Muamar Quider intentó suicidarse pocos días antes de casarse, agobiado por el desempleo y las humillaciones que marcan la vida cotidiana en la Franja de Gaza controlada desde 2007 por la organización terrorista Hamás.
«Se me cerraron todas las puertas», dijo Quider, de 21 años, que sobrevivió de milagro a la fuerte dosis de raticida que se tomó en un momento de desesperación.
«La policía de Hamás me confiscó mi puesto de venta y la balanza con la que pesaba las uvas», explicó, recordando las detenciones recurrentes que sufría durante la jornada en las horas de más venta.
Resulta imposible obtener una estadística oficial sobre suicidios en la Franja de Gaza pero una fuente de los servicios médicos afirmó al diario «Haaretz» que las cifras son «espantosas» y los intentos casi diarios.
No obstante, las familias se niegan a hablar de ese tema tabú ya que el islam condena el suicidio.
Por su lado, la policía de Hamás afirmó que el suicidio no se convirtió en un «fenómeno».
Sin embargo, los médicos se alarman del aumento de los pacientes que ingieren productos tóxicos, aunque reconocen que corresponde a la policía determinar las circunstancias de la intoxicación.
Mohamed Abu Asi, un padre de familia de 30 años, estuvo varios días en coma tras haber ingerido un veneno. «A los 30 años no tengo con qué alimentar a mis hijos pequeños. Preferí quitarme la vida antes que verlos morir», afirmó.
La Franja de Gaza está acorralada, desesperada. En 2014, la última guerra con Israel - la tercera en seis años - sembró duelo y devastación.
El exiguo territorio en el que se amontonan 1,8 millones de palestinos está ahogado por un bloqueo total de Israel y de Egipto.
La reconstrucción de las ruinas tardan en concretarse, mientras que el acceso al agua corriente y a la electricidad está restringido.
La tasa de desempleo llega a 42% de la población activa, según un informe del Banco Mundial, y más del 60% de los jóvenes no tienen trabajo; 39% de la población vive bajo el umbral de la pobreza y 80% depende de diferentes ayudas para vivir.
La situación es tal que el 52% de los habitantes de Gaza quieren irse, según un sondeo reciente, pero Israel no deja pasar a casi nadie y la frontera con Egipto permanece más cerrada que abierta.
Algunos intentan la peligrosa travesía del Mediterráneo con la esperanza de llegar a Europa.
Asi Abu Ahmed, padre de familia, explicó las razones de su intento, que llevó a cabo después de que la policía cerrara un bar que había instalado en la orilla del mar. «Todos, jóvenes o viejos, vivimos en la pobreza. Cuando alguien prefiere la muerte a la vida quiere decir que no nos queda nada más», señaló entre indignado y resignado.
«Los dirigentes de Hamás son responsables de la situación. Conocen nuestro sufrimiento y el de nuestros hijos pero no hacen nada. Nos machacan con su eslogan 'paciencia, pueblo heroico'. Pero al único lugar al que nos llevan es la muerte», agregó.
En abril pasado, la policía de Hamás cortó de raíz un movimiento juvenil de protesta.
«Hay un verdadero conflicto entre los habitantes y las instituciones. Unos piden salario, los otros impuestos. Ese conflicto crea un entorno propicio a comportamientos violentos, ya sea contra las instituciones o contra su propia persona, y el suicido es una manifestación de ello», explicó Fadel Ashour, psicólogo y universitario.
«La principal causa de esos suicidios es la desesperación de los jóvenes», resumió por su parte el economista Omar Khaabane.
«Ante una sociedad que los perjudica y los oprime, el suicidio, la violencia y la radicalización son respuestas que hacen temer la explosión de un territorio sobrepoblado que en 2020 puede convertirse en inhabitable», sostuvo.
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