Espectacular, visualmente desbordante y con una extravagante puesta en escena, la película de Aronofsky no defraudará a los seguidores de este cineasta que si por algo se caracteriza es por sorprender con cada uno de sus proyectos.
Tras el éxito de «El cisne negro», una película compleja en la que sobresalía la interpretación de la actriz israelí Natalie Portman - que ganó el Oscar -, se esperaba con impaciencia el siguiente trabajo de Aronofsky que con cada película realiza un giro de 180 grados a su carrera.
«Pi», «Réquiem por un sueño», «La fuente de la vida» y «El luchador» fueron los largometrajes previos de este realizador neoyorquino que cuenta con tantos seguidores, que le consideran brillante, como detractores, que le acusan de provocador y de buscar la fama por encima de todo.
Con «Noé», Aronofsky volverá sin duda a dividir a los espectadores. Con los sueños alucinógenos de Noé, con las libertades que el realizador se tomó en el filme.
Porque Arnofsky rejuvenece a los protagonistas; elimina a las mujeres de los hijos de Noé - con la excepción de Emma Watson, a la que convierte en hermana adoptiva -; hace que el Noé «justo» descrito en la Biblia sea más bien un loco fuera de control y capaz incluso de plantearse el asesinato de su nieta.
Y eso es sólo un puñado de los detalles que el realizador modificó en aras del espectáculo cinematográfico, que completa con una desequilibrada batalla entre los malvados descendientes de Caín liderados por Tubalcaín (Ray Winston) y Noé y su familia, a los que defienden los Vigilantes, una especie de árboles de piedra gigantes y vivientes, al estilo de los del «Señor de los Anillos».
Eso da pie a la parte más convencional de la película, un enfrentamiento bien rodado que precede al diluvio que es el momento más espectacular, aunque también el más alejado de la filosofía que impregna toda la narración.
Porque pese a su presupuesto de 130 millones de dólares, Aronfosky construyó una historia centrada en la personalidad de Noé, en sus dilemas y en sus creencias. Le muestra como un ecologista extremo, convencido de tener comunicación directa con Dios y, por lo tanto, que él es el único que actúa correctamente.
Una imagen que molestó en algunos países islámicos, para quienes Noé es el profeta Nuh, pero no tanto por lo que la película dice de él si no por su mera representación física, algo que prohíbe el islam.
Eso llevó a Emiratos Árabes Unidos, qatar, Bahréin y Kuwait a prohibir la exhibición del filme, mientras que en Egipto la institución religiosa Al Azhar, la más prestigiosa del islam sunita, también pidió que se impida su proyección.
Mientras, el realizador no parece preocupado por una polémica que lo que hace es avivar el interés por su película.
Criado en un hogar judío conservador, Aronofsky conoce muy bien el cuento de Noé, a quien considera el «santo patrón» de su vida creativa y que siempre quiso llevar a la gran pantalla.
Por eso, aseguró haber sido «muy respetuoso» en la traslación al cine del relato de la Biblia.
Mientras, Russell Crowe lanzó mensajes en su cuenta de twitter dirigidos al Papa Francisco para que vea una película que el actor australiano está convencido de que le va a gustar.
Junto a él, un reparto con nombres como los de Anthony Hopkins - que interpreta a Matusalén, el abuelo de Noé -, Jennifer Connelly como su mujer, Emma Watson o Douglas Booth y Logan Lerman, como sus hijos.
Unos personajes más definidos en la película que en la Biblia, donde en algunos casos ni siquiera aparecen.
«Cuando se lee la historia de Noé en el Génesis no se habla de su esposa. Darren en el guión la describió como una mujer definida por el amor a sus hijos y la devoción a su esposo, una mujer virtuosa», explicó Connelly, que se basó en opiniones de expertos para construir su personaje.
Una historia atractiva y muy bien interpretada que puede convertirse en otro éxito para Aronofsky. De momento, una semana después de su estreno en Israel, Estados Unidos, México, Argentina y Australia, su recaudación asciende a algo más de 100 millones de dólares.
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