¿Debería de intervenir Estados Unidos para detener el baño de sangre en Siria? Yo me encuentro dividido entre cuatro perspectivas diferentes: desde Nueva Delhi, Bagdad, Tel Aviv y Naciones Unidas.
La semana pasada me reuní en Nueva Delhi con un grupo de estrategas hindú en el Instituto de Estudios y Análisis de Defensa para hablar de que Estados Unidos debería de retirarse de Afganistán y analizar los intereses de la India, Paquistán e Irán. En un momento dado, propuse una idea a la que uno de los analistas hindúes respondió que ya se había probado «desde el siglo XI». Y no dio buenos resultados. Por eso me gusta venir a Nueva Delhi para hablar de esta región.
Los funcionarios hindúes tienden a pensar en función de siglos, no de meses, y ven el mapa de Oriente Medio sin ninguna de las fronteras trazadas por el colonizador inglés. Más bien ven solamente viejas civilizaciones - Persia, Turquía, Egipto -, viejas religiones - chiítas, sunnitas, hindúes - y viejos pueblos - pashtunes, tayikos, judíos, árabes -, todos interactuando con pautas de conducta establecidas desde hace mucho tiempo.
«Si quiere entender esta región, tome un mapa del Ganges hasta el Nilo y quítele las fronteras británicas», observó M.J. Akbar, veterano periodista y escritor hindú musulmán. Eso nos lleva a las verdaderas corrientes de la historia que han regido a Oriente Medio «y a los intereses definidos por los pueblos y las tribus, no sólo por los gobiernos».
¿Qué vemos al observar la región de esta manera? En primer lugar que no hay manera de que, una vez que se retire, Estados Unidos mantenga la estabilidad en Afganistán si no colabora con Irán.
Debido a los antiguos lazos entre los chiítas iraníes y los afganos chiítas hablantes de persa de Herat, la tercera ciudad más grande de Afganistán, Irán siempre ha sido y siempre será un actor en la política afgana. El Irán chiíta nunca ha querido a los talibanes sunnitas. «Irán es el contrapeso natural del extremismo sunnita», afirmó Akbar. A Irán le conviene «disminuir a los talibanes». Es por eso que Estados Unidos e Irán fueron aliados tácitos para derribar a los talibanes y lo seguirán siendo para evitar que regresen al poder.
Así pues, vista desde la India, la batalla de Siria es sólo un capítulo más en la inveterada guerra civil entre sunnitas y chiítas. La de Siria es una guerra por interposición entre Arabia Saudita y Qatar - dos monarquías sunnitas que financian a los «demócratas» sirios, que en su gran mayoría son sunnitas también - y el régimen sirio alawita - rama del chiísmo y su aliado, el Irán chiíta. Es una guerra que no puede terminar, sólo suprimirse.
Es por eso que algunos generales israelíes están empezando a darse cuenta de que si Siria va a luchar a muerte, eso podría representar una amenaza estratégica para Israel tan grande como el programa nuclear iraní. Si Siria se desintegra en otro Afganistán - en la frontera con Israel - se volvería una tierra indómita con yihadistas, armas químicas y misiles antiaéreos desplazándose libremente por todas partes.
¿Puede evitarse ese colapso? En Washington, algunos tenían la esperanza de que si caía rápidamente el régimen de Bashar al-Assad en Damasco, Occidente y los sunnitas podrían «darle la vuelta» a Siria para sacarla de la órbita iraní-chiíta y meterla en la órbita sunnita-saudita-estadounidense.
Tengo mis dudas. Dudo que se le pueda dar la vuelta en una sola pieza; se separaría en una región sunnita y otra alawita. Y, si se lograra darle la vuelta, Irán trataría de darle la vuelta también a Irak y Bahréin, ambos predominantemente chiitas, para que quedaran en su campo.
Algunos diplomáticos árabes en Naciones Unidas sostienen, empero, que hay un camino medio, pero para eso se necesitaría que Estados Unidos lo señalara. Primero, movilizar al Consejo de Seguridad para aprobar una resolución que estableciera un Gobierno de transición en Siria con «plenos poderes» y con representación igualitaria de alawitas y de sunnitas rebeldes. Si se pudiera convencer a los rusos que respaldaran esa resolución (cosa difícil) podría romperse el estancamiento dentro de Siria, pues muchos que hasta ahora han sido leales al régimen verían la inscripción en la pared y lo abandonarían. El otro lado de la moneda sería decirles a los rusos que, si no respaldan esa resolución, Estados Unidos empezaría a enviarles armas a los rebeldes seculares y moderados.
¿Realmente puede haber una política intermedia entre el enfoque de «ir por todo» de George W. Bush y el de Barack Obama, que en el caso de Siria piensa que si interviene haría suyo el problema y por ende es mejor ni meterse? Hay que estudiar el caso de Irak.
La lección de Irak es que ahí están en juego profundas corrientes históricas: sunnitas contra chiítas y kurdos contra árabes.
Las elecciones iraquíes de diciembre de 2010 demostraron, empero, que es posible que haya partidos pluralistas y un Gobierno democrático en Irak, lo que de hecho es la primera opción de la mayoría de los iraquíes.
Pero Estados Unidos hubiera tenido que mantener tropas por unos diez años más para que el paso del sectarismo al pluralismo fuera siquiera remotamente sustentable. Siria es la hermana gemela de Irak. La única forma de ver ahí una transición pluralista es con una resolución de Naciones Unidas respaldada por Rusia y por un árbitro bien armado en el terreno para que engatuse, obligue e induzca a todas las partes a vivir juntas, eso es Oriente Medio.
Si queremos los fines, más nos vale que nos gusten los medios. No se puede cambiar la política «a menos que digan que se quedarán ahí cien años», asegura Akbar. Pero ya nadie quiere jugar a los imperios. En ese caso, él sostiene que nunca es bueno quedarse mucho tiempo en ninguno de esos países: cinco meses, no cinco años.
Cinco años, afirma Akbar, son apenas suficientes para que el pueblo nos odie, no para que nos tema o nos respete, ya no digamos para que cambie sus arraigadas costumbres.
Fuente: The New York Times:
Traducción: www.israelenlinea.com