Günter Grass nos ha puesto a prueba. El extraño texto que publicó hace una semana en el Süddeutsche Zeitung constituye un documento bastante raro pero de gran profundidad. No hay en él antisemitismo a la antigua. Tampoco propaganda a lo Goebbels.
Sin embargo, detrás de sus embarazosas líneas yacen tres importantes afirmaciones. A su manera, lo que Grass está diciendo es más o menos esto: No tengo más intenciones de seguir sobreponiéndome a mi aversión a Israel a causa de mi pasado hitleriano; creo que la capacidad nuclear de Israel pone en peligro la paz mundial; el hecho de que mi pueblo haya masacrado a los judíos en 1942, no justifica que los judíos deban poseer armas nucleares en 2012.
Con los instintos sensibles propios de un gran escritor, Grass hace una declaración radical que refleja una idea profundamente arraigada, idea que se expande actualmente por los oscuros sótanos de la nueva Alemania, la nueva Europa y la nueva izquierda. Según ella, Israel, no Irán, es el actual agresor de Oriente Medio. No los extremistas chiítas; los nuevos nazis son los extremistas israelíes. El crimen de lesa humanidad que debe ocupar el centro de nuestra conciencia no es aquél que Hitler cometiera en contra de los judíos, sino el que los judíos están a punto de cometer en contra de los iraníes. Por ende, en nombre del Holocausto, hay que negarles el poderío nuclear a los judíos, el cual les daría capacidad suficiente para provocar una segunda Shoá.
Grass es todo lo contrario del primer ministro Binyamín Netanyahu, que también establece un vínculo directo entre Auschwitz y la amenaza nuclear. Sin embargo, para el escritor alemán de gruesos bigotes, la amenaza nuclear decisiva se encarna en Dimona. Con su última gota de tinta, Grass utiliza el Holocausto no para detener a Natanz, sino para desmantelar a Dimona. Exige además que se niegue a Israel contar con submarinos con capacidad para un ataque nuclear en represalia, los cuales, según fuentes extranjeras, garantizan su existencia.
Aquel soldado de las SS, devenido en famoso humanista, está llegando al final de su vida exactamente donde la comenzó. Por lo que a él respecta, las bombas nucleares estadounidenses, rusas, británicas, francesas, chinas, indias y pakistaníes no entrañan peligro alguno. Tampoco existe ningún peligro real relacionado con una bomba nuclear iraní. Lo que realmente podría destruir nuestro mundo son las armas nucleares atribuidas a Israel. La capacidad de los judíos para defenderse a sí mismos y evitar su destrucción es lo que quita el sueño al gurú de la moral de Lübeck.
El reto de Grass es algo serio. Lleva en sí un intento por cancelar la acción afirmativa que el pueblo judío ha disfrutado desde 1945 y que es lo que lo ha ayudado a proteger su vida; un intento por negarle a Israel aquella red de seguridad moral sobre la cual se asienta la red de seguridad estratégica. Esta vez el ataque no es contra la ocupación y los asentamientos, sino en contra de Dimona. La punta de lanza de la izquierda europea intenta actualmente negarle a Israel aquella capacidad de disuasión en la que se basa su seguridad.
Netanyahu y el ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, han reaccionado bien, pero nadie verdaderamente importante les hace caso. El ministro del Interior, Eli Yishai, reaccionó con violencia frente a las declaraciones de Grass, dañando seriamente a Israel en términos diplomáticos y morales.
Pero no hubo ninguna reacción en absoluto por parte de la izquierda sionista. Ningún escritor se ocupó de pronunciar un encendido y catastrófico discurso en perfecto inglés. Ningún intelectual publicó un incisivo artículo en The New York Times. Meretz y Paz Ahora permanecieron en silencio. Aquellos predicadores que se apresuran a condenar a cualquier rabino alucinado del asentamiento de Yitzhar prefirieron quedarse callados ante las terribles palabras del Premio Nobel. Mientras Alemania no dudó en condenar de manera rotunda y oficial a su principal escritor, el iluminado Israel se quedó sin palabras. Ante la prueba de Günter Grass, la moral de la izquierda israelí fracasó estrepitosamente.
Por ahora, la tormenta ha terminado. Sin embargo, la grave falla moral de Grass y el profundo fracaso de la izquierda sionista a la hora de responder son una mala señal. Ambos demuestran que los largos años de ocupación pueden distorsionar la opinión de la gente y hacerles olvidar conceptos claves; prueban que los principales intelectuales de Occidente e Israel ya no son capaces de defender a Israel.
Las palabras de Grass y las palabras que no se dijeron en contra de Grass vienen a demostrar que aquella gangrena de deslegitimación va extendiéndose gradualmente, devorándonos de a poco.
Fuente: Haaretz - 16.4.12
Traducción: www.israelenlinea.com
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