Los partidos políticos de Israel presentaron las listas de sus candidaturas para las elecciones legislativas del 22 de enero, en las que se prevé una cómoda victoria de la derecha gobernante, el desplome de Kadima y la resurrección del Laborismo.
En Israel, donde el Parlamento elige al primer ministro, el voto es proporcional, lo que garantiza la representatividad de la diversidad social, pero fragmenta la Cámara y obliga a formar coaliciones para gobernar.
Más allá de los recurrentes partidos personalistas de difuso perfil ideológico y de que casi todo el Parlamento canta al mismo son cuando suenan los tambores de guerra, el mapa político del país se divide a grosso modo entre un bloque de derecha y otro de izquierda, delineados más por sus posiciones sobre el conflicto con los palestinos que por modelos socioeconómicos.
Según las últimas encuestas sobre intención de voto difundidas después de la operación «Pilar Defensivo» en Gaza, la derecha y ultraderecha aumentarían ligeramente su poder, hasta unos 70 de los 120 escaños del Parlamento.
«Cuando la derecha va a la guerra los que quieren una actuación más dura se quedan sin voto posible de castigo. Incluso si ahora saliesen reforzados quienes pedían una invasión terrestre de Gaza, los votos se quedarían al fin y al cabo en el bloque de derecha», señaló a Gideón Rahat, experto en Ciencias Políticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
La coalición liderada por Binyamín Netanyahu llegará fuerte a la cita con las urnas básicamente por dos motivos: 1) La economía va razonablemente bien en medio de una crisis global. 2) La ausencia simultánea de atentados palestinos y diálogo de paz genera en la ciudadanía una ilusión de estabilidad.
El bloque derechista está liderado por Likud Beiteinu, una lista conjunta entre el Likud de Netanyahu e Israel Beiteinu, la formación ultranacionalista del titular de Exteriores, Avigdor Liberman.
Dicha movida de una lista única, anunciada por sorpresa en octubre, les da menos diputados (entre 37 y 39) de los que obtendrían por separado, ya que una parte de sus respectivas bases sociales no ve la alianza con buenos ojos.
El Likud es, con el Laborismo, uno de los dos grandes partidos históricos del sionismo, bien nutrido de familias religiosas y tradicionales.
Israel Beiteinu es, en cambio, una escisión del Likud diseñada en los '90 por Liberman para capitalizar el voto del más del millón de inmigrantes a Israel de los países de la ex Unión Soviética - generalmente laicos - que acabaron recabando apoyos más diversos.
La lista conjunta evita, sin embargo, la pugna entre ambos líderes, que se asocian tanto como se temen, por blandir el estandarte de la derecha y garantiza un sólido pilar sobre el que edificar una alianza con los ultraortodoxos, el patido sefardí Shas - 11 diputados - dirigido por los rabinos Eli Yishai, Aryeh Deri y Ariel Atías, el ashkenazí Judaísmo de la Torá (5 ó 6) y la derecha más radical (hasta 13).
El ultranacionalismo religioso, con su base principal en el movimiento de los asentamientos, se presentará dividido, pero potente. La alianza Casa Judía-Unión Nacional se llevaría hasta 11 parlamentarios con un dirigente recién salido de primarias, el joven Naftalí Benett, mientras que Israel Fuerte, liderado por los dos diputados más fanáticos del país, Mijael Ben Arí y Aryeh Eldad, lograría 2 escaños.
Una de las claves de los comicios es el descalabro de Kadima, el partido de centro-derecha creado en 2005 por Ariel Sharón para sacar adelante la retirada de Gaza y que corre ahora el riesgo de convertirse en uno de los muchos partidos en la historia política de Israel que suben como la espuma con la misma velocidad con la que desaparecen.
Kadima pasó en cuatro años de ser la formación más votada (28 diputados cuando su entonces líder, Tzipi Livni, prefirió llevar a la oposición a aceptar el chantaje económico que proponía Shas a cambio de su apoyo) a la posible desaparición parlamentaria bajo la dirigencia de Shaul Mofaz.
La muerte del Kadima alimentaría la resurrección del Partido Laborista, que parece poner fin a su travesía del desierto de los últimos años de la mano de Shelly Yachimovich. La ex periodista casi triplicó (19 o 20 bancas) sus expectativas con una lista de la que forman parte jóvenes «indignados» organizadores de las enormes manifestaciones por la justicia social que colmaron lcalles y avenidas de ciudades de Israel en el ardiente verano de 2011.
El abstracto voto centrista tiene tantos pretendientes que la tarta quedaría muy repartida entre los que seduzca Yachimovich, los 9 o 10 diputados que obtendría Yesh Atid, el personalista partido que se tejió a medida el ex presentador estrella de televisión Yair Lapid, y los hasta ahora 9 que arañaría Tzipi Livni, que se sumó recientemente a la carrera con un nuevo partido, Hatnuá, al cual «emigró» a último momento, y sorpresivamente, el ex ministro de Defensa y ex sindicalista, Amir Peretz, luego de haber participado en las primarias del Laborismo y haber obtenido el tercer lugar en la lista.
Por su parte, el partido de la izquierda pacifista, Meretz, sumaría 1 o 2 a sus actuales 3 escaños, mientras que Hadash, la única formación declarada judeo-árabe, vertebrada por el Partido Comunista, mantendría sus actuales cuatro.
Las listas Árabe Unida-Taal y Balad, ambas compuestas netamente por palestinos con ciudadanía israelí - un quinto de la población del país -, volverían a sumar 7 legisladores.
Notas realcionadas:
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