Pese al claro triunfo que obtuvo en las elecciones de marzo pasado, el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu, puede quedarse con las manos vacías. Enredado en un entramado de intereses y presiones, aún no pudo lograr el apoyo necesario de sus socios de para formar un gobierno de coalición.
Esta noche expira el plazo establecido y, si fracasa, el presidente Reuvén Rivlin no tendrá más opción que encargar a otro diputado la formación del ejecutivo, como por ejemplo el laborista Itzjak Herzog.
El Likud, liderado por Netanyahu, tenía previsto conseguir una mayoría de 67 diputados en un Parlamento de 120. Esto le daba un margen importante. Pero su plan falló esta semana cuando Avigdor Liberman, ministro de Exteriores saliente y líder del partido nacionalista Israel Beiteinu, anunció que sus seis parlamentarios no participarían en un gobierno fundado en el «oportunismo y el conformismo».
Netanyahu contaba con Liberman, hasta ahora considerado un aliado natural y casi obvio, en sus planes de formar un gobierno de derecha en coalición con los partidos religiosos. Pero su negativa a incorporarse dejó al primer ministro con un número exiguo de bancas.
Hasta ayer martes el Likud contaba con el respaldo de los ultraortodoxos de Shas y el nuevo partido de centro derecha Kulanu, así como con el ultraortodoxo Iahadut Hatorá. Las cuatro formaciones juntas suman 53 bancas.
Por eso Netanyahu mantiene intensas negociaciones para convencer al líder del partido ultranacionalista religioso Habait Haiehudí, Naftali Bennett, para que entre en su coalición con sus 8 diputados, lo que le aseguraría una mayoría mínima de 61 escañoss. Si bien el número es escaso y lo dejaría en un lugar de gran debilidad, por lo menos le permitiría formar gobierno.
Para tener el apoyo de los sectores religiosos, Netanyahu les hizo importantes concesiones. Les devolvió a los ultraortodoxos una gran parte de su poderío e influencia en la política del país. A Shas, por ejemplo, le dio el manejo de los ministerios de Economía y el de Asuntos Religiosos. A Iahadut Hatorá le hizo abultadas concesiones presupuestarias. Esto generó la reacción de Habait Haiehudí, quien mantiene serios enfrentamientos con los ultraortodoxos.
«La responsabilidad de la formación de un gobierno nacionalista está ahora en manos de Naftali Bennett», afirmó el Likud en un comunicado, metiendo presión. Netanyahu le hizo a Habait Haiehudí «una oferta sin precedentes» al prometerle las carteras de Educación, Agricultura, un puesto de ministro adjunto de Defensa y un puesto en el Gabinete de seguridad. Pero Bennet exige el Ministerio de Justicia, responsable de la elección de jueces para tribunales religiosos, un asunto al cual Shas se opone totalmente.
En un mensaje dirigido a los militantes, uno de los diputados veteranos de Habait Haiehudí, Nissan Slomiansky, afirmó que la exigencia de la cartera de Justicia, más allá de la influencia en los tribunales religiosos, es para tener suficiente peso politico en caso de que Netanyahu llame a la centro izquierda a formar un gobierno de unión nacional. La hipótesis de un gobierno de este tipo nunca se descartó totalmente, aunque el jefe del Partido Laborista, Itzjak Herzog, afirmó que seguiría en la oposición.
Pero todavía Netanyahu, un político con muchas mañas y conocedor de las internas israelíes, tiene margen para presentar el que sería su cuarto gobierno antes de que esta noche se agote el plazo.
Hay un dato que los analistas toman con precaución en este complicado panorama. Aún con el apoyo de Bennett, el próximo gobierno sería más inestable que el anterior, interrumpido a los dos años por discrepancias entre sus socios.
La prensa israelí sostiene que un gobierno respaldado por 61 diputados es débil porque lo deja a merced de cualquier diputado díscolo.
«Con 61 escaños, Bibi no llegará a final de año, no conseguirá que se apruebe el presupuesto, no sobrevivirá», explicó el periódico «Maariv» en su editorial.
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