Una noticia publicada el pasado 17 de enero en el diario israelí "Haaretz" llamó la atención de numerosos observadores de la situación de Oriente Medio en todo el mundo. Un grupo de 30 musulmanes chiítas devotos celebraron en Gaza el fin de los 40 días de duelo por la muerte del Imam Hussein - fundador de la corriente chiíta del Islam en el año 680 -, cuando activistas de Hamás irrumpieron violentamente en la casa donde se realizaba la ceremonia religiosa y arrestaron a catorce de ellos y golpearon a los demás.
Pero cómo ¿Acaso el Irán chiíta no es el gran socio y patrón de Hamás, el proveedor de dinero, armas y apoyo político? La respuesta a esta pregunta es sencilla: Ya no. Irán tiene dificultades económicas y no está en condiciones de financiar la expansión de su maltrecha y dudosa revolución islámica, que en la práctica solo consistió en el acoso a Israel - mediante la utilización de Hezbolá y Hamás - y la conversión del Líbano en un país rehén.
Ahora todas las ambiciones regionales de Irán están amenazadas. Hamás, alentado por los avances de sus fraternales aliados, los Hermanos Musulmanes en Egipto, y sin expectativas de tener más apoyo concreto de Irán, revocó su ambigua tolerancia hacia la chía y volvió a sus posiciones sunitas extremistas. Los chiítas, para Hamás como para la Arabia Saudita wahabita, son herejes.
Pero eso no es todo. El gran aliado táctico de Irán, Siria, está en la cuerda floja. Si cae el régimen de Bashar al-Assad, el aislamiento de Teherán sería total. Toda su costosa inversión de años en el Líbano para convertir a este país en un satélite, podría haber resultado inútil.
Sin duda, la desafiante política contra Occidente en el tema nuclear es un «escape hacia delante», una reafirmación de las ambiciones regionales y globales de Irán en un momento en el que toda su política exterior amenaza con derrumbarse.
Por otra parte, subsisten fuertemente las diferencias entre el poder político (Ahmadinejad) y el clerical (Jamenei), y para nadie en el mundo está demasiado claro quién de ellos tiene realmente la última palabra.
Si el panorama global parece ser desfavorable para la chía, es particularmente inquietante para los alawitas, un grupo minoritario derivado de ella, porque el clan Assad es alawita y la cúpula de poder de su régimen tuvo una clara mayoría alawita.
La mayoría de los observadores teme que si cae el régimen del presidente sirio podría haber una venganza contra todas las minorías étnicas y religiosas por parte de sectores sunitas recalcitrantes como los Hermanos Musulmanes, que no han olvidado la matanza de Hama de 1982 en la que Hafez Assad, el padre del actual gobernante, masacró a unos 20.000 opositores (el número exacto sigue siendo motivo de polémica hasta hoy).
¿Cómo influyen todos estos conflictos en la identidad árabe? Por lo pronto, el bochornoso fracaso de los observadores de la Liga Árabe en frenar los derramamientos de sangre en Siria, no ha contribuido a fortalecer las tendencias panarabistas. La imagen carismática de Gamal Abdul Nasser agitando a las masas con el espejismo de la unidad árabe ha quedado muy atrás en la historia. En las manifestaciones de la polémica «primavera árabe» no hubo voces panarabistas. En cambio, sí hubo claras expresiones de las identidades nacionales.
Mansur Moaddel, un profesor de sociología árabe-norteamericano, de la Eastern Michigan University escribió un artículo en el «Jordan Times» de Ammán (9.1.12) en el que analizó varias encuestas que indican una consolidación de las tendencias nacionalistas. Por ejemplo: señala que en 2001 tan sólo un 8% de los egipcios se definían en primer lugar como egipcios mientras un 81% lo hacían como musulmanes. En 2007 las cifras no cambiaron substancialmente. Al desencadenarse la «primavera árabe», las cifras variaron dramáticamente. Los que daban prioridad a su identidad egipcia fueron un 50%, un 2% más de los que se definían como musulmanes. En Irak, la auto-identificación nacional saltó del 23% en 2004 al 57% en 2011. Entre los sauditas, la cifra pasó del 17% en 2003 al 46% mientras la identidad musulmana como factor primordial cayó del 75% al 44%.
Para el analista árabe-norteamericano también ha habido un fortalecimiento de la identidad secular y un debilitamiento del apoyo a la Ley Islámica. Entre los iraquíes, los que opinaron que el país estaría mejor si la religión y la política se separaran, creció de un 50% en 2004 a casi 70% en 2011. En Egipto, un 48% consideró en 2001 que era muy importante que el gobierno implemente la "Sharia", pero en 2011 el número bajó al 28%. En Arabia Saudita, la cifra descendió del 69% en 2003 al 31% en 2011.
El Prof. Moaddel explica las contradicciones entre el resultado electoral pro-islamista y estas encuestas, como derivadas de la diferencia entre la situación de los islamistas que tuvieron años para acumular fuerzas y los grupos liberales que estuvieron virtualmente prohibidos y no tuvieron tiempo para organizarse para las elecciones. Por otra parte, cometieron el error de lanzar sus críticas sobre todo contra el ejército y no contra sus rivales conservadores e islamistas.
En el balance general, el articulista tiene una visión optimista y estima que el renacimiento del sentimiento nacionalista entre los egipcios y la conciencia de que quien libró al país del autoritarismo fueron los liberales finalmente dará resultados.
Sin embargo, las diferencias entre los países muuslmanes y sus pautas culturales y el mundo occidental siguen siendo muy importantes. Una encuesta del prestigioso Centro de Investigación Pew en siete países árabes dadas a conocer el 21 de julio del año pasado son muy elocuentes al respecto.
A la pregunta de ¿Por qué no hay prosperidad en los países musulmanes? 53% contestó que era debido a la política de Occidente; 49% lo atribuyó a la corrupción de los gobiernos árabes; 42% indicó que era por falta de democracia; 36% dijo que se debía a la falta de educación y 12% señaló que la causa es el fundamentalismo islámico.
Interrogados respecto a su opinión sobre los occidentales, 68% los calificó de egoístas; 66% de violentos; 64% de codiciosos; 61% de inmorales y 57% de arrogantes. Los que les atribuyeron distintas cualidades positivas fueron menos del 50%.
Pero quizás las respuestas más significativas sean las referidas a los ataques del 11 de setiembre de 2001 contra las Torres Gemelas. Más de 50% de los encuestados en Líbano, Jordania, los territorios palestinos, Indonesia, Pakistán, Turquía y Egipto cree que los autores no fueron árabes.