Un acuerdo de paz que cuente con el apoyo internacional y el respaldo de la Liga Árabe, habrá de impedir en gran medida la posibilidad de que sea revocado por parte de los sucesores del presidente Mahmud Abbás.
Una de las amenazas que plantea la transformación de Irán en un estado nuclear es la forma en que esto puede afectar la composición de la dirigencia palestina, lo que podría provocar la cancelación del reconocimiento a Israel y los acuerdos que con él mantiene el mundo árabe y musulmán, y, en consecuencia, la vuelta a la lucha armada.
Irán considera su nuclearización como un medio para fortalecer su posición regional y garantizar la supervivencia de su régimen. Para ello, se empeña en crear puntos de apoyo a cargo de organizaciones islamistas en todo el mundo. Desde los Acuerdos de Oslo, más aún, desde la retirada de Tzáhal de Líbano, Irán ha metido mano en el conflicto israelí-palestino a través de su apoyo a Hezbolá, Hamás, la Yihad Islámica y otros.
El presidente palestino, Mahmud Abbás, y la Organización de Liberación de Palestina todavía se ven a si mismos como parte de la alianza regional de los estados árabes pro-occidentales contra el eje sirio-iraní. Por el contrario, Hamás, cuya máxima prioridad es el proyecto islámico en Gaza, considera la posición de su patrón, Irán, como un elemento crítico para asegurar este emprendimiento.
Para Hamás, Irán tiene la profundidad estratégica islámica necesaria para garantizar su supervivencia en la lucha contra Israel y los estados árabes pro-occidentales encabezados por Egipto. Hamás está mostrando cierta cortesía hacia Egipto y Arabia Saudita, pero en la práctica no hace sino amplificar su dependencia de los elementos islámicos no-árabes, liderados por Irán y Turquía, con el fin de crear un contrapeso a los planes para derrocarlo.
Actualmente, la Liga Árabe apoya y reconoce a la OLP y se niega a asistir activamente a Hamás. Pero las armas nucleares terminarán reforzando la influencia regional de Irán, lo que le permitirá obligar a vecinos complementarios a dar su apoyo político a Hamás. Este cambio podría intensificar la dimensión religiosa del conflicto y ayudar a Hamás a tomar control de la OLP, o bien, a crear una nueva.
Abbás quiere lograr un acuerdo de estatuto definitivo con Israel sobre la base de las decisiones tomadas por la Liga Árabe y la ONU antes que la hegemonía iraní coloque a Hamás en el asiento del conductor.
Un acuerdo de paz que cuente con el apoyo internacional y el respaldo de la Liga Árabe, habrá de impedir en gran medida la posibilidad de que sea revocado por parte de los sucesores de Abbás.
El equipo de expertos formado por el ministro de Exteriores, Avigdor Liberman, debería tomar en cuenta estas consideraciones. Israel debería aprovechar esta ventana abierta de oportunidad diplomática, siempre que la OLP sea conducida en el espíritu de Abbás y sea considerada todavía representante legítimo del pueblo palestino.
La política de Netanyahu es diplomáticamente ciega a las amenazas implicadas en estas pistas encaminadas a una oportunidad de estabilidad regional. Se basa en una concepción que no logra vincular las acciones de Israel y los fracasos en sus intentos por lograr estabilidad y normalización de relaciones con el mundo árabe.
Bibi prefiere considerar la disuasiva superioridad militar como una condición suficiente para el logro de dicha estabilidad y seguridad, y no se preocupa por buscar la integración de otras condiciones necesarias: los acuerdos políticos que tienen legitimidad internacional, la cooperación económica y otras similares.
Esa concepción revive la idea judía fatalista de “una nación aislada” y bien podría convertirse en una profecía que se auto-realiza para aquellos que habitan Israel y creen que su destrucción es una necesidad inmutable del mundo árabe y musulmán.
Pero esa doctrina no es más que un renacimiento de la triste historia de Masada, acerca de la cual Menajem Begin dijo: “De Masada, debemos aprender cómo no repetirla”.
Fuente: Haaretz - 12.11.10
Traducción: www.argentina.co.il