La nueva ministra israelí de Justicia, Ayelet Shaked, es objeto de múltiples titulares antes de asumir el cargo, y no sólo por ser considerada la diputada más linda del Parlamento en una reciente encuesta, sino por sus polémicas declaraciones o leyes con las que trata de restringir la influencia de la Corte Suprema.
A sus 39 años recién cumplidos y con sólo dos como diputada del Parlamento, la número dos del partido ultranacionalista religioso Habait Haiehudí, que lidera Naftali Bennett, Shaked es la ministra designada de la que todo el mundo habla.
«¿La Sarah Palin de Israel?», se pregunta el diario «Haaretz» o «Hay muy poco que pueda hacer Shaked en el Ministerio de Justicia», sentencia el columnista Nahum Barnea de «Yediot Aharonot», al definir a la política como «ambiciosa y diligente, que critica con dureza las leyes existentes y el estamento legal».
El primer ministro, Binyamín Netanyahu, trató de impedir que Shaked se hiciera con la cartera, pero el último acuerdo de coalición alcanzado en el minute 90 y que le dio la llave para gobernar, no le dejó opción.
El nuevo nombramiento supone todo un desafío, si no una paradoja para el sistema legal israelí, sostienen analistas locales.
Y es que Shaked es una de las más firmes defensoras de una enmienda destinada a limitar los poderes de la Corte Suprema y no desaprovecha oportunidad para reclamar más peso para el poder legislativo en detrimento del judicial.
Shaked considera a la máxima instancia judicial un órgano que intenta reducir la influencia de los dirigentes electos.
En 2014 impulsó un proyecto que, de haber prosperado, permitiría al Parlamento implementar leyes desestimadas por la Corte, que habrían erosionado los derechos que amparan a las minorías en una democracia.
Dos de sus competencias fundamentales como ministra serán encabezar la Comisión Ministerial de Asuntos Legislativos y presidir el Comité de Selección de la Judicatura por lo que, si se mantiene en el cargo hasta 2016, tendrá su voz a la hora de designar al Fiscal General.
En paralelo, dejará huella en la evaluación y selección de las leyes antes de ser aprobadas o no por el gobierno, con lo que marcará las prioridades en el terreno legislativo.
Pero, en un país donde no abundan los cargos técnicos, el nombramiento de Shaked - ingeniera informática - para la cartera de Justicia sólo constituirá una paradoja más que sumar a su perfil.
Su curriculum está plagada de ellas, como la de ser una secular en un partido religioso, residir en Tel Aviv cuando gran parte de su electorado es de los asentamientos en Cisjordania o defender la prohibición del transporte público en sábado al mismo tiempo que el alistamiento de los ultraortodoxos.
Los medios destacan que hasta sus días como instructora de la Brigada Golani del Ejército, cuando conoció a colonos y simpatizantes de extrema derecha, no se interesó por la política.
Graduada como ingeniera por la Universidad de Tel Aviv, casada con un ex piloto de combate y madre de dos hijos, comenzó su carrera profesional en la tecnológica Texas Instruments, antes de trabajar como directora de la oficina de Netanyahu dos años, abandonando junto a Bennett en 2008 esa función, según se dice, por desavenencias con su jefe y su esposa, Sara.
Antes de saltar a la arena parlamentaria fundó con Bennett «My Israel», movimiento que pretende contrarrestar los llamamientos al boicot de Israel y desde el que arremetió contra la inmigración de africanos al país, que considera una amenaza para el Estado judío.
Ya como diputada, apoyó sin paliativos la controvertida legislación que realza el carácter de Israel como Estado judío y que sus críticos aducen que socava la democracia israelí.
No sólo su espíritu combativo en el Parlamento, programas de televisión y su especialidad, los foros sociales, la catapultaron hacia el estrellato.
Sus declaraciones contra los palestinos, algunas tildadas de «apología del genocidio», los inmigrantes indocumentados, la izquierda a la que cree que habría que sumarle el apelativo de «radical», o los medios de comunicación, le valieron una corte de seguidores a la par que detractores.
Su partido rechaza las negociaciones y el establecimiento de un Estado palestino y se presentó a la últimas elecciones bajo el lema, «Dejemos de disculparnos», su particular visión autocomplaciente ante el gradual aislamiento del país.
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