El primer ministro Binyamín Netanyahu rara vez suele gozar de la aprobación o de la benevolencia de los medios de comunicación israelíes. La excepción más notable a esta regla está relacionada con la competencia contra Moshé Feiglin, su rival por el liderazgo del Likud.
Feiglin, quien es odiado por la prensa mucho más aún que Netanyahu (y convengamos que no es nada fácil alcanzar tal grado de odio), es presentado como el enemigo del pueblo por antonomasia. Se lo considera un «injerto foráneo» debido a sus opiniones y a su conducta.
Pero si sus convicciones constituyen sus pecados, entonces Netanyahu - también por sus opiniones y conducta - es un injerto foráneo de la misma clase. Y tal vez, incluso más que Feiglin.
Alguien que pretende imponer la ley judía en este país, no se preocupa realmente por seguir los pasos de aquellos ideólogos y fundadores del partido Jerut, que más tarde evolucionaría hasta convertirse en el Likud. Pero esto es aún más cierto en el caso de aquél que se ha debilitado y que ha terminado por adoptar la ideología de la izquierda, proclamando, como jefe de un gobierno del Likud, que la Tierra de Israel debe ser dividida en «dos Estados para dos pueblos».
Zeev Jabotinsky era un patriota judío liberal, pero la Torá no despertaba en él un sentimiento profundo. «Hay dos puertas que conducen a mi corazón: la primera es para mi pueblo y la segunda, para la cultura, la literatura y la escritura», escribió. Algo ciertamente muy alejado de aquella plataforma basada en la Torá, propuesta por la facción del Likud de Feiglin: «Liderazgo Judío».
Sin embargo, cada facción del Movimiento Revisionista de Jabotinsky adoptó su doctrina de que «nuestro derecho a la Tierra de Israel es eterno. Y ella - la tierra - es un todo. Y no puede cederse en ningún caso». El líder del movimiento Betar declaró: «Todo esto nos pertenece». Lo mismo hizo el primer ministro del Likud, Menajem Begin (y su hijo, el actual ministro Zeev Binyamín Begin). Y también procedieron así miles de otros creyentes que se sacrificaron a sí mismos para defender esos principios.
Hasta que llegó Netanyahu y renunció a ellos, declarando que iba a dividir la tierra.
La enorme y total desviación de Netanyahu de la plataforma ideológica del Likud - único e incomparable reino que verdaderamente lo distingue de los partidos de centro - es lo que otorga legitimidad a la actividad política de Feiglin en el Likud. Porque si Bibi arrancó del corazón del Likud su principio más fundamental, entonces la adhesión de Feiglin a este principio y su esfuerzo por colocar nuevamente el corazón en su debido lugar, constituyen un acto digno de moral y política. En este sentido, es Feiglin y no Netanyahu quien representa al Likud histórico.
Por otro lado, aquel componente religioso que la facción «Liderazgo Judío» espera imponer en el Likud (y que no tiene ninguna posibilidad de ser aplicado) es ajeno a la historia del partido, a su plataforma y esencia. Pero una vez que el Likud quedó convertido en el supermercado de opiniones que es hoy, incluso acerca de la cuestión más fundamental que define su identidad, a Feiglin debería concedérsele el mismo privilegio que al ministro de Inteligencia, Dan Meridor - cuyas actuales opiniones son más cercanas a las de Meretz que a las del Likud, partido en el que surgió. ¿Por qué se juzga al comportamiento de Feiglin como inmoral, mientras el de Meridor es considerado puro como la nieve?
No hay nada de qué preocuparse: Incluso si la influencia de Feiglin aumenta, el Likud no habrá de convertirse en un partido religioso. Su influencia en la elección de diputados de la Knéset del partido tampoco es grande. Incluso en la base de Feiglin en Judea y Samaria, unos dos tercios de los miembros registrados del Likud pertenecen a otras facciones del partido que son rivales ideológicos de «Liderazgo Judío» y ejercen mayor influencia que Feiglin en la composición de la lista de candidatos del Likud para la Knéset.
Durante las recientes elecciones primarias, estas facciones instaron a sus seguidores a «votar desde sus butacas». En otras palabras, a decir «No» a Netanyahu por su desviación ideológica, su congelamiento efectivo de la construcción en los asentamientos y su incapacidad para resolver la cuestión de los puestos de avanzada - en particular Migrón -, pero también «No» a Feiglin, a causa de su agenda religiosa extremista y su absoluta falta de actividad en lo relativo a los asentamientos.
Por lo tanto, resulta que una parte importante de la oposición a Feiglin dentro del Likud, incluso entre los miembros religiosos del partido, se deriva del hecho de que basa su completa visión del mundo, incluyendo la parte política, únicamente en la religión, mientras que el sionismo religioso clásico cree en la combinación de los componentes sionistas, nacionales e históricos con los religiosos - y, ciertamente, en la combinación de la Torá con el trabajo, tal como lo afirmara alguna vez su emblemático lema.
Es esta facción del sionismo religioso, y no aquella que se está volviendo ultraortodoxa, la que estableció la empresa de los asentamientos en Judea y Samaria. Y a pesar de la tendencia hacia el extremismo religioso, aún comprende a la mayoría.
Fuente: Haaretz - 7.2.12
Traducción: www.israelenlinea.com
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