Después de los actos terroristas de París de la semana pasada. ¿Hubo una cadena de incidentes en los cuales musulmanes fueron víctimas? ¿Hubo atentados en barrios musulmanes? ¿Hubo algo comparable a los ataques antisemitas que sufrieron los judíos franceses en el último año? Obviamente no. Sin embargo, abundaron voces de advertencia contra la islamofobia, presuntamente un peligro comparable en su virulencia y peligrosidad al antisemitismo.
¿Qué es realmente este prejuicio que preocupa tanto a periodistas e intelectuales políticamente correctos? El editor de la publicación digital británica «Spiked», Brendan O'Neill lo define en un brillante ensayo en estos términos: «Es un concepto vacío, cínico, elitista, inflado de arrogancia multicultural, que ha contribuido a crear la idea de que está prohibido burlarse de las creencias de otra gente o de otras culturas y ha convertido la muy legítima idea de que algunas ideas son mejores o peores que otras en algo muy nocivo. De hecho, ha convertido el derecho a expresar una opinión en una patología: decir por ejemplo, que los valores islámicos no son tan buenos como los del Siglo de las Luces, constituye un pecado o incluso un crimen».
Luego de censurar a algunos alarmistas preocupados por la islamofobia como el diario británico «The Guardian» y el actor George Clooney, que expresaba su temor frente a un eventual «fervor anti-musulmán» cuando los cuerpos de los cuatro judíos asesinados en el supermercado kasher de París eran preparados para ser enterrados en Israel, O'Neill llega a la conclusión de que el abismo entre los temores de los profetas de la islamofobia y lo que sucede realmente después de un ataque terrorista, demuestra la falsedad de la idea de la xenofobia como un acto de discriminación. A su juicio, es una forma de estigmatizar la crítica a un determinado sistema de creencias. En esencia, es una forma de arrogancia multicultural inventada por una élite pequeña que rechaza toda crítica a valores no occidentales.
Según el analista británico, el concepto de «islamofobia» se deriva de un informe del año 1996 del Runnymede Trust, un «trust» de cerebros británico. Este documento no se basa en hechos medidos por estadísticas sino en un análisis de la descripción del islam en los medios de difusión. Es decir, desde un comienzo el término «islamofobia» tuvo más que ver con palabras e ideas problemáticas y con un juicio moral sobre un sistema de creencias, que con algún prejuicio real institucionalizado contra los musulmanes.
El informe Runnymede tuvo un carácter oficial y 3.500 copias fueron distribuidas entre autoridades metropolitanas, asociaciones pro igualdad racial, fuerzas policiales, departamentos del gobierno, asociaciones profesionales, sindicatos, trusts de cerebros y universidades. Los autores del documento condenaron como expresión de «islamofobia» la idea de que el islam es inferior a Occidente y denunciaron en el mismo sentido a quienes hablan de «un choque de civilizaciones».
Para O'Neill, el informe Runnymede al insistir en que el islam merece el mismo respeto que los valores occidentales, fomentó el relativismo y la autocensura, no la igualdad ni el progreso social.
Desde 1996 hasta hoy, el cínico uso de esta fobia inventada para criminalizar a los defensores de la idea de que el secularismo y la libertad son mejores que los valores islámicos, se ha convertido en algo corriente. Esto se puede advertir en la censura a quienes expresan críticas muy obvias a aspectos del islam claramente contrarios a la civilización moderna, como los derechos de la mujer.
El autor del ensayo considera que la arrogancia implícita en la idea de la islamofobia se deriva de la ideología del multiculturalismo. Según su definición, el multiculturalismo es expresión de la resistencia de Occidente a considerar que una cultura puede ser superior a otra. El multiculturalismo convierte el vacío moral en una virtud y celebra una presunta igualdad de valores de una sociedad tribal pre-moderna con las sociedades democráticas de nuestro tiempo. La islamofobia saca un excelente partido a este concepto al demonizar la mera idea de emitir juicios de valor.
Lejos de constituir una guerra progresista contra el racismo, la industria de la islamofobia es un intento cobarde y autoritario de evitar todo debate de ideas y de traer de contrabando la obsoleta condena de la blasfemia a Europa.
Sin duda, compartimos plenamente este enjuiciamiento a lo que se ha convertido en el más descarado chantaje cultural de nuestro tiempo. La lucha contra el terror no se plantea únicamente en el terreno bélico, sino también en el ideológico.
La lucha contra la hipocresía que se esconde detrás de lo que O'Neill llama la «industria de la islamofobia» es una de las primeras prioridades del mundo democrático luego de los trágicos acontecimientos de París.