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Baby Face

Yair Lapid y Binyamín NetanyahuSegún un estudio realizado por la profesora Ifat Maoz de la Universidad Hebrea de Jerusalén, los israelíes tendemos a mostrar mayor confianza en aquellos líderes árabes que tienen «cara de niño». En otras palabras, existe la posibilidad de un consenso nacional más amplio en lo relativo a la firma de acuerdos con líderes que tengan rostros redondeados y de piel suave, labios carnosos y ojos grandes.

El tipo de rostro que tenía el rey Hussein de Jordania, y que su hijo Abdullah II tiene (pero distinto del de Anwar Sadat de Egipto - con quien se firmó un acuerdo de paz), crea, entre quienes lo miramos, una sensación de calidez, apertura, sinceridad y confianza, siempre según las investigaciones antes citadas.

Por lo tanto, no sorprende que los israelíes preferimos mantener negociaciones con personas que supuestamente reúnen dichas características. Y tampoco es de extrañar que esos mismos rasgos no sumen ningún punto, según nuestros ojos, a favor de quienes deben negociar en nuestro nombre con el enemigo. Por lo que se ve, a nosotros nos gusta que sean fríos, calculadores, astutos y con gran poder de manipulación.

Probablemente sea en este punto donde radica la clave de la confusión del votante israelí a la hora de elegir su líder. Por un lado, se puede suponer, al igual que en el caso de los votantes de otros países, que también a nosotros nos interesan aquellos líderes en quienes se pueda confiar. Apertura a nuevas ideas, capacidad para escuchar los deseos de los electores y credibilidad, son las características más importantes que buscamos cuando se trata de elegir a aquellas personas que habrán de ser las encargadas de conducir los asuntos civiles en nuestro nombre.

Por otro lado, esos mismos líderes tienen la responsabilidad de actuar más astutamente que nuestros enemigos, y no hay muchos entre nosotros que estén dispuestos a creer en la sinceridad, la franqueza y la calidez cuando nos toca lidiar con todos aquellos a quienes se considera enemigos de Israel, tengan o no cara de niño.

Un breve examen de los primeros ministros israelíes, desde David Ben Gurión a Binyamín Netanyahu, así como de los miembros del gabinete interno, revela que ninguno de ellos tenía, o tiene, cara de niño (a pesar de que un experto en morfología facial afirmó en la televisión que el canciller Avigdor Liberman tiene una cara de niño que trata de ocultar con la barba). No queremos que nuestros líderes tengan cara de niño; sin embargo, un gran número de estudios revelan que las personas tienden más a elegir líderes bien parecidos, un fenómeno que acompaña cada vez con mayor intensidad a los desarrollos en el ámbito de los medios de comunicación electrónicos, que hacen que los candidatos sean visualmente más accesibles.

Por ende, sobre todo entre las grandes potencias, el presidente norteamericano Barack Obama es una estrella de rock, mientras que el ex presidente, Bill Clinton, fue un símbolo sexual. De igual modo, los anteriores presidentes de Estados Unidos también se destacaron por su aspecto físico y estatura, y en general, también por una cabeza bien provista de cabello. El hecho de ser bien parecido desde todo punto de vista, fue una ayuda incontrastable con la que pudo contar el ex primer ministro británico, Tony Blair, para superar a sus rivales.

¿Pero quién nos queda a nosotros? Netanyahu es el primer político cuya apariencia - él es extraordinariamente apuesto, si se compara con los otros - se ha convertido en tema de debate en los medios de comunicación. Había, y todavía hay, algunos que vieron en su agraciado aspecto y excelente inglés la prueba de que él realmente no es serio, sino una fábula creada en los estudios de televisión.

Denuncias similares, expresadas de una forma mucho más enérgica, se hacen ahora en contra de Yair Lapid. Al parecer, en los ataques lanzados contra el ex presentador de televisión por sus antiguos colegas, su atractiva apariencia, su excelente capacidad de expresión, el perfecto inglés, la habilidad frente a las cámaras y la audiencia, y todas las demás características que lo han convertido en un caso exitoso y en el favorito del público, todo ello es considerado como una serie de defectos en la arena política. Y no sólo porque la afabilidad y la simpatía sean características que los israelíes preferimos encontrar en nuestros enemigos, sino porque la figura de Lapid está experimentando un proceso de reificación.

Al igual que las rubias de los chistes, sus atributos externos se presentan como si ellos por sí solos contradijeran toda noción de seriedad.

En vista de ello, en un plato tan tentador, sólo un «baby face» podría sobrevivir.

Fuente: Haaretz - 1.2.12
Traducción: www.israelenlinea.com

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