El primer ministro Binyamín Netanyahu no duda en alabar la determinación mostrada por los alcaldes y residentes del sur en la última ronda de violencia. El ministro de Defensa, Ehud Barak, se fotografía junto a las baterías de «Cúpula de Hierro», radiante de satisfacción. Si nuestros líderes están tan contentos con los éxitos de «Cúpula de Hierro», por un valor de $80.000 por habitante, ¿por qué no trasladan sus residencias veraniegas al sur?
La amarga realidad es que 63 años después del establecimiento del Estado, y a pesar de todos los tratados de paz que hemos firmado, todavía nos encontramos bajo la primitiva amenaza del terrorismo islámico. Mientras nuestros dirigentes están ocupados con su alta política para evitar que Irán desarrolle armas nucleares, cualquier Ahmed o Mustafá aparece de repente montado en una camioneta o en un burro; coloca con cuidado un mortero o arma similar; apunta, dispara y huye.
Somos una nación tan inteligente que nos resulta difícil luchar contra el terror más común y primitivo. ¿Hemos dicho primitivo? ¿Como si su tiempo hubiera pasado? En tal caso, ¿qué podemos decir sobre la eliminación selectiva del comandante de la Yihad Islámica en Gaza? ¿Dónde está la sofisticación? ¿Y qué nos hizo pensar que este tipo de combate en Gaza constituía aún la última palabra en las relaciones entre nosotros y nuestros vecinos, o que pasaría sin una respuesta?
Cuando vimos cómo los misiles Grad avanzaban sigilosamente hacia el norte desde Ashkelón y Beer Sheva, temimos, por supuesto, que alcanzaran Tel Aviv de un momento a otro. El cínico dirá: bueno, y qué, ¿son mejores los residentes de Tel Aviv? Y cuando el jefe del Estado Mayor declara que nos encontramos en una situación intolerable, sus palabras indican que, mientras no haya solución al problema de Gaza, la verificación de la posibilidad de que los misiles alcancen Tel Aviv es sólo cuestión de tiempo.
Y nosotros nos ocupamos de balbucear sobre la amenaza iraní, pero no sobre la amenaza del terrorismo renovado de Gaza. Con misiles o sin misiles, nuestra arrogancia no hace más que florecer. El viceprimer ministro, Moshé Yaalón se jacta en una entrevista de que, si ellos disparan sobre Tel Aviv, nosotros lanzaremos un ataque terrestre hasta que griten «me rindo». Cuesta creer que un alto ministro, ex jefe de Estado Mayor, pueda decir semejantes tonterías.
La verdad es que Tzáhal no puede resolver el problema de Gaza con sus 1,5 millones de habitantes. ¿Qué vamos a hacer? ¿Conquistarla? ¿Hay realmente alguien que quiera eso? ¿O es que también se la considera parte del Gran Israel?
Tenemos un gobierno que no nos dice cuáles habrán de ser las fronteras definitivas de Israel. Tampoco se lo dice a los palestinos. Mientras que ellos tienen la voluntad de ofrecer propuestas por escrito y mapas, Israel nunca ha declarado cómo considera nuestras fronteras definitivas. ¿Por qué? Porque la derecha y la comunidad religiosa nacionalista y ultraortodoxa marcan las pautas de este gobierno. Está a cargo de un primer ministro que no sólo está bajo apercibimiento de ley, sino que sufre de un miedo obsesivo a perder las riendas del gobierno.
El optimista dirá que es bueno tener un gobierno fuerte, pero el pesimista se apresurará a responder que el Titanic también era un barco fuerte. Nuestro éxito consiste en haber convertido la cuestión palestina en un asunto sin entidad. De esta manera, hemos creado un escenario en la práctica donde resultará imposible la evacuación de judíos de Cisjordania, incluso si la mayoría está a favor.
Es cierto que los palestinos no están libres de culpa, pero al final hay una verdad de la que no podemos escapar: El éxito de Bibi y Barak para hacer de la cuestión palestino-israelí un asunto inviable. Es cierto que los palestinos se han negado obstinadamente, desde el día en que las Naciones Unidas aprobaran el plan de partición, a reconocer nuestra existencia. De ese modo, lo que lograron fue perjudicarse a sí mismos, determinando su propio destino de refugiados y de pueblo sin Estado.
Bibi ha eliminado exitosamentela historia de la agenda internacional, regional e israelí. Cuando el presidente Shimón Peres habló en Washington acerca de la necesidad de preservar un Israel democrático y atractivo, quería sugerir que Bibi y Barak nos están llevando en la dirección contraria de todo aquello que pretendíamos ser. Somos feos a los ojos de muchos países.
Los israelíes no han olvidado aquellos días de miedo cuando viajaban en autobuses que podían volar por los aires, y entrar en cafés cuyos clientes resultaron muertos o heridos en ataques terroristas. Pero existe una ilusión colectiva de que todo va a estar bien.
Por eso, los acontecimientos de estos días nos enseñan que el terror podría retornar a Israel con toda su fuerza. Irán logrará finalmente la bomba, y estallará una tercera Intifada.
Se acerca un gran tsunami, y la pareja B & B está llena de aquello que se dice mejor en inglés hablado.
Fuente: Haaretz - 21.3.12Traducción: www.israelenlinea.com
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