Obama y Rohani apostaron duro cuando aceptaron una negociación incierta que buscaba limitar la capacidad nuclear iraní a cambio del levantamiento de las sanciones de la ONU contra Teherán.
Una primera ronda de negociaciones concluyó satisfactoriamente con un marco de acuerdo que deberá ser perfeccionado de aquí a junio. Sin embargo, ambos gobiernos tendrán que lidiar no sólo con sus oposiciones internas, sino con las externas.
Tras el esperanzador resultado de las intensas negociaciones en Suiza, si las cosas siguen encarrilladas como hasta ahora, a partir del segundo semestre de este año el tablero del ajedrez político podría verse modificado en Oriente Medio y con repercusiones mundiales.
Irán, que desde 2002 venía desarrollando un programa nuclear secreto terminó aceptando el pragmatismo de la negociación ante las graves consecuencias internas de las sanciones impuestas por la ONU en 2006.
En esta ronda Teherán aceptó llevar a cabo una reducción del 75% en su capacidad de enriquecimiento de material nuclear y su uso para fines civiles. Sus reservas de uranio enriquecido disminuirán de 10.000 kilos a 300 en 15 años.
Obama no dudó en afirmar que esta es «la mejor forma de impedir que Irán construya una bomba nuclear». La verificación será permanente y si en seis meses se cumple con la meta trazada se levantarán definitivamente las sanciones.
La noticia fue celebrada con gran júbilo en las calles de Teherán. No podía ser de otra manera. A pesar del escepticismo de los sectores radicales el proceso parece irreversible pues la imposición de las sanciones económicas trajo un costo muy alto en materia de inflación, desabastecimiento y el aislamiento internacional que colocó al país en condición de paria.
Irán podrá entonces volver por sus propios esfuerzos como potencia regional pero no como lo esperaban sus anteriores gobiernos, es decir sobre la base de su poderío nuclear, sino por su importancia económica derivada del petróleo y la influencia de su credo religioso. Y eso es lo que tiene muy nerviosos a tan diferentes aliados de Washington, como Israel y Arabia Saudita.
Netanyahu, reelecto con un discurso ultranacionalista y opuesto a Obama por las negociaciones con Irán, dice que este proceso es una jugada de Teherán que terminará construyendo armas nucleares. Además, que dado que Irán desconoce la existencia del Estado judío el levantamiento del embargo dará vía libre a su aniquilación. Por este motivo, Bibi exige que en el acuerdo final los iraníes reconozcan a Israel.
Mientras tanto, por el lado árabe, el temor está vinculado a que un Irán chiíta fortalecido ponga en jaque a los regímenes sunitas del Golfo. De esta manera las repercusiones del acuerdo final se harán sentir en los conflictos de Siria, Irak, Yemen y, por supuesto, Israel y la Autoridad Palestina.
Obama trató de calmar las aguas en conversaciones telefónicas con el Rey Salmán de Arabia Saudita y con Netanyahu. Además hará una pronta reunión en Camp David con varios de los emiratos del Golfo Pérsico.
La otra tarea será a nivel interno. Obama tendrá que negociar con un Congreso mayoritariamente republicano, que anunció su oposición a cualquier tipo de acuerdo con Irán para el levantamiento de sanciones. La negociación no será fácil pero la Casa Blanca se va a jugar a fondo para sacarla adelante.
Algo similar le espera a Rohani frente al ayatolá Alí Jamenei y su línea dura.
En resumen; independientemente del resultado de las negociaciones, los analistas coinciden en que la presencia de Irán en la mesa significa un cambio en su status que podría alterar el equilibrio de poder en Oriente Medio.
En el centro del acuerdo está el interés de Estados Unidos por controlar la infraestructura nuclear de la República Islámica y evitar que ésta fabrique la bomba. A cambio, Teherán quiere acabar con las sanciones internacionales en su contra a fin de potenciar su economía - lo que de paso bajaría aún más el precio del petróleo, pues su crudo saldría al mercado.
Más allá de ello, este acuerdo tiene un fuerte impacto geopolítico en la región que involucra a Israel y Arabia Saudita, enemigos históricos que ahora tienen un adversario común.
Actualmente, Irán apoya a los chiítas en los conflictos internos de Bahréin, Irak, Yemen, Líbano, Gaza y Siria, lo cual para Israel y Arabia Saudita confirma que Teherán busca su hegemonía en Oriente Medio.
Pero ante la amenaza, los saudítas se despertaron y sin avisarle a Obama formaron una coalición de países árabes e intervinieron en Yemen contra los rebeldes hutíes, aliados de Irán.
Se trata de la primera consecuencia directa de las tratativas desarrolladas en Lausana. Por ahora Irán gana por puntos, pero se trata de apenas un solo round. La mal llamada «primavera árabe» nos demostró que mantener el equilibrio politico en Oriente Medio es lo más complicado de lograr.
Cuaquier desenlace, venga de donde venga, no sorprendería.