En la prensa internacional no faltan los artículos que tratan de explicar la llamada «primavera árabe» a la que sin duda sería más sensato llamar simplemente rebelión árabe. Los hay de toda clase y grados de profundidad. Pero de todo lo que pude leer en los últimos meses, lo mejor a mi juicio, es un notable artículo del editor del «Daily Star» de Beirut, Rami G. Khouri, titulado «Diez lecciones árabes del año que pasó».
Khouri es un periodista de larga trayectoria. Nacido en Nueva York en una familia cristiana palestina, tiene ciudadanía palestino-jordana y norteamericana. Actualmente reside en Beirut donde además de su labor periodística es profesor de la Universidad Americana de la capital libanesa.
La primera lección de los acontecimientos que conmovieron y siguen conmoviendo al mundo árabe es, a su juicio, que no existe una fuerza coherente llamada «Mundo árabe». Cada país tiene su problemática propia y específica.
La segunda es que 350 millones de árabes por primera vez expresan sus aspiraciones más profundas a una vida de integridad y dignidad y exigen no ser tratados como siervos por sus gobiernos. No se contentan con meras promesas y demandan textos constitucionales que aseguren plenamente sus derechos.
La tercera explica que 2012 nos enseñó a no exagerar en nuestra avaluación de poder, sabiduría y eficacia política de islamistas árabes tales como los Hermanos Musulmanes, que generalmente han tenido un desempeño muy pobre al tratar de convertir sus slogans en políticas concretas.
La cuarta señala que los ciudadanos árabes han rechazado políticas de potencias externas de manejar sus destinos, desde Estados Unidos a Irán. Khouri lo define con una frase: «El mundo árabe murió finalmente en 2012 y nacieron el ciudadano y el Estado árabe».
Según la quinta, no hay un líder árabe que represente a todos, pero el desarrollo político en un país necesariamente influirá sobre los demás. Por ejemplo, el inminente cambio de régimen en Siria tendrá un indudable impacto sobre sus vecinos, del mismo modo en que el desarrollo político en Túnez y Egipto gravitará sobre el futuro del resto del mundo árabe.
La sexta es que, si bien sólo hubo manifestaciones en Bahrein, hay un cambio de actitud ciudadana en todos los países ricos del Golfo donde por primera vez los ciudadanos acomodados de esos países expresaron públicamente de diversas maneras su exigencia de una mayor transparencia de parte de sus gobernantes.
La séptima determina que en el año pasado el Estado árabe enfrentó una dura prueba de legitimidad y duración. Algunos países árabes que no han alcanzado una verdadera cohesión, como Yemen e Irak, podrían fragmentarse, del mismo modo en que Sudán del Sur se separó de Sudán del Norte en 2011. Otros como Siria, Yemen, Libia y Líbano pueden llegar a una descentralización que deshaga sus estructuras nacionales actuales.
La octava se refiere al rol de Turquía, cuya política regional, que pretendía tener buenas relaciones con todos sus vecinos, terminó en enfrentamientos con Siria, Israel, Irak e Irán. Ésto nos recuerda que sólo países árabes, y no vecinos no-árabes, pueden ejercer un verdadero liderazgo en el mundo árabe.
La novena lección es que si bien las grandes potencias como Estados Unidos, Rusia y China siguen teniendo su gravitación, cada vez más tienden a reaccionar a las realidades creadas por los pueblos y no a tomar iniciativas.
La décima y última es que los dos grandes temas - Palestina e Irán – que no estuvieron en un primer plano de la atención internacional mientras los levantamientos árabes y las aspiraciones de cambios democráticos tuvieron un protagonismo absoluto, seguramente volverán a la escena en 2013, ya que reflejan relaciones de poder que pueden tener un impacto sobre el bienestar de decenas de millones de personas.
Hasta aquí los planteos de Khouri. Pero, sin duda, ninguno de los procesos que él señaló ha culminado y lo que queda para este año son una serie de grandes interrogantes:
* ¿Quién terminará por imponerse: la modernidad o el tradicionalismo religioso, con todo lo que implica?
* ¿Es posible una conciliación real entre ambas fuerzas?
* ¿Se impondrá el sectarismo violento o finalmente llegará la hora de un verdadero pluralismo democrático?
* ¿Cuántos Estados se fragmentarán?
* ¿Qué consecuencias regionales y globales tendrá un proceso de esa naturaleza?
* ¿Se encontrará finalmente la vía para establecer las bases de una coexistencia pacífica palestino-israelí, condición indispensable para el establecimiento de un Estado palestino realmente viable, o el conflicto seguirá prologándose indefinidamente?
* ¿Cuánto durará la inestabilidad y cuál será su precio para los pueblos afectados?
* ¿Cómo quedará la alineación geopolítica luego de que se defina la situación militar en Siria?
Y, finalmente, las preguntas más difíciles y acuciantes:
* ¿Cuándo llegará a su fin el martirologio del pueblo sirio?
* ¿No veremos la sustitución de la terrible dictadura de Bashar al-Assad por un régimen islamista aún más cruel e intolerante?
* ¿Cuánto llevará reconstruir Siria y quién pagará el altísimo costo de la operación?