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La «zona gris» de la deslegitimación

El Estado de Israel padeció ataques militares y terroristas, y triunfó. Israel prevaleció, pero ahora sus enemigos pasaron a atacar su legitimidad.

Se trata de una batalla compleja y peligrosa. Iniciativas para boicotear a Israel o a israelíes, demandas contra el Estado hebreo, sus líderes, oficiales y soldados por crímenes de guerra, y medidas similares, se difunden constantemente. Internet está inundado de sitios que atacan la legitimidad del pequeño país, y millones de personas están expuestas a ellos.

¿Qué es la deslegitimación, y qué la diferencia de la crítica legítima?

En su núcleo, es el rechazo de la legitimidad de Israel como el Estado-Nación del pueblo judío. Sin embargo, esta definición no es exhaustiva, ya que una porción significativa de la campaña de deslegitimación no expresa un rechazo rotundo de Israel, sino que lo hace de una forma matizada y sofisticada.

La campaña usualmente comienza con una crítica legítima, que luego se expande para representar a Israel como una entidad inherentemente inmoral por su creación, esencia y carácter.

El desafío para quienes se enfrentan a este fenómeno es aclarar la «zona gris» en la que la crítica legítima y la deslegitimación existen conjuntamente. No es un desafío sencillo, en vista de las críticas masivas que se hacen a Israel en el contexto del tema palestino.

Los analistas de esta situación están en desacuerdo sobre el peso relativo de los motivos antisemitas, cultural-ideológicos y políticos derivados del conflicto israelí-palestino. Pero las consecuencias negativas en la imagen de Israel, incluso si no se usan para deslegitimarlo, alimentan esa tendencia.

La actual campaña de deslegitimación se está difundiendo hacia el corazón del discurso político internacional de Occidente, uniendo a los elementos islámicos radicales con los izquierdistas liberales.

El mundo occidental, caracterizado entre otras cosas por el énfasis en los derechos humanos y una creciente identificación con los palestinos a costa de Israel, además de tendencias pos-nacionales y nuevas formas de comunicación, está abierto a la diseminación y creciente receptividad al mensaje de la deslegitimación de Israel.

Esta tendencia no debe subestimarse. Ciertamente, Israel es fuerte, pero es pequeño y depende en gran medida de su legitimidad internacional. Un incremento significativo de la deslegitimación lo aislaría, erosionando su capacidad disuasiva y su libertad para actuar en autodefensa, dañando su economía y exponiéndolo a ataques legales.

Quienes tratan de deslegitimarlo tienen en la mira la imagen de Sudáfrica, que a pesar de su poder militar y económico finalmente debió ceder ante la presión acumulada de años de sanciones y deslegitimación.

Ya en 2011, en la Conferencia de Durban, 1.500 ONGs calificaron a Israel como un «Estado de apartheid» y llamaron a su «completo aislamiento». Israel y los judíos de la diáspora despertaron tardíamente a esta amenaza, y sólo en los últimos años se vieron estudios y cierta organización a este respecto. Sin embargo, hay mucho camino por recorrer.

No existe una solución para cada amenaza en cada campo. Debemos concentrarnos en los principales ruedos políticos: Europa Occidental y Estados Unidos. Debe distinguirse entre los diferentes actores: organizaciones y personas que generan deslegitimación, para quienes esa es la esencia de sus acciones y deben ser expuestos como tales; elementos que contribuyen a la deslegitimación sin pretenderlo, para quienes el significado de sus acciones debe ser clarificado' como en el caso del juez Goldstone y Jimmy Carter, quienes se retractaron de algunas de sus críticas a Israel; la gran masa de público que, en su mayor parte, carece de conocimientos sobre el tema y debe ser educada; y socios potenciales en la lucha contra la deslegitimación - no solo judíos -, a quienes hay que suministrar herramientas y con quienes se pueden establecer alianzas.

Este no es solo un problema de diplomacia pública. Es importante preguntarnos cómo debemos reaccionar a la realidad, pero no es menos importante comprender cómo podemos modificarla empleando las herramientas de la política.

Esta batalla también puede ser ganada, pero ello requiere que estemos conscientes del problema, una estrategia de conjunto, gerencia, acopio de fuerzas y recursos en Israel y en la diáspora, educación, construcción de alianzas, proactividad y creatividad.

Es tiempo de que aquellos que cuestionan la existencia de Israel sean confrontados con un signo de exclamación.

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