Hubieron revoluciones radicales de las que leímos en Túnez, Egipto, Siria, Yemen y Libia, de ninguna de las cuales hasta ahora surgió una democracia estable e incluyente. Pero también están las revoluciones radicales de las que no leímos nada, desarrollándose en Arabia Saudita y en otras monarquías del Golfo Pérsico.
Esta evolución implica un desplazamiento sutil pero muy real en las relaciones entre los dirigentes y su pueblo, y es posible detectarlo incluso en una breve visita a Arabia Saudita, a Dubai y Abu Dabi en los Emiratos Árabes Unidos. Los dirigentes de la región todavía no tienen tiempo para una democracia en la que cada ciudadano tiene un voto. Pero a raíz de la «primavera árabe» están profundamente interesados en su legitimidad, de la cual descubrieron que ya no se puede comprar simplemente con subsidios ni heredarse de padre a hijo.
Así pues, los jeques están invitando cada vez más a sus pueblos para que juzguen su actuación, por ejemplo, en materia de mejoría de escuelas, creación de empleos y reparación de drenaje, no sólo en su enemistad Israel y en su imposición del islam.
Y mucha gente está juzgándolos de ese modo, gracias en gran medida a internet. En Egipto y en Túnez se exageró el papel que desempeñó la red; pero fue subvaluado en el Golfo donde, en una sociedad más cerrada, Facebook, Twitter o YouTube constituyen amplios espacios libres de control en el que hombres y mujeres pueden hablar entre sí y responderles a sus dirigentes.
«Ya no leo periódicos locales», me aseguró un joven técnico saudita. «Todas las noticias las veo en Twitter». Hasta ahí llegaron los periódicos controlados por el gobierno.
Arabia Saudita por sí misma genera la mitad de todos los mensajes de Twitter del mundo árabe y es una de las naciones más activas en Twitter y en YouTube del mundo. Con mucho, los sauditas que tienen más seguidores en Twitter y en YouTube suelen ser predicadores fundamentalistas wahabíes, pero les están ganando terreno los satíricos, los comediantes y los comentaristas que hacen chistes de todos los aspectos de su sociedad, incluso de las instituciones religiosas que, aunque de forma indirecta, ya no son intocables.
El rey Abdullah de Arabia Saudita, que para las normas regionales es un auténtico progresista, sigue siendo muy popular, pero la burocracia de su gobierno es considerada indiferente hacia el pueblo y por lo general corrupta. Por eso, los usuarios sauditas de Twitter crearon estas hashtags: «#Si me encuentro al rey, se lo diría», «#Del pueblo al rey: la educación en peligro» y «#¿Qué te gustaría decirle al ministro de Salud?» - después de repetidos percances en los hospitales.
Hubo lluvias torrenciales cuando estuve en Arabia Saudita hace diez días y el periódico Al Sharq Al Awsat publicó una caricatura en la que tres hombres respondían a esta pregunta: ¿Por qué se inundaron las calles de Riad? El funcionario de gobierno respondió: «Las calles no se inundaron; eso es sólo un rumor maligno». El jeque respondió: «Todo es por los pecados de las jóvenes en la Universidad Princesa Nora». El ciudadano respondió: «Es por causa de la corrupción». Pero la caricatura muestra también un brazo con la leyenda «Censura» que se acerca para arrancar ese comentario de la página. ¡Y esto en un periódico saudita!
En los Emiratos Árabes Unidos, un funcionario del gobierno fue abochornado al ser captado en un video con un teléfono celular. El video lo muestra después de un accidente de tráfico, golpeando a otro conductor, un trabajador asiático, con los cordones de su tocado. El video se hizo viral en todo el Golfo.
La gente está perdiendo el miedo, no a rebelarse sino a exigir un gobierno responsable. La semana pasada, un amigo saudita me mostró un video que también se hizo viral en WhatsApp. Fue publicado por un hombre pobre cuyo techo tenía goteras durante las lluvias. El agua caía incluso en la cuna de su bebé. El video lo muestra rondando por su casa empapada diciendo: «Soy saudita. Así es como vivo. ¿Dónde está el ministro de Vivienda? ¿Dónde están los miles de millones que el rey dice que dio para vivienda? ¿Dónde están mis derechos? Siento que estar en mi casa y estar en la calle es lo mismo».
Escuché muchas historias como esta en conversaciones grupales con jóvenes sauditas y emiratíes, que me parecieron tan impresionantes, conectados y con tantas aspiraciones de reformar a su país como cualquiera de los revolucionarios egipcios. Pero ellos quieren evolución, no revolución. Vieron las escenas de El Cairo y Damasco. Se puede sentir su energía. Desde el movimiento de base para permitir que las mujeres conduzcan automóviles hasta el joven saudita que en un susurro admite que está tan harto del islam puritano que domina a su país que se volvió ateo. Y no es el único. ¿Ateos sauditas? ¿Quién lo hubiera creído?
Hablando de reformas, en Dubai el gobierno estableció una estrategia para el 2021 y cada uno de los 46 ministerios y agencias regulatorias tienen indicadores de desempeño clave a tres años con los que tienen que cumplir para llegar a su meta. Estos indicadores van desde mejorar el desempeño de los adolescentes de 15 años en los exámenes globales de ciencias, matemáticas y lectura hasta simplificar los procedimientos para fundar un negocio.
Los 3.600 indicadores están cargados en un tablero de iPad que el monarca Mohamed bin Rashid al-Makhtoum sigue cada semana. Maryam al-Hammadi, directora de desempeño gubernamental, suscita el miedo de todos los ministros de Dubai pues es la encargada de clasificarlos cada mes según sus progresos en los indicadores. Y la lista se la entrega a Al Makhtoum. Nadie quiere estar abajo. Hammadi me mostró el tablero y me explicó que Al Makhtoum exigía que «todas las agencias del gobierno se desempeñaran tan bien como las empresas del sector privado en materia de satisfacción y servicio al cliente». Al pueblo se le da un informe anual.
Insisto, esto no es cuestión de democracia. Es cuestión de que los dirigentes sienten la necesidad de ganarse su legitimidad. Y cuando uno la gana, otro siente la presión de copiarlo. Y eso genera mayor transparencia y responsabilidad. Y eso, sumado a Twitter, llevará quién sabe adónde.
Fuente: The New York Times
Traducción: www.israelenlinea.com