Desde que se involucró en la guerra de Siria, Hezbolá actuó a todos los niveles para hacer que sus decisiones fueran una cuestión chiíta. La organización terrorista libaneza empleó como excusa para su intervención militar primero la protección de los santuarios chiítas de Siria, y luego la defensa de los chiítas de las localidades fronterizas. Cuando el argumento dejó de funcionar, adoptó la excusa de la guerra contra el terrorismo, para proteger el islam.
El Día de Al Quds (Jerusalén) de 2013, el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, habló, por primera vez, como chiíta:
«Hoy hablaré como chiíta. Somos la shía de Alí, y no abandonaremos a Palestina», afirmó.
Naturalmente, Palestina tenía poco que ver con el discurso; lo que quería decir es que todos los chiítas tendrían que unirse a Hezbolá en su guerra contra los terroristas.
Los chiítas se beneficiaron de los buenos tiempos de Hezbolá, cuando abundaban los servicios, el dinero y la identidad política. Pero es hora de pagar el precio por todo ello, y abandonar la organización se considera traición. Eso significa que los chiítas del Líbano no se quejarán, al menos abiertamente, si sus parientes mueren en Siria, si pierden sus empleos en el Golfo y, en general, mientras se quedan más aislados que nunca.
Ser chiíta en el Líbano hoy en día es enfrentarse, probablemente, a uno de los panoramas más desalentadores y difíciles que hay. Por una parte se les teme porque su supuesto líder tiene suficiente poder y armas para combatir a sus enemigos. Pero también se les odia porque ese mismo líder se enemistó con todo el mundo, lo intimidó y alejó mientras se ocultaba tras sus seguidores. Así que los chiítas son carne de cañón: son prescindibles y se les arrojará a las llamas en cuanto su líder lo necesite, y tendrán que aceptarlo porque no pueden permitirse que se cuestione su lealtad.
El poder y la identidad política resultan tentadores, por supuesto, pero su costo es enorme, y es hora de pagar la factura.
Al comienzo de la operación militar en Yemen, encabezada por Arabia Saudita, Nasrallah pronunció dos discursos y concedió una entrevista. En esas tres ocasiones sugirió que los chiítas, y no sólo Hezbolá, respalden a sus hermanos de ese país. Entretanto, la organización enterró al jeque Mohamed Abdulmalak Shami, uno de los máximos líderes espirituales en el barrio de la Dahiya, en el sur de Beirut, justo al lado de la tumba del comandante de Hezbolá Imad Mugniyeh; fue un acto enormemente simbólico, que vincula aún mas a Hezbolá con el grupo yemení Ansar Alá, apoyado por Irán.
Antes del último discurso de Nasrallah, Hezbolá convocó una manifestación popular en apoyo de Yemen. Según diversas informaciones, la protesta no suscitó demasiado interés y el número de asistentes fue bastante más bajo que de costumbre. Parece que para los miembros de Hezbolá Yemen sigue siendo una cuestión nueva y aún no se creó un vínculo entre los chiítas del Líbano y del país árabe.
Lo que sí quedó establecido es la hostilidad hacia Arabia Saudita. Los sauditas son presentados como el principal enemigo de los chiítas. Israel ahora queda muy por detrás. Y los medios de Hezbolá (los tradicionales y las redes sociales) lanzaron virulentas acusaciones y amenazas contra ellos. Las tensiones entre sunitas y chiítas nunca fueron tan grandes, y la actual guerra entre Hezbolá y los medios respaldados por los sauditas en Líbano seguramente se traducirá en una contienda sobre el terreno.
Hay que señalar que cuantas más bajas sufran los hutíes en Yemen, más agresivos se volverán Nasrallah y sus seguidores. Entretanto, Irán también está perdiendo terreno en Siria, de forma lenta pero segura, y si las operaciones sauditas llegaran a Siria, Líbano, desde luego, serviría de bastión para Hezbolá. Es a donde correrán a esconderse, teniendo en cuenta cómo Líbano está más o menos controlado por la organización terrorista; más, al menos, que cualquier otro país de la región.
La resolución 2116 del Consejo de Seguridad de la ONU emitida la semana pasada en virtud del capítulo séptimo de su Carta debería ser una verdadera señal de alarma para Irán. Y el presidente Obama incluso dejó entrever en su reciente entrevista con Thomas Friedman que los Estados árabes deberían actuar contra los crímenes de Assad. Fuera la intención de Obama o no, muchos analistas y políticos árabes lo consideraron una luz verde para ampliar las operaciones militares en Siria, y una señal de que Estados Unidos aprobaría dicha acción, como ocurrió con la operación en Yemen.
Si estos Estados dieran ese paso, ello abriría la posibilidad de una guerra en la región, guerra que no beneficiaría ni a Irán ni a sus peones, y ello es un motivo más para que la República Islámica afiance su control de Líbano, empleando a Hezbolá para consolidar su poder en el país. Una forma de hacerlo (si nos basamos en conductas anteriores de Hezbolá en Líbano y Siria) sería seguir aumentando la tensión sectaria y haciendo que los chiítas se sintieran cada vez más seguros al amparo de Nasrallah; los prepararían para usarlos como escudos humanos en ulteriores batallas internas.
Hezbolá aprovechará al máximo tanto la angustia generada como la sangre derramada como consecuencia de esta estrategia, y, de considerarlo necesario, no vacilará en volver a empuñar las armas en Líbano en una reedición, a una escala aún mayor, de los acontecimientos de mayo de 2008. Y si no, simplemente seguirá minando las instituciones del Estado. Como si no bastara con no tener presidente, Hezbolá aún puede adoptar medidas encaminadas a derrocar al Gobierno y retrasar las elecciones legislativas todo lo que haga falta.
El vacío político también puede ser aprovechado por Irán, a través de Hezbolá, para presionar a fin de que se cambie la Constitución y el actual sistema turnista entre dos bandos para ampliarlo a uno de tres, en el que los chiítas lograrían más poder a costa de los cristianos.
Puede que desde el exterior no sea posible convencer a la comunidad chiíta para que evite estos riesgos. Hezbolá se aseguró de que desconfíen de las otras sectas, especialmente de los sunitas. Pero los chiítas aún pueden salvarse: son sus vidas, trabajos y sustentos los que están en juego.
Hay muchas voces sensatas en la comunidad chiíta, y dialogar es ahora más crucial que nunca; no con Hezbolá, sino con los chiítas. Todas las partes interesadas - la comunidad internacional, los poderes regionales, y destacadas figuras libanesas - deberían dirigirse a ellos, calmar sus miedos y sacarlos de su aislamiento. Si se les dan garantías y los sunitas rebajan su acoso sectario, podrán emerger las voces sensatas de la comunidad chiíta para contrarrestar el daño que le causa Hezbolá, y Líbano podrá evitar una nueva guerra civil.