocida la respuesta de Stalin a Churchill durante la conferencia de Yalta (1945) cuando el segundo propuso incorporar al Papa a las conversaciones. «¿Cuántas divisiones tiene el Papa?» Para el dictador ruso se trataba, la que tenía lugar, sólo de una alianza puramente militar. Y eso era.
En el periodo iniciado después de la Guerra Fría, al no existir sólo dos bloques antagónicos, las alianzas de segunda fueron cediendo el terreno a las de tercera. El documento sobre la Nueva Estrategia de Seguridad Internacional de Estados Unidos así lo comprueba. De acuerdo a la nueva doctrina (será probablemente conocida como Doctrina Obama) Estados Unidos, al definir enemigos circunstanciales, definirá al mismo tiempo a sus aliados, también circunstanciales.
Quizás el mejor ejemplo de esas alianzas de tercera clase es el que practican Estados Unidos e Irán en su lucha contra un enemigo principal, en estos momentos representado por los ejércitos del EI.
Obama sabe que a diferencias del Papa al que se refería Stalin, los monjes chiítas iraníes sí tienen divisiones. Sabe también que el ejército iraquí no sirve para nada. Sabe por último que la mayoría de la población iraquí es de confesión chiíta y no sunita como la que profesa el EI y que la religión en esos lugares es un vínculo superior a cualquiera nacionalidad. A su vez, los gobernantes de Irán saben que para derrotar al EI requieren del apoyo militar norteamericano.
En los momentos en que escribo estas líneas, ejércitos iraníes se desplazan hacia Irak apoyados por aviones norteamericanos ocasionando graves pérdidas al EI en las sitiadas aldeas de Amerli.
No está descartado que a esa alianza militar de tercera clase sea sumado el propio dictador sirio Baahar al-Assad, hasta hace poco enemigo mortal de Estados Unidos. Así comenzó a construirse la historia del siglo XXl. Enemigos de ayer, aliados - pero no amigos - de mañana.
La amistad, palabra que viene del amor, seguirá ocupando un sitio preferencial en las relaciones personales. En las relaciones interestatales, cada vez menos. Quizás sea mejor. El amor no se hizo para los Estados. Para la política, tampoco.