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Todo peor

Hay que armar a los rebeldes sirios. El tirano tiene que caer. Mas no conviene caer en la trampa libia; el apoyo incondicional a los insurgentes puede convertirse en un arma de doble filo, capaz de dañar los intereses occidentales.

Con el Irán de los ayatolas, que pretende ingresar en el club de las potencias nucleares, conviene emplear la táctica del palo y la zanahoria. Sanciones económicas, presión política, insinuaciones sobre una posible, inminente, véase contundente intervención armada.

A Israel hay que darle armas, apoyo político, bases estratégicas y, ante todo, esperanzas. Una intervención bélica del Estado hebreo en Iran sería una catástrofe, pero estamos en vísperas de las elecciones presidenciales. El porvenir de los políticos norteamericanos depende de los millones de dólares del electorado judío.

Un auténtico quebradero de cabeza para el actual inquilino de la Casa Blanca, quien soñaba con una solución pacífica, elegante y discreta del conflicto de Oriente Medio. De los conflictos, mejor dicho, ya que a la hora dela verdad Obama descubrió que la problemática del mundo árabe-musulmán poco o nada tenía que ver con las recomendaciones que figuran en los tratados de geoestrategia escritos por los miembros del Consejo de Seguridad Nacional o los sesudos expertos recluidos en las torres de marfil de las universidades estadounidenses.

La carnicería de Libia acabó poniendo en tela de juicio la argumentación simplista de los politólogos. La intervención militar, deseada por la mayoría de los grupúsculos rebeldes y aconsejada por los militares de la OTAN, no hizo más que acrecentar el odio a Occidente.

Al igual que los vecinos de Túnez, los sigilosos opositores de Egipto o los radicales marroquíes, los libios se decantan actualmente por la introducción de la shariá - la ley musulmana - en la vida pública. ¿Pura casualidad? Lo cierto es que la dinámica de las «revoluciones verdes» nada tiene que ver con las pautas democratizadoras ideadas por Washington.

Sí, es cierto: los amigos de Estados Unidos se han jugado, se están jugando el tipo. Sin embargo, el proceso sigue por otros derroteros. Washington ha perdido el control de la nave; Europa mira desconcertada hacia el Sur.

El nuevo mapa del mundo árabe hace caso omiso de las previsiones de los expertos en relaciones internacionales. Los dictadores parecen poco propensos a abandonar el poder, los ayatolas se aferran al apocalíptico programa ideado hace ya cuatro décadas por su líder, Jomeini, Israel no hace casi nada para disminuir la conflictividad en la zona, ya que es su única manera de mantener la actual coalición gubernamental de derecha y ultraderecha nacionalista y ultraortodoxa,  además de exigir el apoyo de Occidente.

Nada tiene que ver este avispero con los buenos propósitos del discurso pronunciado en junio de 2009 por el Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, en la Universidad de El Cairo.

La faz de Oriente no ha cambiado. Al contrario, los intentos de democratizarlo no hacen más que acelerar la deriva hacia el radicalismo. La cautela se impone. Y más aún, en un año de elecciones.

Notas realcionadas:

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