En junio de 2004, en plena segunda Intifada, un grupo de soldados y ex combatientes sacudió la sociedad israelí, sorprendida e indignada por sus críticas a la acción de un Ejército que luchaba contra el alzamiento palestino.
Convertidos en el «semáforo rojo» de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) hasta entonces ajenas a la censura, fueron tratados primero como uno más de los movimientos pacifistas extravagantes que las naciones en armas generan, y después, a medida que el telón del miedo caía, como un grupo de traidores, cobardes e indolentes.
Diez años después, «Shovrim Shtiká» (Rompiendo el silencio, en hebreo) es una de las ONGs israelíes más prestigiosas y una de las pocas banderas que quedan en pie de la lucha contra la ocupación de Cisjordania.
«Nosotros no somos pacifistas por definición, aunque algunos de nuestros miembros optaron por ello. Tampoco estamos en contra de las FDI o de Israel"», explicó Yehuda Shaul, uno de los motores de la organización.
«Estamos en contra de la misión política que se le encomendó a las FDI. Estamos en contra de la ocupación, fuimos entrenados para la guerra, no para preservar una injusticia», aseguró.
Shaul fue uno de los primeros oficiales que hace diez años se colocaron ante sus compatriotas para decirles que las FDI que los defendían no tenía «las armas tan puras» como afirmaban los historiadores sionistas.
Adscrito a una unidad de elite en la ciudad de Hebrón, parcialmente ocupada por las FDI, que protege allí a unos 800 colonos establecidos, denunció abusos a menores, maltrato en las detenciones, arrestos indiscriminados y el pánico de mujeres, niños y ancianos en acciones nocturnas.
Su testimonio fue una liberación, pero también el inicio de un calvario: a las acusaciones de traidor se unió el desprecio y la hostilidad de familiares y amigos, y la animadversión de las mismas FDI.
«Primero nos criticaban, pero cuando el número de soldados que nos dejaban su testimonio comenzó a aumentar, optaron por decir que eran casos aislados», explicó.
«Que hoy haya 10 horas seguidas de testimonios de soldados y oficiales de todas las unidades de las FDI, y que puedan escucharse abiertamente en la Plaza Habima, en pleno centro de Tel Aviv, no sólo conmemora los diez años de nuestra existencia. Queremos decir, aquí tienen 10 horas de casos aislados», afirmó Shaul antes de recordar que desde entonces más de 950 soldados «rompieron el silencio».
Nadav (28), residente en Tel Aviv, es uno de ellos. Sirvió entre 2005 y 2008 como francotirador en Cisjordania, Gaza y la frontera del Líbano, en el marco de una de las unidades de elite de la brigada de infanterí Najal.
Acabado el servicio, escuchó una conferencia de un miembro de «Shovrim Shtiká» en la universidad, la comparó con su historia y decidió hablar a pesar de la indignación de sus padres y la rabia de algunos amigos.
«En Israel, sumarse a una organización de derechos humanos ya se considera un traición. Al principio te llaman traidor porque no conocen «Shovrim Shtiká», pero una vez que explico lo que hacemos lo entienden», subrayó.
«Mis padres se indignaron, y ahora están aquí en la Plaza Habima. Lleva tiempo pero tenemos que explicarlo a la sociedad si queremos la paz», agregó Nadav, para quien las políticas que en la actualidad promueve parte del Gobierno, en particular los movimientos ultranacionalistas religiosos que exigen la anexión de Cisjordania, son un error.
«Nosotros estamos en contra de la política del Gobierno de prolongar la ocupación. Las FDI hacen lo que el Gobierno les ordena, así que si logramos cambiar lo que hace el Gobierno cambiaremos todo», subrayó.
Similar experiencia vivió Jana, una joven judía argentina que emigró a Israel a los 15 años y se reclutó en las FDI en contra de la voluntad de algunos de sus hermanos, sirviendo como administrativa en Cisjordania.
«Dentro de los testimonios se dicen cosas que la mayoría de la gente israelí no escucha porque no son asuntos que aparecen en los medios, ni en las escuelas y universidades», explicó.
«El objetivo es cómo lograr disolver ese tapado de ojos, esa idea de no querer escuchar, no saber lo que pasa. Lo que sucede allá se queda allá, y lo que pasa acá es la vida común y darnos cuenta de que a 20 minutos de aquí están ocurriendo atrocidades que pasan por nuestra culpa», precisó.
Profesora de arte, rompió su silencio hace cuatro años porque aunque no combatió, «vi cosas horribles y necesitaba una cierta salud mental».
«Cuando nuestros padres nos mandan a las FDI son responsables de las cosas horribles que un soldado puede hacer allí como destruir familias y acosar chicos», añadió Jana, que como sus colegas, sólo ansia «el fin de la ocupación».
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