En el sector conocido como el Panteón de los Mártires, a pocos metros de las tumbas donde yacen las víctimas del atentado contra la AMIA, enterraron al fiscal federal argentine Alberto Nisman.
El cementerio israelí de la Tablada recibió al último judío que perdió la vida por investigar el ataque terrorista más importante de la historia argentina.
Once días transcurrieron desde que el cuerpo de Nisman fue descubierto con un bala en cabeza en su cuarto de baño junto a la pistola. Once días sin tener certeza de si el hombre no pudo soportar la presión y se pegó un tiro en la sien o si otra mano apretó o le mandó apretar el gatillo, limpió la escena y dejó un cuadro clásico de suicidio.
«¡Asesina, asesina!», el grupo apostado en los alrededores del cementerio gritaba su furia contra la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner. Nunca antes, en los sucesivos gobiernos desde que Argentina recuperase la democracia en 1983, los argentinos se habían concentrado en un cementerio o velatorio para acusar a un presidente de asesino.
La rabia por la falta de justicia en el ataque contra la AMIA de 1994, donde murieron 85 personas y centenares resultaron heridas, se sumó a los hechos oscuros que envuelven la muerte del fiscal y a la actitud displicente cuando no frívola de la jefa del Estado, la misma a la que el fiscal federal acusó de organizar un «plan criminal» con «un único y delictivo propósito: lograr la impunidad de los acusados iraníes» en el atentado a cambio de «un acercamiento geopolítico y el restablecimiento de plenas relaciones comerciales» con Irán. Los detalles los iba a explicar Nisman el lunes 19 en el Congreso. Murió la víspera.
La familia del fiscal dejó el pesar del gentío puertas afuera de su velatorio. Lo mismo hizo el jueves en el entierro, vedado a los que no pertenecieran a su círculo íntimo. Alejandra Gils Carbó, procuradora general - equivalente a fiscal general - acudió en representación del Gobierno. Antes de llegar al velatorio la corona de flores que mandó fue pisoteada. Los insultos y hasta pedradas arrojadas al vehículo que la llevaba fueron el modo de recibirla.
Diferente fue la llegada del juez Ariel Lijo. El magistrado tendrá qué decidir si da curso a la demanda de Nisman contra la presidenta y varios de sus colaboradores, si se declara incompetente y se sortea entre sus colegas o la desestima. La ira de los manifestantes, varios centenares, estaba dirigida contra el Gobierno y sus representantes.
«¡Argentina, Argentina!». Las consignas se alternaban. «¡Justicia, justicia!», «¡Todos somos Nisman!», «¡Nisman, presente!», «¡Basta de jueces y de militantes K!», «¡Cristina korrupta. Renuncia ya!», «¡Gobierno, asesino, ladrón, mataste a Nisman!». Proclamas, banderas, aplausos para el féretro. Condolencias del Gobierno de Estados Unidos, su embajador en persona dio el pésame a la familia. «Ella (la presidenta) sigue sin hacerlo», lamentaron una argentina que «busca verdad y justicia».
Iara (7) y Kala (15), hijas de Nisman, publicaron una esquela en el diario «La Nación» con un Maguén David, «Papá, sólo necesitábamos de vos, tu presencia y compartir buenos momentos. Hoy te despedimos sabiendo de tu dedicación al trabajo. Esperamos que ahora puedas estar en paz. Nosotras guardamos en nuestros corazones los lindos momentos vividos juntos».
La ex mujer de Nisman, la juez Sandra Arroyo Salgado, publicó otra propia: «Transito este momento con desconcierto y profundo dolo por nuestras hijas. Te despido anhelando que encuentres la paz, que tu entrega al trabajo no te permitió disfrutar en plenitud».
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