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¿Atacar o no atacar? Esa es la cuestión


Esta semana, la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) aseguró en un informe muy detallado que la República Islámica de Irán llevó a cabo actividades relevantes para el desarrollo de dispositivos nucleares explosivos.


La agencia nuclear de la ONU en su reporte sobre la dimensión militar del programa atómico de Teherán, informó que Irán trabajó en el diseño de una bomba atómica y podría estar aún realizando investigaciones relevantes para ese tipo de armamento.

El documento, precedido de especulaciones de medios israelíes sobre posibles ataques militares contra instalaciones nucleares iraníes, detalló nuevas evidencias que sugieren los esfuerzos por adquirir habilidades para armas atómicas.

La información también indica que antes de finales del 2003, esas actividades ocurrieron bajo un programa estructurado y que algunas de elllas todavía podrían tener lugar.

Oriente Medio afronta la carrera armamentística del gobierno iraní para conquistar el estatus de potencia regional y así disuadir a otros actores de la sociedad internacional de usar la fuerza contra él. Conviene fijarse en dos actitudes constantes del régimen: su progresiva regresión hacia el autoritarismo y el fundamentalismo teocrático y la espiral de violencia dialéctica contra Israel, que incluye la muy seria amenaza - varias veces proferida - de borrar del mapa al Estado hebreo.

De hecho, en uno de sus recientes discursos, el presidente Mahmud Ahmadinejad, exhortó a su pueblo a estar preparado para una guerra que EE.UU y la identidad sionista quieren desatar en la región y alertó que los recientes choques en Libia y Gaza sólo muestran la desesperación de Obama y Netanyahu.

El régimen de Ahmadinejad vive así una etapa de arrogancia extrema tanto por el férreo control que ejerce sobre su población, como por la conciencia de que es muy poco lo que el mundo puede hacer para limitar sus ambiciones y tratar de modificar ese cuadro tenebroso de un poder ensoberbecido y guiado por una ideología fundamentalista religiosa que pretende imponer sus designios en el nombre de Dios a cualquier precio.

La mayor parte de la comunidad internacional - excepto China y Rusia - emitió ya un veredicto: no se fía de Irán y percibe que Oriente Medio no puede permitirse la inestabilidad y la carrera de armamentos que la culminación de su programa nuclear supondría; aceptarla traería como consecuencia un más que probable conflicto directo con Israel y Occidente.

Sin embargo, fuera de sanciones aprobadas que no prosperan, no hay ninguna idea clara de cómo conjurar ese desafío cada día más ominoso. El mundo parece no querer aprender de la historia.

Mientras tanto, el reloj sigue su marcha.