La procesión del Viernes Santo por la Vía Dolorosa de Jerusalén fue testigo durante el Vía Crucis de un momento de inusitada tensión con forcejeos, golpes y empujones incluidos, a escasos metros de la Iglesia del Santo Sepulcro.
Los hechos se produjeron en una plaza aledaña a la principal entrada a la basílica, próxima a la Novena Estación, aquella en la que, según el Nuevo Testamento, Jesús cayó con la cruz por tercera vez.
Una congregación de palestinos adscrita al Patriarcado Latino de Jerusalén que participaba en los actos procesionales aguardaba su turno para entrar en el santuario frente a una docena de policías israelíes que formaban un cordón que regulaba el paso de entrada de los diferentes grupos del Vía Crucis.
Tras unos diez minutos de espera, los ánimos se caldearon entre los feligreses, muchos de ellos jóvenes, y se desencadenó un forcejeo entre los palestinos y los agentes israelíes, que no disponían de material antidisturbios.
El choque desembocó en empujones y enfrentamientos a golpes entre los palestinos y los agentes del orden israelíes, mientras parte del público que observaba la procesión logró sortear el vallado policial y se introdujo en la vía.
La tensión se redujo posteriormente tras la intervención de los líderes del grupo religioso palestino, que calmaron los ánimos y consiguieron que los congregados pudiesen entrar finalmente en la basílica en medio de los aplausos de los asistentes.
Los agentes israelíes se llevaron al menos a uno de los palestinos detenidos.
Salvando este incidente, centenares de personas participaron en diferentes procesiones que recorrieron las catorce estaciones de la cruz que se encuentran en la Ciudad Vieja de Jerusalén, encabezadas por el patriarca latino, Fuad Tual, y el custodio franciscano de Tierra Santa, Pierre Battista Pizaballa.
La marcha, amorfa en estructura porque cada grupo y parroquia reza a su propio ritmo y en su propio idioma, comenzó en la parte baja de la ciudadela con dos cruces de madera de olivo, única iconografía de la Semana Santa de Jerusalén.
Una de ellas apenas era visible entre la multitud de feligreses que la rodeaba y transportaba al mismo tiempo.
Frailes franciscanos, grupos de boyscouts palestinos, monjas de diferentes órdenes y peregrinos de distintas nacionalidades, algunos con gorras distintivas, formaban los diferentes grupos de la procesión que oraban al unísono en idiomas árabe, latín, español e inglés.
El antiguo mercado de Jerusalén, en la Ciudad Vieja, con sus multicolores tejidos, artesanías de cuero y objetos relacionados con las tres religiones monoteístas además de imaginería religiosa católica, se convirtió por unas horas en testigo mudo del deambular y cantar de los marchantes.
La procesión, de dos horas de duración, concluyó en el Santo Sepulcro, que alberga las últimas estaciones del Vía Crucis, incluido el Gólgota, la Piedra de la Unción y el propio sepulcro vacío de Jesús, donde tuvieron lugar las últimas plegarias.
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