Uno de cada dos profesores del hospital berlinés La Charité fue despedido en 1933. La mayoría porque eran judíos, intercedieron a favor de algún colega judío o porque defendieron unas ideas políticas contrarias al nazismo.
Muchos murieron más tarde en los campos de concentración. Ahora, dos columnas situadas en el campus de La Charité recuerdan aquella ignominia perpetrada contra sus profesores universitarios.
Pero el centro quiere ir más lejos y pretende crear un museo y un monumento de homenaje en algún lugar principal de sus instalaciones, diseñado por algún artista de renombre, según informó un portavoz del hospital.
Esta iniciativa, que tiene su origen en 2013, en la celebración en Berlín de un año conmemorativo de los crímenes del nazismo bajo el lema «Diversidad destruida», busca servir de aprendizaje a estudiantes y médicos a fin de que reflexionen sobre cómo fue posible que profesionales de la medicina se involucrasen en las atrocidades del nazismo.
Además, se planean proyectos científicos, la creación de una cátedra y diversos eventos educativos, así como actividades para atraer la atención de la opinión pública.
En la primera columna se deslizan 180 nombres de los perseguidos, médicos e investigadores predominantemente judíos, que trabajaban en el centro como profesores invitados o asociados.
Las autoridades nazis habían prohibido a los judíos su desempeño laboral en la administración pública, por lo que muchos optaron por profesiones liberales como la de médico.
Las hostilidades comenzaron antes de 1933. La mayoría de directores de institutos científicos y clínicas ni siquiera esperaron a la entrada en vigor de las leyes raciales y se deshicieron de aquellos profesionales «molestos» por razones claramente raciales o políticas. Primero con el despido, después con la revocación de la licencia de enseñanza. Los más afortunados emigraron, otros fueron deportados o prefirieron quitarse la vida antes.
Seis breves biografías, apenas retazos de aquella injusticia, pueden leerse en la segunda columna. Como la de Selmar Aschheim, ginecólogo y endocrinólogo, quien desarrolló la primera prueba de embarazo fiable junto con Bernhard Zondek.
O la de Rhoda Erdmann, directora del Instituto para la Investigación Experimental del Cáncer, que no era judía, pero se la condenó por facilitar puestos de investigación a sus alumnos judíos.
También se narra lo ocurrido con el investigador de fármacos Otto Krayer. A él se le negó la candidatura a una plaza que había quedado vacante por la expulsión de un farmacólogo judío al hacer referencia explícita a aquella injusticia.
Muchos centros de investigación alemanes se encuentran inmersos en una revisión histórica crítica del papel que jugaron durante el régimen nazi.
Los científicos alemanes estaban ingenuamente convencidos de que la ciencia nada tuvo que ver con la ideología nazi, por lo que aunque los primeros estudios al respecto datan de la década de los '70, no fue hasta los '90 cuando las universidades comenzaron a trabajar en profundidad en el tema.
Pero la triste evidencia es que muchos científicos acudieron prestos al servicio del Tercer Reich. La propia Charité no escapó a ello y al amparo de su prestigioso nombre se llevaron a cabo investigaciones racistas, experimentos en seres humanos, así como esterilizaciones forzadas.
De ahí la relevancia de que los actuales estudiantes de Medicina conozcan el comportamiento de los médicos durante el nazismo como base para su formación en Ética Médica.
El objetivo del proyecto «Gedenkort» de La Charité pasa no sólo por mantener viva la memoria de los expulsados, sino también alertar a una nueva generación de médicos del peligro de abandonar el juramento hipocrático.
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