El atentado cometido por terroristas judíos que incendiaron una casa palestina en una aldea de Cisjordania y provocaron la muerte de un bebé de 18 meses no es un crimen aislado. Sólo hasta julio de 2015, judíos extremistas cometieron 112 agresiones contra civiles palestinos o sus propiedades en Cisjordania y Jerusalén Oriental, de las que 39 acabaron con uno o varios heridos, según datos de Naciones Unidas. En 2014, hubo un total de 312 asaltos.
En la primera semana de julio, siete palestinos sufrieron heridas en incidentes con colonos. En uno de ellos, en el que civiles israelíes lanzaron piedras contra un vehículo, una mujer embarazada que viajaba a bordo sufrió un aborto, según el último informe de la ONU.
Un suceso como el asesinato de un bebé era sólo cuestión de tiempo debido a la pasividad de las autoridades israelíes en la persecución de los ataques de extremistas judíos contra palestinos, homosexuales y refugiados extranjeros y la incitación de varias de las mismas contra ellos.
«Los niños palestinos son vívoras que tienen que morir antes de crecer y ser terroristas. Sus casas deben ser demolidas. Ellos son nuestros enemigos y nuestras manos deberían estar manchadas de su sangre. Esto también se aplica a sus madres», escribió en su cuenta de Facebook - antes de las elecciones - la entonces diputada del partido ultranacionalista religioso Habait Haiehudí, Ayelet Shaked, hoy ministra de Justicia de Israel (!), que ahora proporciona todo tipo de excusas para justificar que «me entendieron mal». Igual que Hezbolá: matar en nombre de Dios.
«Los refugiados africanos son como un cáncer en nuestro cuerpo que debe ser extirpado rápidamente. Si no lo hacemos, sus enfermedades pueden poner en peligro la existencia misma de Israel», declaró en su momento la parlamentaria del Likud, Miri Regev, actual titular de Cultura y Deportes del Ejecutivo hebreo, que también, según ella, fue «mal interpretada».
Lo cierto es que en Israel la política de desprecio e intolerancia a todo lo que no es judío, bien introducida en el la coalición de Bibi y apoyada por alcaldes y rabinos xenófobos, creó un ambiente de impunidad para crímenes de odio y animó a los asesinos a continuar con sus fechorías.
Sólo hace unos días, luego de que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) demolieran dos edificios en el asentamiento de Bet-El, en Cisjordania, por orden del Tribunal Supremo que los declaró ilegales, el diputado Moti Yogev, miembro de la coalición y del mismo partido que Shaked, dijo que «hay que emplear tractores blindados D-9 para demoler la Corte de Justicia».
Los datos proporcionados por el Ministerio de Defensa de Israel hablan por si solos. Desde agosto de 2014, civiles israelíes («terroristas», según el ministro Moshé Yaalón) incendiaron un total de nueve casas de palestinos en Cisjordania, además de mezquitas, negocios y tierras de cultivo.
Una de las agresiones más graves ocurridas en las últimas semanas, de acuerdo con la información, se produjo cuando un grupo de personas lanzaron un cóctel molotov en el interior de un taxi. La familia palestina que viajaba en él resultó gravemente herida.
Las autoridades israelíes sospechan que dos de los atacantes estaban relacionados con el asalto incendiario del pasado junio contra la Iglesia de Tabgha, en el norte de Israel, donde la tradición bíblica sitúa el milagro de los panes y los peces de Jesús .
El hecho de que la policía y las FDI no resolvieron estos casos no es producto del destino sino de la no aplicación de la ley contra los extremistas violentos, que el Gobierno se niega a catalogarlos bajo el rubro de «terroristas» para diferenciarlos de los palestinos.
Pero hasta que esa tendencia no cambie radicalmente, las condenas de Bibi serán pura retórica vacía.
Recientemente, el ex canciller Liberman y varios ministros del Likud apoyaron un proyecto de ley que proponía establecer la pena de muerte para «terroristas sanguinarios». Bibi impidió que la medida llegara a debatirse. Seguramente imaginó que su imagen no se vería bien junto a los muchachos de «Tag Mejir» (Etiqueta de Precio) colgados de una horca.