Uno tras otro, los sondeos reflejan un empate técnico entre las dos grandes fuerzas en las elecciones que Israel celebrará la próxima semana.
El Likud de Netanyahu y el Grupo Sionista, que lideran Herzog y Livni, siguen corriendo cabeza con cabeza en una campaña electoral marcada por la fragmentación del voto y el auge de los pequeños partidos.
Además, junto a la emergencia de nuevas fuerzas, la alianza de las formaciones árabes israelíes contribuye a añadir incertidumbre sobre las urnas.
«Ni siquiera está claro que se vaya a respetar la tradición de que forme gobierno el partido más votado», advirtió el analista político Gideón Raat de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén. «Gobernará el que sume más apoyos a su coalición», agregó.
Aunque en teoría el juego de alianzas debería favorecer a Netanyahu - gracias a los votos de los partidos de sus ministros de Economía, Neftali Bennett, y de Exteriores, Avigdor Liberman - frente a Herzog y Livni, que sólo tienen garantizado el apoyo de Meretz, el resto de los aspirantes se cuida mucho de mostrar sus cartas.
El programa de los partidos interesa menos a los ciudadanos que la figura de los candidatos que encabezan las listas. «Sufrimos las consecuencias del modelo personalista que se implantó en los últimos 20 años», puntualizó Raat.
En las últimas elecciones, celebradas en 2013, Yair Lapid surgió con fuerza de la nada al lograr 19 de los 120 escaños del Parlamento con un mensaje centrista dirigido a la clase media.
Ahora se espera que sea el Kulanu, un nuevo partido de corte populista escindido del Likud, el que dé la sorpresa en las urnas. Su líder, el ex ministro de Comunicaciones, Moshe Kahlón, defiende ante todo la libre competencia.
Kahlón se hizo muy popular al rebajar las tarifas de telefonía móvil después de acabar con el control de las grandes compañías sobre el mercado.
Pese a su tradicional hegemonía compartida, el Likud y el Grupo Sionista se estancaron en los sondeos en la barrera de los 25 escaños, muy alejados de los 61 que garantizan la mayoría. Su declive - impulsado por un sistema proporcional apenas corregido por la ley electoral y por la circunscripción nacional única - puede acabar forzando un Gobierno de gran coalición, según se plantean muchos analistas.
«Nos encontramos en un escenario parecido al de la IV República en Francia, que fracasó tras la Segunda Guerra Mundial por la ingobernabilidad causada por la atomización de los partidos», explicó el profesor Raat.
El antiguo debate político israelí entre una derecha más preocupada por la seguridad y una izquierda que persigue transformaciones sociales parece haber dejado de acaparar la atención de los electores.
A la volatilidad de los partidos personalistas y las continuas escisiones surgidas en las grandes fuerzas se añade la presencia de partidos religiosos judíos en sus dos grandes ramas, sefardí y askenazí, que intentan incorporarse a las coaliciones, gobierne quien gobierne, para defender sus intereses.
El estancado proceso de paz en Oriente Medio está en gran medida ausente de la campaña. Y aunque las cuestiones estratégicas fueron elevadas a la máxima potencia por Netanyahu con su discurso en contra de un acuerdo nuclear con Irán ante el Congreso de Estados Unidos, no tienen un impacto determinante en las encuestas.
«La preocupación por lo social prima en estas elecciones y será determinante en sus resultados», reconoció Yigal Palmor, ex portavoz de la cancillería israelí.
No obstante, fueron los partidos árabes israelíes (20% de la población y 15% del electorado) los encargados de reabrir el debate público sobre el conflicto palestino dentro del Estado judío.
En contra de la tendencia general a la disgregación de los partidos, las fuerzas de la principal minoría israelí se concentraron por primera vez en una sola candidatura, que incluye a tres partidos árabes y otro mixto árabe-israelí.
Si logra romper la tendencia abstencionista de su electorado, la denominada Lista Árabe Unida podría ser determinante a la hora de bloquear un tercer mandato consecutivo de Netanyahu o de permitir la investidura de Herzog.
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