La reciente visita del emir de Qatar, el jeque Hamad bin Khalifa al-Thani, a la Franja de Gaza, fue la primera de un jefe de estado a ese territorio desde la sangrienta toma del poder de Hamás en 2007.
Naturalmente la organización islamista brindó una recepción de alfombra roja al visitante, quien lanzó sendos proyectos de construcción de viviendas y de un hospital con una asignación de 400 millones de dólares.
El monarca árabe aprovechó su recorrido para hacer un llamado a la unidad palestina que no tuvo demasiado eco. Como era previsible, a la Autoridad Palestina no le hizo ninguna gracia la visita, y el presidente Mahmud Abbás telefoneó hace unos días al jeque recordándole que él era el líder internacionalmente reconocido del pueblo palestino.
También Israel estuvo bastante disgustada con su llegada que, de hecho, constituyó un respaldo a la organización islamista opuesta a todo arreglo pacífico del conflicto palestino-israelí.
No es la primera vez que Qatar tiene iniciativas independientes del resto de los países árabes en política exterior. A diferencia de otras monarquías del Golfo y de Arabia Saudita que prefieren replegarse sobre sí mismas en una actitud defensiva, el pequeño estado de sólo 11.571 kilómetros cuadrados de extensión y 1.850.000 habitantes, ha elegido una política exterior activa en respuesta a las turbulencias de la llamada «primavera árabe», un término que cada vez más tiene un claro dejo irónico.
Qatar se puede permitir esa actitud dado su poderío económico. La pequeña monarquía árabe, que desde mediados del siglo XIX ha sido regida por la familia Al Thani, cuenta con el más alto ingreso per capita del mundo y tiene fabulosas reservas de petróleo y gas natural. En 2010 encabezó la lista «Forbes» de los países más ricos y su tasa de crecimiento fue del 19%, la más alta del planeta.
Como en los otros países del Golfo, los 300.000 ciudadanos nativos de Qatar son una minoría de la población. Hay 20% de árabes de otros países, 20% de hindúes y porcentajes menores de trabajadores de Nepal, Filipinas, Sry Lanka, Pakistán y demás.
Qatar mantiene estrechas relaciones con Estados Unidos. Su territorio sirve de sede al Comando de EE.UU para Oriente Medio y aloja tres bases militares norteamericanas. Centenares de estudiantes de Qatar estudian en universidades estadounidenses y por otra parte seis universidades norteamericanas tienen sedes dependientes en el pequeño principado.
Las visitas mutuas de altos funcionarios en Washington y en Doha son corrientes. El emir Al Thani estuvo por última vez en la capital norteamericana en 2011. Por otra parte, Qatar pretende ser el centro del liberalismo en Oriente Medio. Su arma de propaganda más poderosa, la red televisiva «Al Jazeera», que es muy vista en todo el mundo árabe, apoyó con entusiasmo las insurrecciones populares en Túnez y en Egipto.
Ese apoyo ha llevado a renovadas tensiones con su poderoso único vecino, Arabia Saudita, la monarquía archi-conservadora partidaria del mantenimiento del status quo a cualquier precio. Qatar está situado en la península del mismo nombre que se encuentra en el noreste de la considerablemente mayor península árabe. El resto de su territorio da al Golfo Pérsico donde su vecino más cercano es la isla de Bahrein.
Las relaciones entre ambos países árabes han sido históricamente muy estrechas, pero siempre estuvieron marcadas por una profunda desconfianza mutua.
En 1995, el actual emir qatarí depuso a su padre, Hamed bin Khalifa al Thani, en un golpe de estado sin violencia; y tres años después, miembros del gobierno acusaron al ejecutivo de Riad de apoyar un intento de restaurar en el poder al monarca destituido.
A raíz de una serie de pequeños altercados entre 2002 y 2007, Arabia Saudita retiró su embajador de Doha.
En julio de 2006 se generó un conflicto por el pasaje de un oleoducto qatarí por aguas territoriales sauditas, presuntamente sin permiso de las autoridades de Riad.
A partir de un intercambio de visitas de los monarcas de ambos países, entre setiembre y diciembre de 2007, las relaciones mejoraron; pero las dos monarquías siguen teniendo posiciones enfrentadas en relación a los cambios en el mundo árabe.
Arabia Saudita resiente el apoyo dado por «Al Jazeera» al derrocamiento del presidente Mubarak en Egipto y teme todo proceso de democratización en el mundo árabe, aunque sea bajo la bandera del islamismo. Qatar, en cambio, apuesta a un islam llegado al poder por la vía del voto popular y prefiere, a diferencia de Riad, un conservadorismo islámico menos extremo e intolerante.
En una zona turbulenta, la monarquía qatarí se maneja con bastante habilidad comprando la buena voluntad de sus súbditos con petrodólares.
«Al Jazeera» despotrica contra Estados Unidos, lo que no impide a sus dueños mantener muy buenas relaciones con Washington. Asimismo, por ahora, sus tensiones con Arabia Saudita son bastante soportables.
El único problema que podría surgir el día de mañana es que a los habitantes nativos de Qatar se les ocurra que la democracia no debe servir sólo como remedio para males ajenos y que no vendría mal aplicarla también en casa.