El éxodo trágico de gente de Siria, un país desgarrado por la guerra, y de los países circundantes desafía la razón y la compasión del mundo. Desde 2011, unos cuatro millones de personas huyeron de Siria y muchos millones más se desplazaron internamente. Los vecinos de Siria - Jordania, Líbano y Turquía - actualmente dan asilo a la gran mayoría de los desplazados externamente. Pero, a medida que progresó la crisis, cientos de miles de refugiados se han dirigido hacia Europa. La mayoría tomó la ruta marina, de un peligro extremo.
La naturaleza y la magnitud de este éxodo han tornado obsoletas todas las suposiciones legales y políticas previas sobre la migración. En el pasado, el principal motivo para la migración era económico. El debate al que dio lugar la migración económica se libraba entre los liberales, que defendían el principio del libre movimiento de la mano de obra, y quienes querían restricciones al movimiento entre países para proteger los empleos, la cultura y/o la cohesión política.
A medida que el mundo se fue llenando de estados naciones y la gente fue ocupando los espacios vacíos, la restricción se impuso al movimiento libre. Los controles migratorios se expandieron después de la Primera Guerra Mundial. Todos los países desarrollaron políticas de población.
Sin embargo, siempre hubo otro grupo, mucho más reducido, de personas en busca de asilo - aquellos individuos obligados a huir de sus países natales debido a la persecución, muchas veces por motivos religiosos o étnicos.
La Convención de las Naciones Unidas sobre los Refugiados de 1951 reconoció el derecho de asilo para quienes no están en condiciones de regresar a su país de origen debido a un temor «bien fundado» a la persecución.
En la práctica, en cambio, nunca resultó fácil distinguir entre los migrantes económicos y los políticos, porque la persecución política normalmente incluye restricciones económicas. Los judíos que huían de los pogroms en Europa del este a fines del siglo XIX, o de la Alemania de Hitler en los años '30, eran migrantes tanto económicos como políticos. Al igual que los asiáticos del este de África que se vieron obligados a huir de Uganda en los años '60.
Ahora bien, el número de personas identificadas como refugiados políticos con derecho de asilo era mucho menor que el de aquellas personas cuyo principal motivo era mejorar su condición económica. Esto reflejaba las condiciones políticas relativamente establecidas del mundo de los años '50. En aquel entonces, los países de los cuales hoy están escapando los refugiados estaban bajo un régimen colonial o cuasi colonial, mientras que luego surgieron dictaduras locales para preservar el orden en los estados sucesores de los antiguos imperios. Fue el colapso de estos sistemas brutales luego de la invasión de Irak liderada por Estados Unidos en 2003 y la mal llamada «primavera árabe» de 2011 lo que creó la actual crisis de refugiados.
La huida de los refugiados de Siria y otros países azotados por la guerra tropieza con regímenes legales que están mal adaptados para hacer frente a la situación. La Unión Europea (UE) restringe severamente la mano de obra de países que no son miembros, pero permite el libre movimiento de mano de obra al interior de su mercado único. Esto está justificado por la ficción de que los ciudadanos de los países de la UE son miembros de una política única. El derecho de los griegos a trabajar en Alemania no es diferente del de los parisinos para trabajar en Marsella.
Pero la UE es un estado incompleto; un estado que tal vez nunca se complete. Un indicador obvio de esto es que carece de un mecanismo de transferencia fiscal para reducir la presión de la emigración de las zonas pobres a las zonas ricas. En ausencia de esto, se supone que la libre migración económica al interior de la UE producirá poco movimiento neto de las poblaciones. El modelo implícito es el del «trabajador invitado» que llega y se va; en la práctica, una porción considerable de migrantes económicos de las partes más pobres de Europa se quedan en su país de destino. Esto no hace más que alimentar un mayor respaldo a los partidos antiinmigrantes.
El sistema de asilo no está preparado para lidiar con la nueva generación de refugiados, que no son elegibles bajo el marco existente, porque no están huyendo de actos específicos de persecución, sino de la desintegración de sus estados. Se les puede otorgar «protección humanitaria» o «un permiso discrecional para quedarse» por un período breve; pero luego pueden ser deportados como inmigrantes ilegales.
¿Qué ha de hacerse entonces? La condición de residencia temporaria, en Europa o fuera, sería razonable si un rápido retorno a la normalidad en los países de origen de los refugiados fuera una perspectiva realista. En Siria, por ejemplo, no lo es: si bien los políticos y los analistas hablan de frenar la inundación donde se origina, no hay ningún plan de paz a la vista. Estados Unidos y Rusia respaldan a diferentes bandos. Occidente no puede aceptar la posibilidad de que la dictadura de Assad, por más brutal que sea, pueda ser la opción menos mala en oferta. De modo que la guerra civil continuará, la cantidad de refugiados en los campamentos de tránsito se incrementará y muchos más refugiados pondrán en riesgo sus vidas para entrar a la porosa Fortaleza Europa.
Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, ha propuesto distribuir 160.000 refugiados actualmente en Europa entre los 28 estados miembro de la UE. Alemania está dispuesta a aceptar muchos más. De hecho, la canciller Ángela Merkel ha aseverado «el derecho fundamental de asilo para los perseguidos políticos sin un tope; y eso es válido para los refugiados que llegan a nosotros desde el infierno de la guerra civil». Pero otros líderes europeos, frente al ascenso de los partidos extremistas y antiinmigrantes, no han respaldado la posición de Merkel; y los refugiados todavía tienen que llegar a Alemania atravesando países como Hungría, que están erigiendo paredes y otras defensas fronterizas para mantenerlos afuera.
La verdad es que Occidente no puede absorber, y no lo hará, refugiados en las cantidades que hacen falta; y no tiene ninguna solución para el problema de los estados fallidos. Esto significa que, aparte de repartir ayuda humanitaria a aquellas personas que viven en los campos de refugiados, no tiene una política.
A menos que eso cambie, o hasta que eso cambie, la tragedia sólo se agravará.