En «La bibliotecaria de Auschwitz», novela del periodista y escritor español Antonio Iturbe, se reconstruye con recursos de la ficción la historia de una niña checa de 14 años que fue deportada con sus padres a Auschwitz y organizó allí una biblioteca clandestina.
La obra tuvo un doble disparador: por un lado el relato autobiográfico de la protagonista de la historia, Dita (Dorachova) Kraus (84) - quien reside hoy en Israel - y por el otro el libro «La biblioteca de la noche», del argentino Alberto Manguel.
Allí, el autor de «Una historia de la lectura» narra historias sobre bibliotecas escondidas en campos de concentración nazis, que judíos enterraban y desenterraban cada noche para que no fuesen descubiertas, entre ellas la creada por Dorachova la niña checa que protagoniza la novela de Iturbe.
«La bibliotecaria de Auchswitz» cuenta cómo la joven creó una biblioteca clandestina en el barracón 31 en dicho campo de concentración con la asistencia de un profesor - Fredy Hirsch -, que la ayudó a mantener casi en la clandestinidad una pequeña escuela y una biblioteca con tan sólo ocho libros.
El barracón 31 formaba parte del llamado campo familiar anexado a Auschwitz y enclavado entre el bosque de abedules de Birkenau. Albergaba a familias enteras con sus hijos con un fin propagandístico - convencer al mundo de lo bien que los nazis trataban a los judíos - ya que tras seis meses de permanencia eran enviados a las cámaras de gas, como los demás.
La biblioteca creada por Dita era precaria. Entre su pequeño acervo se cuenta un atlas desencuadernado; un manual de álgebra; «Los Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica» de Sigmund Freud y «Las aventuras del bravo soldado Svejk», del checo Jaroslav Hasek; «Historia del mundo» de H. G. Wells, además de libros vivientes, es decir, un espacio donde los prisioneros recitaban a los niños obras que habían leído en el pasado.
El libro también narra la vida cotidiana en la improvisada escuela montada en el barracón 31 para que los niños pudieran acceder a la enseñanza en medio del horror del Holocausto.
En ese exiguo colegio, llamado Kinderlager, se enseñaba a los más pequeños aspectos de cultura general a pesar de que la enseñanza había sido prohibida por los oficiales alemanes, quienes sólo habían consentido crear ese aula para que los niños no molestaran y no vieran el horror del genocidio.
Organismos humanitarios como La Cruz Roja reclamaban por esos años evidencias que desmintieran el rumor de que los campos de concentración funcionaban en realidad como una maquinaria de exterminio; por eso las autoridades alemanas les enseñaban aquellas instalaciones para que vieran que ellos se dedicaban a agrupar a los judíos y a proporcionarles educación.
En el marco de esta puesta en escena fueron «escolarizados» un total de 520 niños, aunque la mayoría luego fue trasladada a los campos de cuarentena y muchos de ellos gaseados, fusilados o llevados a otros campos de exterminio.
Tras la lectura del texto de Manguel, Iturbe visitó Auschwitz, y finalmente se encontró con Dita en Israel quien se convirtió en la heroína central de esta historia sobre la importancia de los libros, ya que como aseguró en una entrevista reciente a un medio español: «los libros no salvan vidas, no dan de comer, ni hacen que el verdugo suelte la guillotina, pero sí ayudan a vivir mejor y hacen al ser, más humano».
En «La bibliotecaria de Auschwitz» Iturbe escribe sobre una de las miles de historias que continúan sumergidas en el pasado del horror nazi para sacar a la superficie el verdadero interés de su trabajo: «Si no hay una cultura que nos eleve del suelo y nos haga volar, nada vale la pena», sostuvo en aquella entrevista.
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